Como no vine a este mundo editorial a publicar libros sacros, así los temas me sobren porque el espíritu santo es el amanuense, mi determinación inmediata es poner mi pluma de oro al servicio de la pornografía, pero sin caer en el erotismo. Pornografía pura que es la que escribimos los puros de corazón. Para muestra el botón que les estoy abrochando. Tampoco vine a destrabar la economía de la especie, porque mi especialidad no es la banca. Me propuse actuar como un personaje de la nueva ola francesa. De entre las divinidades mayores propuestas por las diversas teogonías mi preferida es el varón Krishna, a quien tuve ocasión de conocer personalmente en la India, pero en cuyo culto había sido iniciado cuando el hippismo, por una joven vendedora de incienso que conocí en el bus que me llevaba a un concierto de rock. Practicamos todas las láminas imposibles del Kamasutra, el libro de la gimnasia sagrada para el que después escribiría un prólogo sapientísimo. Tarde vine a saber que era la hija dilecta del director de un noticiero del que me echaron. De nuestras estrechísimas relaciones salí con la piel azul, como puede observarse en algunas fotos de archivo. Un día, cuando preparaba, como Michín, mi patética mochila para irme de casa, el marido de mi tía, Jorge Giraldo, el mismo Picuenigua que tantas veces ha circulado por estas prosas con su escopeta, me felicitó por la valiente decisión de abandonar el plato de sopa caliente para salir a ver qué otros platos había en el mundo -él ya visualizaba que me iba tras la cola de alguna gansa-, pero fue muy enfático en advertirme que las mujeres estaban sentadas sobre el honor del parejo y había que estar vigilantes de que no fueran a sentarse mal... por ahí. “Ojo vivo, mijito, con las mujeres, que en ocasiones peores son que los godos. Estos nos apuntan a la cabeza pero ellas nos disparan al corazón. Y hay más posibilidad de escurrir el bulto con los primeros. Si vivís con una mujer tenés que apretarle las tuercas. Si las dejás mal apretadas la mujer se va desatornillando y si le das largas irás perdiendo el control y quién sabe hasta dónde llegue. No vas a permitir que te pongan de colchón, mijo. Jurámelo frente a esta medallita de la Virgen del Carmen.” Solo a título de información divulgo en este arrume de memorias esta vieja conseja, que al sol de hoy se consideraría delictuoso machismo. A una de aquellas percantas le pregunté: “¿Y no te da miedo de que te descubra tu esposo y te propine una tunda?”. A lo que me respondió muy oronda: “Eso es lo que quisiera. Porque mientras más duro me dé más tiempo se va él para la cárcel y nosotros nos quedamos en su casa y en su finca.” Huelga decir que, solidario con el pobre cornudo, salí corriendo. Hasta que comenzaron a menudear los anónimos con amenazas de muerte. Y al no saber de dónde venían, hube de cortar con todas. Por lo sano, como se dice. En la fiscalía descubrieron que no era ningún marido ofendido, sino una de las mismas pécoras. Todo lo malo que se hace por amor con el mismo amor se perdona. Ya no sufro por los males del planeta ni de la humanidad irredenta. No pude hacer que el mundo fuera mejor ni peor. Él mismo se encargó de ajustarse cuentas. Lo único que logré con el mazo de Laszlo Toth cuando intenté quebrarle una rodilla al sistema fue, en el arco reflejo, recibir del mismo una patada en el culo. Fracasó la revolución, que era lo que nos mantenía los ojos abiertos y los oídos despiertos. Aunque lo que nos interesaba no era tanto la revolución comunista como la revolución planetaria, con todas las supernovas perdiéndose por los agujeros negros en busca del átomo primigenio. Lo de la cura de la artritis por la cannabis resultó paja. Y, viéndolo bien, el cine francés de la nueva ola no era tan bueno.