No hay en este momento un colombiano que ame su Patria, con la que se identifica como hijo de ella, que no esté soñando en un futuro posible; que espere salir de esta crisis, que empezó con el Covid-19, y nos hizo sentir vulnerables, de tal manera que se nos cayeron máscaras y maquillajes, con los cuales tapábamos los falsos ídolos en los cuales escondíamos nuestros egoísmos.

Para soñar otro futuro posible dice el papa Francisco en su libro “Soñemos juntos”: “Tenemos que elegir la fraternidad, por encima del individualismo, como nuestro principio rector. El sentido de pertenecer unos a otros, y al todo, es la capacidad de unirnos y trabajar juntos frente a un horizonte compartido de posibilidades. En la tradición de los jesuitas esto se llama unión de ánimos. Esta unión conserva y respeta la pluralidad, e invita a todos a contribuir desde su particularidad, como comunidad de hermanos preocupados unos por otros”.

Estamos demasiado polarizados, pero no podemos dejar que el mal espíritu se manifieste; eso es lo que Jesús nos enseña en la cruz. En su mansedumbre y vulnerabilidad, obliga al diablo a revelarse: el acusador confunde el silencio con la debilidad y redobla su ataque, manifestando su furia y su verdadera identidad. “Sin embargo, el reto principal no es evitar la polarización. Esto significa resolver la división dejando espacio a una nueva manera de pensar que pueda transcender la división”.

“Para esta misión, necesitamos la humildad necesaria para abandonar lo que ahora vemos como equivocado y el coraje para incorporar otros puntos de vista que tienen elementos de verdad”. En este momento es bueno volver al padre de la Patria: Bolívar en su “Proclama de Santa Marta”, diciembre 10 de 1830, e invitar a todos los colombianos a que superen los egoísmos, sientan en el amor verdaderamente de Patria y se hagan a un lado los que dividen y llaman a los odios y aún la muerte y tengan la grandeza y humildad del libertador:

“Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí de que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado: mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos, obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario, dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares, empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.