El mensaje de fin de año del coordinador de la Comisión de la Verdad,
padre Francisco De Roux S.J., es de suma importancia para los colombianos. Interpela a los sobrevivientes del conflicto armado de diferentes proveniencias, a las víctimas de todos los lados, aunque menciona explícitamente a quienes más lo han sufrido: los desposeídos de sus tierras y desplazados, los indígenas y los afrodescendientes, las mujeres violentadas. Incluso se refiere a quienes durante el año pasado más han sufrido las consecuencias de la pandemia del Covid-19.
Cuestiona la lógica del poder donde imperan el odio y la codicia y hace un llamado a construir un futuro entre todos, a ponerse del lado de la vida, a apoyar los mecanismos de justicia, reparación y no repetición y en especial a la JEP. Critica a quienes han buscado, sin justificación alguna, el progreso por la vía armada y también a quienes al buscar la seguridad de la nación, hacen una exaltación injustificable de las armas. Termina haciendo un llamado a un futuro de esperanza y dignidad.

Este año se vence el plazo para la misión de la Comisión de la Verdad que debe producir un relato sobre lo sucedido. Teniendo en cuenta varios de sus pronunciamientos, es claro que el sufrimiento de la sociedad por un conflicto armado tan acentuado, tan largo, tan degradado y bárbaro ha sido enorme. Ciertamente, con víctimas diferenciadas: unas han podido resistir mejor que otras el conflicto armado, según su situación de poder. Pero en mi opinión, va a ser muy difícil atribuirle la responsabilidad de lo sucedido a un solo sector de la sociedad.

También hay responsabilidades diferenciadas entre quienes han estado del lado del poder y quienes han estado sometidos al mismo. En Colombia, el raciocinio bi-polar no da para entender el desarrollo histórico concreto de la complejidad del fenómeno; la argumentación maniquea se agota rápidamente, al confrontarse con la evidencia incuestionable de que hay buenos y malos, comprometidos o no con el conflicto armado, en todos los sectores sociales. De allí la importancia del llamado para que se asuman responsabilidades colectivas y se busque construir un futuro mejor entre todos. La pregunta es cuál puede ser una estrategia socio-política adecuada para construir un futuro mejor.

Se requiere darle fuerza colectiva a la estrategia de la ‘No violencia’, como una cuestión ética que se ubica dentro del campo relacional y conflictivo de la violencia misma. Esta estrategia tiene una larga tradición conceptual en las ciencias sociales y el psicoanálisis y una expresión escrita reciente, clara y amena, en un libro de Judith Butler (La Fuerza de la No Violencia, Paidós, 2020). Deslegitimar la credibilidad en las vías armadas, acompañadas de autoritarismo y segregación. Apoyar tácticamente, además, la institucionalidad del Estado de Derecho que debe ser el único depositario del uso controlado de las armas, es decir, y de tener su monopolio legítimo.

Se trata entonces, en medio del conflicto violento, de convertir la no-violencia en el eje de la reivindicación de la vida, usando el “pacifismo militante” del que hablaba Albert Einstein. Insisto: es una estrategia ‘socio-política’, que busca como interlocutor principal, campo de acción y eje de la transformación, a la Sociedad y no solamente al Estado. Es necesario entender que el problema está en cada uno de nosotros y, de manera relacional, entre nosotros, en la manera como nos organizamos socialmente, nos diferenciamos y asumimos el conflicto. Es necesario lograr interiorizar con efectos prácticos, en el proceso de cambio social futuro, con fuerza y como sociedad, que el derecho a la vida es de todos.