Aunque es muy temprano para presagios, la carrera presidencial del 2022 se inclina hacia una competencia entre la izquierda. Está la línea radical de Petro en feroz contraposición a los moderados en cabeza de Claudia López. Y, si bien, López no puede ser candidata, en la práctica se ha convertido en el jefe de debate de quien vaya a encarnar la candidatura, probablemente Fajardo.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que los potenciales candidatos del centro hacia la derecha estén derrotados de antemano. Lo que pasa es que la gestión de Duque es tan impopular que el uribismo, el partido que se suponía debería desde el gobierno presentar el candidato de este sector, le queda muy difícil proyectar alguna figura.

Tampoco otras figuras políticas, no asociadas al uribismo, se muestran partícipes en el debate nacional, de modo que pueda considerárseles jugadores con opciones reales. Alex Char está bastante preocupado por mantener un bajo perfil luego del episodio de Aida Merlano. Federico Gutiérrez está desaparecido. Dilian Francisca no pareciera sintonizar más allá del Valle del Cauca. Y Vargas Lleras apenas le da para hablar desde una columna. Habrá que esperar a que se acerque el 2022 para ver si despegan en una campaña de rápida aproximación.

Pero no necesariamente la candidatura de derecha deberá dirimirse entre uribistas, por un lado, y los Char, Gutiérrez y Vargas Lleras, por el otro. La experiencia de otros países muestra que ni los partidos ni una trayectoria política con cargos en el Estado son condiciones necesarias. El populismo de izquierda y de derecha ha ganado elecciones en democracias donde se pensaba que la competencia por fuera de los canales y moldes tradicionales era una causa pérdida.

¿Es viable un Trump colombiano? Tanto como Petro. El secreto del éxito de Trump es un discurso que sincera los sentimientos de la población en situaciones que demandan decisiones contundentes. La clase media y los blancos de clase baja estaban hartos del discurso políticamente correcto de la élite del partido demócrata. El feminismo, la ecología, la protección a minorías, la asistencia social, más impuestos, etc., son discursos atractivos por su contenido de reivindicación y justicia. Pero en boca de políticos como Hillary Clinton a quienes estas causas no les cuesta ningún tipo de sacrificio -al contrario les sirve para llegar al poder-, en momentos en que las mayorías sienten amenazado su estilo de vida, a lo que conducen es a una reacción en su contra. Si alguien sabe interpretar esa indignación se lleva en banda a los políticos de siempre.

Eso puede ocurrir en Colombia. Algún Abelardo de la Espriella, por decir un nombre, que no ha tenido una carrera política como tal pero hace parte del debate nacional y que no depende de Uribe para tener voz, puede convertirse en el intérprete de los sentimientos de apremio de una mayoría de colombianos. De aquellos que están hartos de discursos de equidad, protección de derechos, minorías y demás, en boca de líderes que no hacen ningún sacrificio propio, hacen política con antiguos violadores de derechos humanos y ponen trabas para resolver los problemas económicos, de atención social y de seguridad de las mayorías.

De seguro a muchos no les va a gustar un Trump colombiano, ya el original es bastante desagradable, pero de lo que se trata es de analizar los posibles cauces de la política.

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