Veo al Ministro de Defensa perdido. Tuve esperanzas de que su personalidad y su talante firme contra la delincuencia fueran un buen augurio de un trabajo serio por la seguridad del país. Pero en los escasos dos meses que ya cumple no le veo un norte claro. No sabe qué hacer con el bagaje de prejuicios grandes con los que el gobierno llegó. Le pesan aún más en su cartera donde las creencias de la opinión son unas y las realidades del uniforme y la cadena de mando son bien diferentes.
Está claro que no es desastroso como su colega de Minas. No dice las mil barrabasadas de quien además de no conocer una cartera, desconoce cómo se hace política (y aún menos diplomacia) y que se resiste a creer que esos dos elementos son fundamentales para un nombramiento en el gabinete. Pero Velásquez parece seguir divagando, resolviendo cómo engranar sus prejuicios con la realidad que encontró al asumir el mando. Así, ha sido incapaz de cubrir esa brecha con estrategias claras y públicas.
No sabemos qué hará para frenar las masacres, para frenar el avance de las estructuras transnacionales que azotan ya hasta a Bogotá, cómo construirá las condiciones para que las negociaciones de la paz total no impliquen la suspensión de toda acción militar y policiva. No sabemos, en realidad, nada de qué hará.
El Ministerio se ha vuelto, infortunadamente, un actor irrelevante en las discusiones de su propio sector. No solamente no lidera: ni siquiera figura. En los temas álgidos, desde bombardeos, protección de la soberanía, desarticulación de estructuras de crimen organizado y en la eliminación del servicio militar obligatorio, el Ministro no parece dirigir la batuta ni en el camerino. Es infortunado porque el Ministerio de Defensa es uno de los que quizás tiene el mejor talento humano de todo el Estado. Los funcionarios civiles conocen al sector como sus pares en uniforme, están preparados y muy pocos tienen un padrino.
El gobierno Petro, en general, tendrá que darse cuenta tarde o temprano que la seguridad no puede ser el patito feo de sus planes. Sin avances certeros en ese frente, no podrán consolidar ni el menor de los cambios que se proponen. Ya algunos se han dado cuenta a la brava. Las invasiones del Cauca, del Magdalena y dentro de las mismas ciudades principales están agravando la conflictividad social y fortaleciendo estructuras mafiosas que hacen su diciembre parcelando y vendiendo lotes a su antojo.
Velásquez tiene que asumir un papel protagónico cuanto antes. No solo para trazar un camino claro para que la fuerza pública cumpla su deber y continúe mejorando al hacerlo, si no para que todo el gobierno tenga la posibilidad de hacer su trabajo. El costo será, de lo contrario, muy alto.
No será simplemente de promesas de cambio incumplidas, sino de un retroceso severo del país hacia épocas de violencia rampante que precisamente dieron pie a una filosofía que los de la vida sabrosa aborrecen: la mano dura. Una ironía es que, a este ritmo, será el petrismo mismo el que la revivirá.