Quienes imaginan un primer contacto con una civilización extraterrestre suponen que el lenguaje universal de comunicación serán las matemáticas, y que la expresión máxima de lo que llevamos dentro de nuestro armazón químico, aquello que nos distingue de las piedras y las bestias, le corresponderá a la música (con sus propias ‘matemáticas’). La música es vida, manifestación de cultura y agradable invitación al entendimiento. O lo era. Hoy la música no se entiende, o no se aprecia, sin ese demonio que es la tecnología, y sus enormes posibilidades de almacenamiento y reproducción. Contamos con tanta música apeñuscada en aparatos, que necesitaríamos cien vidas para escucharla.De la mano de la tecnología nos llegó, además, el inclemente volumen. Al mejor estilo de los exhibicionistas capos del narcotráfico, ahora les restregamos a los demás nuestra música con invasivos decibeles. El volumen, que agrede y molesta, es como la orina usada por el animal para marcar cotos. Si la música no retumba, si los bajos no conmueven los tejidos, si las voces no taladran los tímpanos, ¡no nos satisface!La gente se mata por una fiesta de vecinos en la que el equipo de sonido atraviesa paredes. Y se “pela” los dientes en la calle cuando de un carro brota el estruendo. Bares y cigarrerías de cuadra se declaran la guerra con sus programaciones musicales. Los vendedores de ilegalidad promueven chillonamente en las esquinas sus grabaciones, con la desvergüenza del que olvida que vive del delito. Somos una especie de extremos: los audífonos nos hicieron egoístas; los parlantes nos convirtieron en seres despreciables.Sucede lo propio en las playas, donde prima la ley del (volumen) más fuerte, bajo la mirada complaciente de los encargados de hacer cumplir la ley. La autoridad, sobre todo la de policía, es el hazmerreír del transgresor. Un caso concreto se presenta desde hace años en las playas de Punta Bolívar, cercanas a San Antero. Funciona allí un monumental conjunto de parlantes en el que, a volúmenes grotescos, programan música desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente. Se pensaría que es un sitio de encuentro para pillos, un lupanar o, como mínimo, un convite de borrachos (porque expenden bebidas alcohólicas). No. Pertenece la Cooperativa de Educadores del Departamento de Córdoba (Cooeducord). Dice un letrero que es su sede recreativa, aunque tiene más de ‘torturativa’. Tratándose de una asociación del magisterio cordobés, ya puede uno inquietarse por la educación que reciben muchos niños del departamento. Si sus profesores se comportan en las aulas como lo hacen en las playas, bien pueden ir preparándose los padres de Córdoba para que les devuelvan la plata invertida en la formación de los muchachos.Profesores que matonean, vulneran y violentan con música. No faltaba sino eso en Colombia. Apague y vámonos. ¡O que, por lo menos, los mal educados educadores apaguen sus parlantes!***Ultimátum I. Ni Roy Barreras pudo resistirse a la ironía del momento cuando, el 28 de diciembre, trinó: “El Día de los Inocentes aprobamos amnistía para culpables. Oxímoron histórico necesario”.Ultimátum II. Si la anquilosada burocracia de la ONU no puede cumplir con sus tareas de paz en Colombia, que los reemplace en la verificación una entidad internacional con calidades semejantes. Sugiero a la Fifa. Posdata: interesante la “rumba por la paz”, apropiadamente organizada en El Conejo.Sigue en Twitter @gusgomez1701