La búsqueda de un contacto directo con los extraterrestres es una vieja obsesión de la especie. Carl Sagan dedicó a la empresa muchos años y un dineral, recibiendo por toda respuesta el vasto y displicente silencio de los espacios siderales. Hace algunos años se lanzó una nave que llevaba una grabación de la Quinta Sinfonía y una lámina de oro en la que habían sido grabados un círculo, un plano de nuestra ubicación en la Vía Láctea y las siluetas de un hombre y una mujer. Hay emisores de radio que repiten, insomnes, el mismo mensaje: 1-3-5-7-11-13... porque los ingenieros suponen que cualquier criatura medianamente evolucionada debe conocer la serie de los números primos. Mensajes monótonos no sirven: la secuencia pi-pi, pi-pi, pi-pi..., digamos, puede ser interpretada por seres inteligentes como la pulsación natural de un quasar. Estos mensajes son botellas de náufrago que el hombre, íngrimo en el cosmos, envía con la esperanza de encontrar un amigo en los confines del universo. Además de esta poética necesidad, hay razones de mercado. Después del alunizaje del Apolo 11 en 1969, la carrera espacial entró en un sopor letal. Las hazañas de los astronautas ya no emocionan a nadie. Ni los trasbordadores, ni las estaciones espaciales, ni las sondas de Marte han logrado entusiasmar al gran público, que es al fin y al cabo el que paga los gastos y marca el rating, esa deidad moderna que decide qué importa y qué no. La aparición de un extraterrestre en la televisión eclipsaría al mismísimo Obama y haría que los proyectos espaciales gozarán otra vez de los espléndidos presupuestos que tuvieron en los años 60 y 70.Yo tengo mis reservas sobre los “contactos”. Creo que debemos suspender ya todo intento de comunicación con civilizaciones superiores -entendiendo por “superiores” criaturas con una tecnología más avanzada que la nuestra- por la sencilla razón de que ya sabemos cómo se comportan las especies superiores con las demás; ya sabemos qué hacen los que tienen la tecnología con el que carece de ella; el primer mundo con el segundo. Ya sabemos, para no ir muy lejos, qué hace el hombre con los animales: cuando el pato le mueve la cola al homo sapiens para “establecer contacto”, el homo sapiens hace estofado de pato.Usted me dirá que deje de ser alarmista, que parezco un ecólogo de los últimos días, que la mejor prueba de que esas civilizaciones son inteligentes y distinguidas es que nunca han tratado de establecer contacto con nosotros. Tal vez tenga razón, pero yo sigo pensando que son gente peligrosa porque de pronto fijan sus inimaginables ojos en nosotros y se percatan de que tenemos un alto valor proteínico, o que somos una ganga de mano de obra, y terminamos levantando pirámides en un planeta helado Alfa Centauro o servidos como plato exótico en un restaurante de tres tenedores de Andrómeda. Yo propongo que enviemos mensajes que no dejen traslucir nuestra inteligencia. O mejor: que no dejen traslucir nada, que sean camuflajes perfectos, dispositivos capaces de hacer que la Tierra parezca, a los ojos de un radiotelescopio, una esfera absolutamente estéril, un asteroide sin peces, pájaros, ni flores. Señores astrofísicos: ¡por favor, no llamen a los extraterrestres! Ahora, si de todas formas llegaran, díganles que no estoy.