Ya desde  el momento de la creación el Señor nos habló del poder infinito de su  Palabra. Nos dice el libro del Génesis:  “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo Dios: que exista la luz. Y la luz existió”. Bastaba que su Palabra se manifestara e iba apareciendo la  creación. Por eso el Señor reprocha a los fariseos  que se hubieran familiarizado  con la sabiduría de la Palabra de Dios, pues se  apropiaron de ella para sus propios intereses y no para hacer la voluntad de Dios, deseosa de hacer el mundo mejor. La utilizan, no para servir al hermano, sino para atarle cargas pesadas que ni ellos mismos son capaces de llevar. Es el mismo pecado que nosotros podemos cometer cuando aprovechamos a Dios para lo nuestro: voy donde me dicen que hay “misas de sanación” para que el Señor me cure, pero sin cambiar mi vida;  cumplimos con el precepto dominical, pero llegamos llenos de rencores, de egoísmos; ciertamente cumplimos la letra de la ley pero sin el espíritu, pues  la Eucaristía no debe ser solo eso, sino el encuentro alegre, gozoso,  de hermanos que celebran la presencia del Señor resucitado. En época pre-electoral podríamos cometer el mismo error al presentarnos en el templo para mostrar que nuestro corazón obedece a un Dios que ama, que quiere justicia, que mira la honestidad es como algo sagrado, cuando mis intereses están puestos no en la gente sino en el dinero y el poder puestos a mi servicio.Hermanos: El Señor nos pide  unidad entre   nuestra fe y nuestra vida para así, con el poder de su palabra,  no solo transformar nuestra vida sino continuar el trabajo de la creación renovando el mundo que vivimos.