Por: Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, arzobispo de Cali.
Siempre hemos creído que rezar u orar, es asunto de la persona con su Dios. Mucha gente cree que las relaciones con Dios son un mundo aparte del que vivimos a diario. Es posible que también entendamos el rezar como un monólogo, en el que uno insiste e insiste, hasta obtener el favor divino.
Que ‘orar’ sea una actividad humana junto al pensar, al hablar, al comer, y en todo momento del vivir, es evidente en la cotidianidad cultural.
El Evangelio de este domingo 24 de julio, es todo un ‘taller de oración’, en sus tres lecturas y el salmo. Es una súplica de los discípulos de Jesús, deseosos de hacer ellos lo que ven hacer a su maestro, lo que saben que otro maestro, el Bautista, enseñaba a sus discípulos. “Señor, enséñanos a orar”.
Es una oración que brota del corazón que siente que la vida de la tierra y de los humanos que la habitamos, solo encuentra su equilibrio cuando se reconoce ‘hospedada’ en la gratuidad y actividad misteriosa de Dios.
La respuesta de Jesús abre caminos nuevos de oración. Quizás de esa ‘oración que no hacemos’ y que es mucho más que rezar o que ‘hablar con Dios’.
Orar es entrar en una concatenación del ‘Padrenuestro’, con su doble vía entre el cielo y la tierra, entre el Padre Dios y los hijos suyos, tanto los que hacen el bien, como los que hacen el mal; los que viven la necesidad del pan, del perdón, de la liberación de la culpa, del mal, de la condena.
Hay amor para todos. Dios y los que creen no son un mundo aparte de los que no creen, de los que carecen y sufren, de los que requieren cambio y conversión.
Dios se adelanta con sus dones a nuestras peticiones. Da a su Hijo que nos hace hijos y hermanos y crea un universo del perdón y la indulgencia. Da su Espíritu Santo a los que piden más que pan, huevo o pescado, que ningún papá, ‘aun siendo malo’, negará a su hijo.
Pero esta ‘oración que no hacemos’ es la que hace al orante un intercesor ante Dios o ante otros humanos, apersonándose de la necesidad de otros, intercediendo por el amigo y hasta por el contrario y adversario, por el enemigo.
Es la oración que nos hace levantar en la noche para acoger a un amigo, o para acudir a otro, creando la ‘cadena del pan’, la cadena de los perdones que ‘barequea’ o regatea Abraham con Dios; la cadena de hermanos libres, solidarios e indulgentes.
Orar es encadenarse de amor con el prójimo, es quitar la noche del hambre para que abunde el pan de cada día; es acoger “a los malos” como personas y pueblos incluidos en nuestra oración y fraternidad, porque ellos le importan mucho a Dios.
Solo los humildes, los que ‘se saben ser solo polvo y cenizas’ ante Dios, como dice Abraham, son capaces de hacer esta oración que enseña Jesús.