Si quisiéramos evaluar la principal maravilla física, moldeada y levantada por el hombre en nuestra región, seguramente quedaríamos en tablas por ser muchas las que tendríamos que considerar, sin lograr establecer cuál es la que ha requerido el mayor esfuerzo e inventiva y porque la más valiosa se encuentra oculta.Escondida entre las nubes del Páramo de las Hermosas a más de 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar, arriba de Palmira se encuentra quizá la más importante. Desconocida por propios y extraños, deslumbra por el esfuerzo requerido en su construcción y asombra por la concepción y visión de los hombres que se atrevieron a levantarla. Se trata de la Represa de Santa Teresa en las cabeceras del río Nima, que empezaron a construir los palmiranos en 1915, dos años antes de la llegada del Ferrocarril del Pacífico a la Villa de las Palmas con los primeros  bultos de cemento traídos desde Holanda, porque en el suroccidente del país no se producía todavía un solo bulto.Cuarenta segundos gastó usted, amable lector, en leer estos dos párrafos. Contrastan con los 30 años gastados por los palmiranos en la valiosa obra del embalse que contiene 8 millones de metros cúbicos  de agua de reserva, para abastecer al municipio de Palmira en caso de posibles emergencias y además producir energía eléctrica. Embalse construido antes de soñar con Anchicayá, Calima y Salvajína. Para ese proyecto se transportó hierro y cemento a lomo de mulas durante tres décadas. Largas arrierías partían desde Palmira, cruzaban por Potrerillo, Calucé, Tenjo, Los Tambos y Agua Azul, al impresionante cañón de Los Cuervos, para ascender 1.800 metros por un riesgoso camino de herradura hasta la hermosa laguna de Santa Teresa, sitio donde se construyó la represa, cuando no habían llegado todavía las motoniveladoras, retroexcavadoras ni volquetas y demás implementos técnicos utilizados hoy. El material enrocado para la mezcla del concreto se produjo con la trituración de la roca ígnea disponible a esas alturas mediante porras y algo de dinamita.La obra la terminaron en 1945. La Compañía Colombiana de Electricidad fue el músculo financiero de esta empresa, pero el músculo vital lo aportó el Concejo Municipal, iniciador del proyecto cuya mano de obra fue aportada por la población de Palmira, que en forma decidida se opuso luego a la entrada de más colonos a la cuenca del río Nima e inició  en 1971 la compra de predios para reforestar las 12.000 hectáreas de la misma. Esta se hizo con especies nativas y de forma natural, como lo muestra hoy con orgullo el municipio, 100 años después. Contrasta el inteligente trato recibido por la cuenca hidrográfica del río Nima, con el dado a la del río Cali, de similar número de hectáreas, pero esta última tristemente deforestada, quemada y sembrada con invasiones a más no poder, encima de una población de millones de habitantes, contraviniendo las especificaciones nacionales e internacionales en el manejo y conservación de cuencas hidrográficas. El tesoro palmirano está ahí a la vista de todos. Quien lo quiera comprobar, pues ármese de valor y suba a caballo desde Agua Azul, por un incomparable monte de niebla  con cedros, nogales, cominos, yarumos y sietecueros primero, y luego por otro esplendoroso de  páramo y frailejones, hasta allá “donde la mano del hombre no ha puesto el pie”. Ojalá, ahora que el turismo se nos vino encima, a algún operador se le ocurra diseñar un producto turístico contemplativo y de riesgo, con todas las normas técnicas internacionales, para mostrar las maravillas que fabricamos los colombianos y  por lo general dejamos ahí tiradas, sin  posibilidad de que las nuevas generaciones las conozcan y las toquen, para que aprendan y comparen.