La situación judicial de Donald Trump no ha parado de complicarse en las últimas semanas, hasta el punto de que podría estar amenazada su aspiración de retornar a la Casa Blanca. La más reciente de las malas noticias se conoció la semana anterior cuando Allan Weisselberg, uno de sus administradores de mayor confianza, fue condenado a cinco meses de cárcel por quince delitos fiscales cometidos en empresas del conglomerado Trump. Entre las condiciones de la sentencia se estipuló la de colaborar honestamente en las investigaciones adelantadas por la fiscalía de Nueva York contra el conglomerado empresarial.
Lo anterior es asunto menor si se considera que Trump está acusado junto a sus hijos mayores y el mismo Weisselberg en otra demanda civil cuya cuantía es de doscientos cincuenta millones de dólares. La acción impulsada por la fiscal Letitia James, se refiere al posible engaño a acreedores, aseguradoras y autoridades fiscales mediante el incremento fraudulento de los valores correspondientes a ciertos inmuebles.
Donald también la tiene difícil a causa de otras imputaciones de carácter penal entre las que se cuentan el intento de alterar los resultados de las elecciones presidenciales en el estado de Georgia; la apropiación indebida de documentos y material clasificados que trasladó a su propiedad de Mar a Lago cuando terminó el mandato, y la interferencia para evitar el conteo de los votos electorales y la transmisión del poder en el intento de toma del capitolio perpetrado el 6 de enero de 2021.
Los elementos referidos dejan claro que el empresario está contra la pared y en las próximas elecciones se jugaría incluso su libertad personal. Por eso está dispuesto a lo que sea para repetir presidencia.
No importa que ese propósito lo lleve a desconocer el veredicto de la democracia, violentar la constitución del país y destruir su propio partido. Al fin y al cabo su trayectoria política y empresarial se ha caracterizado por un autoritarismo demagógico que desconoce mayorías, normas y reglamentos.
Para fortalecerse dentro del partido Trump intervino de manera activa en las elecciones de noviembre y promovió candidatos radicales carentes de conocimientos, aunque reconocidos por su lealtad personal hacia él. Los resultados de la votación no fueron los esperados, pero apenas suscitaron críticas aisladas. Patrick Toomey senador de ese partido por Pensilvania, afirmó al respecto: “Tuvimos candidatos muy malos, por decirlo en palabras suaves, y Donald Trump es el principal responsable”.
Sin embargo, cuando hace unos días llegó el momento de elegir al presidente de la Cámara de Representantes, el exmandatario encontró la oportunidad de reencauchar su liderazgo. Kevin McCarthy, candidato de la mayoría del partido a pesar de contar con la simpatía de Trump, no lograba reunir los votos necesarios porque un sector radical cercano también al dueño de Mar a Lago se negaba a apoyarlo. La cuestión se solucionó cuando Trump exhibiendo su autoridad y ganándose los méritos del caso, ordenó a los disidentes dar su apoyo a MacCarthy.
La opinión que crece entre los republicanos es clara: Trump podrá ser ególatra, mesiánico y subversivo, pero es quien podría unir y salvar al partido. Poco parece importar que el sujeto una vez reelegido, deje al país sin constitución ni democracia.