En caída rápida un paracaidista baja a una velocidad aproximada a los 160 kilómetros por hora.
En cierta ocasión alguien llegó a los 200, pero aún así esa velocidad está bien lejos de la que logran ciertas aves.
La más veloz de ellas, el halcón peregrino, se lanza en picada y llega a los 321 kilómetros por hora.
El milagro es que controla todo, a esa velocidad choca fuertemente con su presa y la captura en el aire.
Es uno de tantos hechos asombrosos de la naturaleza que, como dice un Salmo, muestra la sabiduría del Creador.
Los animales nos ganan a los seres humanos en tantas cosas y sus proezas deberían enseñarnos humildad.
A propósito, ¿sabes que humildad viene del latín humus que significa tierra orgánica y fértil?
Toma consciencia de la propia fragilidad, acalla el ego soberbio y bájalo a la tierra del pedestal. Sólo así amas de verdad.
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