El primer resultado preliminar del censo poblacional 2018, publicado hace algunos días por el Dane, ha causado gran revuelo. Si bien las cifras finales seguramente sufrirán algún ajuste, resulta innegable que la transición demográfica en Colombia está sucediendo a una velocidad bastante mayor que la anticipada.

Que seamos menos de los que creíamos es positivo. La reducción de la natalidad es sintomática de los progresos sociales de nuestra sociedad, y especialmente, de los de las mujeres; y el envejecimiento da cuenta de los avances en materia de salud y presagia reducciones en los niveles de violencia, aunque también plantea retos. Una menor presión demográfica es, también, buena noticia para nuestra ecología.

Aunque no sorprende que la población sea menor a la proyectada —los análisis de la Cepal indican que este patrón ha sido la constante en América Latina—, sí impresiona la magnitud del desfase. Las proyecciones de población habrían sobreestimado el número de habitantes de Colombia en casi un 10 % en tan solo 13 años. Esta cifra dobla el promedio de la brecha observada en otros países de la región. Y el crecimiento poblacional durante ese período, que se proyectaba en torno al 1 % anual (muy en línea con el promedio latinoamericano), habría sido del 0,5 % (más parecido al de países como Austria o Francia).

A pesar de que la información de ciudades y departamentos solo se ha revelado en forma muy graneada, todo parece indicar que Cali y el Valle presentan las mayores diferencias con las proyecciones.

En el caso de Cali, la población pronosticada por el Dane para 2018 (2,45 millones) rebasa en un impresionante 29 % a la estimada por el censo (1,9 millones), y ésta, a su vez, reflejaría una reducción del 10 % frente a la cifra del censo de 2005 (2,12 millones).

En cuanto al Valle, la predicción del Dane a 2018 (4,76 millones), supera en un 22 % al resultado preliminar del censo (3,9 millones), e indicaría una caída del 6 % frente al dato de 2005 (4,16 millones).

Para poner estas cifras en contexto, en los casos de Bogotá, Medellín y Antioquia, las sobreestimaciones serían del 14 %, el 5 % y el 13 %, respectivamente, y las tres habrían observado crecimientos positivos (de 5 %, 9 % y 4 %) desde 2005.

El tamaño de estas brechas, y las muy contraintuitivas caídas poblacionales, no pueden atribuirse a otro factor que a fallas serias en el proceso del censo en nuestra región. Un indicio contundente de ello, con base en una fuente independiente, es que mientras que la diferencia entre las personas afiliadas al sistema de salud a nivel nacional (47 millones) y la población total censada (45,5 millones) es del 3 %, en Cali la diferencia es del 18 % (2,23 millones vs. 1,9 millones) y en el Valle del 9 % (4,27 millones vs. 3,9 millones).

Si fuera acertada la estimación de la población de Cali que genera el censo, la proporción de sus pobladores afiliados al régimen contributivo de salud (1,54 millones) sería del 81 % y seríamos, de lejos, la ciudad más rica del país. Las cuentas de este régimen, donde solo están los trabajadores formales, son a prueba de muertos, chanchullos y colados.

En buena hora el Dane ha anunciado que dará prioridad a la revisión de los resultados del censo en el Valle, Nariño y Chocó. Anticipo que, solo en estos departamentos, ‘aparecerán’ del orden de 500.000 personas más. Aunque vilipendiadas por muchos, las cifras constituyen el mejor visor que tenemos sobre la realidad y la más valiosa herramienta de gestión que ha concebido la humanidad. Es imperativo que sean lo más confiables posible.

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