Por supuesto, la muerte de Santrich en Venezuela, una muerte todavía sin cadáver, iba a traer muchas reacciones en Colombia. La ironía del “quizás, quizás, quizás” con que se refirió las Farc sobre pedir perdón en caso de llegar a un acuerdo de paz, generó un enorme rechazo en una sociedad que veía con mucha desconfianza a ese grupo guerrillero. Por eso, no es de extrañar la euforia desatada en las redes sociales celebrando su muerte.

Aún así, no es saludable que una sociedad celebre la muerte de alguien, por más daño que haya causado. Quizá baste con aceptar la sensación generalizada de alivio por alguien que ya no va a causar más daño. Es tranquilidad, no revancha. Después de cientos de miles de víctimas que dejó el conflicto lo mínimo que se puede pedir es que la sociedad interiorice un sentimiento de compasión por cada nueva muerte.

Pero, más allá del tema de las emociones sociales y las posibilidades de reconciliación, la muerte de Santrich comprueba varias de las sospechas sobre la relación de Venezuela con grupos armados irregulares y la capacidad de sus fuerzas militares. Demuestra, ni más ni menos, que efectivamente resguardan en su territorio a narcotraficantes y jefes de estructuras armadas que enfrentan mediante métodos terroristas al Estado colombiano, lo hacen porque encuentran en ellos un aliado para proteger al régimen y presionar a Colombia en la arena internacional y, lo peor, que ni siquiera son capaces de proteger a estos socios si se ubican lejos de Caracas.

Es un contrapunto con las sucesivas derrotas y vergüenzas que había pasado el gobierno colombiano frente a Maduro. El pretexto de la ayuda humanitaria para incitar a un levantamiento militar en Venezuela y la invasión de mercenarios habían dejado en ridículo a Duque y a todos los aliados internacionales de una oposición cada vez más desprestigiada.

Con la muerte de Santrich por fin Duque vio una con Venezuela.
Cualquiera de las hipótesis que se tejen sobre el caso dejan mal a Maduro. La más convincente hasta ahora es que fue la disidencia de Gentil Duarte la que hizo la operación contra Santrich. En días pasados esta disidencia ya le había propinado sendas derrotas a la guardia nacional venezolana. Las versiones que corren es que las disidencias de Gentil Duarte se estaban enfrentando del otro lado de la frontera colombiana con la Segunda Marquetalia y que el ejército venezolano salió en auxilio de Márquez y Santrich.

Ahora queda claro que no solo no son un rival serio contra Gentil Duarte sino que son capaces de evitar que maten a uno de los comandantes de la Segunda Marquetalia. La impresión que deja es que si Venezuela decide atreverse a una aventura bélica con Colombia podría hacer algún daño el día uno de la guerra con los Sukhoi. De allí en adelante será una carrera hasta Caracas que de pronto ni siquiera le daría tiempo a Maduro de empacar las maletas con dólares y huir a la Habana.

Otras hipótesis, menos probables, hablan de una traición desde adentro o que fue un comando mercenario enviado desde Colombia, también desnudan las debilidades del régimen. En ambas se revela que las fuerzas armadas venezolanas son funcionales solo hasta reprimir protestas de civiles desarmados, más allá de eso la corrupción, el narco y la desmoralización de la tropa son demasiado críticas para suponer que puedan resistir mínimamente una intervención armada internacional.
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