Quienes hayan permanecido indiferentes con los artículos sobre la Historia Patria Vallecaucana publicados en esta columna durante los dos últimos años, deben revaluar su incomprensible actitud. Los temas narrados en ellos dispararían las alarmas en cualquier otra parte del mundo por el solo hecho de ser verdades que se han tenido ocultas por más de 200 años a la juventud sin motivo alguno. Y por no haber sido enseñadas además a los colombianos en la educación primaria como lo hace toda sociedad civilizada.

Si en verdad no causa asombro conocer lo ocurrido en el valle geográfico del río Cauca en la Independencia, ¿entonces qué? Además, sus rudimentos no fueron enseñados desde hace 40 años, cuando la cátedra obligatoria de 73 horas de Historia Patria -acomodada al entorno cundiboyacense- fue excluida de los pénsum del Ministerio de Educación y por supuesto, no llegó a los colombianos creando inmensa laguna histórica en la cual naufragaron los Presidentes de la República de Colombia en ese lapso, quienes no tuvieron el valor ni los pantalones para enmendarla y actualizarla.

Afortunadamente el Congreso aprobó la Ley 1874 de diciembre 17 de 2017 la cual restablece la cátedra en escuelas y colegios. Pero a esta le ha aparecido un fantasma: ¿Quién la va a enseñar si el profesorado nacido en los últimos cuarenta años tampoco la recibió? Ese obstáculo habrá de superarse cuando cada región de la República presente su propia historia para no esperar a que designen otra vez a los Henao y Arrubla de ahora para que nos la redacten.

No puede repetirse lo mismo que a principios del siglo pasado cuando escribieron la historia de la independencia y lo hicieron sin considerar los múltiples protagonismos de próceres de las demás regiones del país y vean entonces los funestos resultados: tergiversación de los hechos, confusión de sucesos, desconocimiento de las primeras campañas libertadoras y despiste de la opinión pública, todo evidente por la televisión durante los actos de conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Boyacá que confundieron olímpicamente y sin sonrojarse siquiera con el de la Independencia de Colombia. No se permitió el derecho soberano de las regiones de revaluar su propia historia ahora que se cuenta con elementos modernos de historiografía, universidades, especialidades y estudios científicos y facilidades viales, entre otros, que permitirían presentarla a la juventud de manera precisa y real.

Por otro lado, no podemos admitir en esta oportunidad, que se vuelva a desconocer el inmenso protagonismo de los habitantes de la cuenca hidrográfica del río Cauca durante la Independencia, (en los que su historia la diseñaron y manejaron desde Bogotá, Tunja y Cartagena), donde se encontraba el poder oficial de la corona española y su conexión con el mundo por medio de ese río.

Cuesta entender la poca relevancia que la ‘historia oficial’ le ha dado a la participación del occidente colombiano en la historia patria nacional y la razón válida para ello es el dramático 90% de analfabetismo galopante que padecía el país durante la época de los hechos libertarios e igualmente hasta hace poco, en tiempos republicanos, que no nos permitía ejercer el derecho a escribirla porque muy pocos sabían hacerlo y por tanto también, muy pocos sabrían leerla. Padecimiento mortal de la nación hasta nuestros días porque es imperdonable que a estas alturas con los adelantos de la ciencia no se haya entregado al país su propia y verdadera historia patria y se recurra a tenerla oculta como sucede con el enorme protagonismo vallecaucano que no se plasmó en los pliegos de la historia que obligaron leer a los abuelos. ¿Repetiremos esa vergonzosa historia?