1. Seguridad mínima. En materia de seguridad, lo mínimo que se espera del Estado es que las instituciones funcionen: que las normas sean adecuadas; que el Gobierno asigne recursos suficientes y demuestre voluntad política prioritaria; que la Policía prevenga y capture; que la Justicia castigue; que los centros de reclusión sean suficientes y dignos. Lo mínimo que se exige del ciudadano es que actúe con prudencia y colabore con denuncias y apoyos. Lo mínimo que se exige de los medios de comunicación es que transmitan las alertas con objetividad y oportunidad. Cuando no se dispone de ese mínimo, la delincuencia lo percibe y actúa: como ocurre con las ventanas rotas. El delincuente sabe que ofrecer seguridad es como proponer felicidad: eso no da votos. Por ello aquí estamos como estamos con nuestro ejército de inocuos y onerosos guardas cívicos. Nuestra percepción de inseguridad impotente alcanza, por tanto, niveles de generalizado miedo paranoide.2. Seguridad necesaria. Nos enteramos que el aire existe cuando hay polución y hablamos del agua cuando escasea o sabe mal. Así, también, percibimos la inseguridad cuando tenemos que hablar del tema. Lo normal sería no tener que escuchar el susurro general y, peor aún, el grito ciudadano actual: ¡Si no se nos ofrecen ingredientes para vivir que al menos nos permitan sobrevivir, respirar el aire, mirar el paisaje: ser, estar! 3. Seguridad ideal. Hace unos años me permití proponer (en un proyecto con el Pnud) una reingeniería emocional y social (así se llama el libro que publiqué en 1998) como posibilidad permanente de generar capital social y convivencia. Se parte del efecto 1:100, según el cual, si se reprograma y transforma el 1% de un grupo social (familia, colegio, universidad, empresa) se tiende a mejorar el 10% y luego el 100%. (Y ocurre a la inversa: un 1% puede podrir las demás manzanas). La meta final consiste en lograr un efecto formador y transformador de toda la sociedad, algo indispensable en una comunidad tan afectada como la nuestra.Lo anterior implica procesos profundos y permanentes para alcanzar primero el inconsciente personal y, al final, el inconsciente colectivo. Nadie sabe acerca de los habitantes interiores de un joven pandillero, de un sicario, de un para, de un guerrillo, de un narco, de un delincuente profesional, de un reinsertado, de un desplazado, de un hambriento, de un pordiosero, de una víctima de todo el menú de violencias que hemos padecido. Pero, claro, para asuntos como éste nunca hay un enfoque único, coherente y claro, ni recursos, ni tiempo, ni voluntad política. Nos tenemos que limitar al ámbito de la seguridad mínima: la de la represión inmediata y necesaria. Pero, como estamos viendo, ni a esa llegamos.Nota. La campaña. Se dice que el faro de la campaña que culmina en octubre será la seguridad ciudadana. Sin duda, hará parte del discurso, de dientes para afuera. Pero como quedó dicho: la seguridad, como la felicidad, no se miden ni verifican fácilmente, por tanto, no dan votos. Y un gobernante o un ‘legislador’ ya posesionados, saben que el apoyo a las instituciones que nos garantizan el mínimo de seguridad no se traduce en popularidad y en electores: ¿No lo estamos padeciendo?