Uno no sabe si darles la bienvenida a los afganos que colaboraron contra los Talibán es hacerles un favor, burlárseles en la cara o no entender dónde se está parado. Hacerlo desde Cali parece alguna de las últimas dos.

Es una payasada que media Alcaldía salga nuevamente a ondear la bandera humanitaria cuando se ha desentendido completamente de la seguridad de la ciudad. Lo hicieron y siguen haciendo con la Primera Línea al defender el supuesto diálogo que solo sigue entregando la ciudad al hampa, y ahora lo hacen con los afganos para sacar pecho como si fueran los Gandhis criollos. Francamente, poco más que cinismo.

Pero el chiste y su absurdidad es claro cuando Cali es la ciudad del país con mayor cantidad de homicidios, tiene a los hurtos con una tendencia en aumento y una sensación de inseguridad innegable. No es que estemos locos. Acá podrá no haber talibanes, pero hay terrorismo; acá podrá no haber ley islámica, pero tampoco hay justicia; acá podrá no haber gringos retirándose, pero tampoco hay autoridad. ¿Cuál protección le darán a esta pobre gente? ¿De qué hablan? ¡En serio!

Aquí las migajas de seguridad que se mantienen en pie no alcanzan ni para nosotros. Tras de que no hay plata, no se la gastan o la limitan a sus proyectos pacifistas como si esto fuera Oslo. Si que la vida esté en riesgo inminente es condición suficiente para pedir protección, acá hay 2 millones esperando. Y desde hace mucho. Las ganas del alcalde de proteger parece que no le alcanzan para los que él supuestamente representa.

Esta Alcaldía no tiene ni medio objetivo claro en la gestión de la seguridad de esta ciudad. No tienen ni idea, o no les interesa, proteger la vida, la propiedad y la tranquilidad de los caleños. Pero ahora, resulta que la de los afganos sí. Poco más que un show.

Claro que tenemos la responsabilidad como país de apoyar a quienes huyen de la guerra. Así como muchos lo hicieron con nosotros desde finales del siglo pasado. Pero la comparación de los países que nos recibieron con la Colombia de 1999 o del 2021 es injusta. Nosotros seguimos sin superar la violencia, el crimen y la guerra, mientras que los que nos recibieron lo hicieron con condiciones que nosotros envidiábamos.

Colombia no puede, y mucho menos Cali, ponerse ahorita de bienhechora con cuanto migrante se aparezca cuando acá ni nosotros mismos logramos estar a salvo, cuando acá la plata no alcanza ni para nosotros, cuando acá seguimos enfrentando a terroristas, cuasi terroristas, sus derivados y una centena de amenazas criminales poderosas y crecientes.

Antes de crecer nuestras ínfulas de país desarrollado, necesitamos que las autoridades hagan lo básico bien. En nuestro caso, que antes de andar babeando con discursos humanitarios para cotizarse de reyes magos, aseguren que sus propios ciudadanos tengan la vida garantizada.
Eso, hoy, en Cali es un sueño lejano. Los afganos no tienen ningún paraíso donde llegar, y nosotros aún menos.