“Sabemos que nuestro legado hecho de retazos es una fortaleza y no una debilidad. Somos una nación de cristianos, musulmanes, judíos, hindúes y no creyentes. Estamos creados por todos los idiomas y culturas, hemos tomado forma de cada rincón de este mundo y porque hemos tenido el trago amargo de la Guerra Civil y la segregación, hemos surgido de ese capítulo oscuro más fuertes y más unidos.

“Solo podemos creer que los odios de antaño algún día pasarán, que fronteras tribales se disolverán, que en la medida en que el mundo es más pequeño, nuestra humanidad común se revelará y que Estados Unidos deberá asumir su papel abriendo la puerta a una nueva era de paz”.

Esas palabras fueron dichas el 20 de enero de 2009 por Barack Obama en su discurso de posesión como el primer presidente negro de Estados Unidos. Millones de personas lo acompañábamos, unos desde el frío de Washington que ese día calaba los huesos, otros desde nuestros televisores.

Todos pensamos que iba a ser un nuevo capítulo en la historia de un país y que iba a ser ejemplo para el mundo. “Libres estaba más cerca de ser una descripción y no una mera esperanza”, dice al respecto Madeleine Albright, exsecretaria de Estado de EE.UU. en su último libro ‘Hell and other destinations’.

Tristemente, la tragedia antirracial que hemos vivido en las últimas semanas es una prueba fehaciente que estamos lejos muy lejos y que el mundo sin odios y sin fronteras tribales sigue siendo una mera esperanza.

Pienso que desde que vimos morir a George Floyd debajo de la rodilla de un policía blanco todos los seres humanos pensantes, sintientes y conscientes de la tragedia antirracial hemos tenido un serio remezón personal y nos hemos cuestionado qué podemos hacer para que esta injusticia global de siglos cese.

En lo personal sé que he pecado y cargo con esa pena. De mi boca han salido palabras que debieron causar profundo dolor, por mi cabeza han pasado pensamientos que han alimentado el sentimiento de supremacía blanca y de mis manos seguramente han salido escritos que han sido dagas en corazones negros. Nada puede borrar eso.

Pero como lo dicho, lo pensado, lo escrito no está alineado con el valor de igualdad racial que profeso, o quiero profesar, evidentemente es hora de convertir el valor en una verdadera práctica de acción en contra del racismo. Pero, ¿qué hacer?

Claramente, debo tomar la responsabilidad de desmantelar -desde lo personal y en mi comunidad- la manera como el sistema se manifiesta y examinar cómo he sido cómplice de ese sistema que además me ha puesto a mí y a todos los blancos en una situación de privilegio.

El proceso interno será incómodo, será doloroso, será gradual, lo comienzo con el pecho apretado, pero esto ya no es negociable. ¿Cómo lo voy a hacer? Valiéndome de todas las herramientas que encuentre.

La primera herramienta me llegó ayer mientras leía un artículo en la revista Time de la abogada y escritora Savala Trepczynski. Ella afirma que los blancos ni siquiera sabemos identificar y articular las características culturales, políticas, económicas e históricas que nos hacen blancos. Desde nuestra posición de privilegio nunca hemos tenido que hacerlo. “A los negros el mundo se los dice todos los días”.

Para tomar acción y comenzar con el ejercicio de introspección Trepczynski recomienda a quienes somos blancos, un libro/taller de 28 días que se llama Me and White Supremacy (Yo y la Supremacía Blanca) de Layla F.Saad. Ayer fue mi día 1, hoy es mi día 2, me faltan 26. Ha dolido profundamente, pero ya no podemos seguir siendo cómplices del dolor negro con el silencio blanco.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP