El 20 de diciembre pasado nos revelaron que seríamos padres por segunda vez. Ese día era el cumpleaños de Tali y amaneció con una gripita que rápidamente evolucionó a un catarro con fiebre que ameritaba ir a urgencias. Con la nostalgia de no poder celebrar su cumpleaños como era, pegamos para la clínica donde le hicieron los exámenes de rutina. Justo cuando la enfermera estaba tomándole unas muestras, sugerí imprevistamente hacerle la prueba de embarazo. Nos llevamos la mejor celebración y el mejor regalo de cumpleaños posible.
Los primero dos meses del año para nosotros avanzaron con relativa normalidad, acompañados por la encantadora ilusión de un nuevo bebé.
Sin embargo, ya empezaban a llegar las noticias de una desconocida ciudad china y las malas nuevas de su mercado mojado y del entonces llamado ‘Wuhan coronavirus’. Recuerdo cómo todo el planeta mantenía su ritmo frenético de siempre, a pesar de las advertencias apocalípticas poco escuchadas del director General de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, que cada vez sonaban más fuerte en los medios internacionales.
La situación se puso muy seria muy rápido para todo el mundo. El 23 de enero, Wuhan inició una cuarentena draconiana de cuatro meses que muchos veían como sólo posible en una dictadura comunista como la China. En febrero, el virus se centró en Europa, e Italia, España y luego el Reino Unido implementaron medidas similares a las chinas y restricciones a la libertad hasta entonces impensables en una democracia occidental. Recuerdo la sensación de sentirnos rodeados por un cerco que amenazaba con cerrarse sobre Colombia, algo que sucedió el 6 de marzo con la primera paciente del país. Desde entonces hemos soportado descaches y aciertos que ya conocemos, y estamos ante las tristes consecuencias sociales que como sociedad aún no alcanzamos a dimensionar.
Desde el sábado 14 de marzo, Tali, nuestra hija Alicia y yo iniciamos una cuarentena estricta para proteger a nuestro hijo venidero Antonio y a su mamá. Eso sí, el encierro llegó con dolor: la separación por meses del resto de nuestra familia y seres queridos; los varios amigos que se enfermaron con covid, dos de gravedad (uno recuperado, otro en UCI hace meses); el sentir el sufrimiento de tantas familias caleñas y colombianas, cuyos sueños y bienestar se desmoronaron ante la crisis económica anexa, y el ver multiplicarse los miles de muertos.
Sin embargo, el encierro también ha traído alegrías. Recuperamos el
tiempo que estuve alejado de mi esposa e hija el año pasado debido a la exigente prueba de la campaña para la alcaldía a la que nos comprometimos. He podido seguir trabajando desde la casa, un privilegio con el que pocos contamos. Tuvimos la fortuna de hacer cuarentena junto a mi papá, Alicia ha podido gozar de su abuelo -y todos de mi padre- cada día. Juntos hemos orado, hemos llorado y reído, hemos peleado, hemos soñado, en fin, los altibajos de cualquier encierro.
Pero, sobre todo, juntos nos fortalecimos para enfrentar el reto y recibir la bendición que sería tener un hijo en pleno pico de la pandemia.
El 19 de agosto fue el día de Antonio. Un día de alegría y nervios insuperables, multiplicados por mil, producto del covid. Gracias al amor de familia, a la fe y al personal médico que recibió nuestro hijo, hoy todo está bien. Ahora enfoquemos ese amor en sanar a Cali y a Colombia.
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PD. Un saludo muy especial a todas las familias que como la nuestra han sido bendecidas con un bebé en medio de la pandemia.