Paige Suisted tenía 26 años cuando un oncólogo le comunicó que su expectativa de vida no superaría los 18 meses. Hasta ese momento, llevaba una vida que describía como “corriente y feliz”. Trabajaba como gerente en una joyería, había hecho algo de modelaje y aparecido en pequeños proyectos audiovisuales.

Disfrutaba también de la cercanía con sus hermanos menores, a quienes veía crecer desde la granja familiar donde pasó su infancia en la Isla Norte de Nueva Zelanda. Pero todo cambió en el momento en que escuchó la palabra “astrocitoma”. Y no cualquiera, el más agresivo, en etapa cuatro, un cáncer cerebral que rara vez se presenta en adultos.

“Grité y lloré”, recordó en una entrevista con Daily Mail Australia, a quien relató el inicio de su historia. El camino hasta ese diagnóstico fue tan desconcertante como los síntomas que evidenciaron que su salud no estaba bien.

La joven comparte en redes sociales su historia de vida. | Foto: Instagram (@paige.suisted)

En abril de 2024, sus dedos comenzaron a entumecerse sin motivo aparente. En cuestión de semanas el hormigueo se extendió por su brazo y pierna derechos, afectando también la movilidad y la visión de ese lado del cuerpo. Consultó a cinco médicos y obtuvo cinco respuestas distintas: un posible accidente cerebrovascular, síndrome de Raynaud, o incluso la recomendación de usar un cabestrillo.

Cansada de que desestimaran sus síntomas, llamó a una ambulancia y pidió ser hospitalizada. Luego de tomografías, resonancias, una punción lumbar y finalmente una biopsia cerebral, le revelaron que un tumor del tamaño de una pelota de golf estaba presionando los nervios que controlaban gran parte de su lado derecho.

Primero le dijeron que era un cáncer en etapa tres. Una semana después, que era terminal. Y la cirugía tuvo que descartarse por el altísimo riesgo de parálisis permanente.

Paige inició radioterapia diaria y una quimioterapia tan agresiva que, durante meses, apenas pudo caminar o hablar. Sufrió convulsiones, hematomas severos, una caída drástica de plaquetas y debió usar yesos en brazos y piernas para poder moverse. Antes de iniciar el tratamiento, pidió incluso congelar sus óvulos para no renunciar al sueño de ser madre, pero los médicos estimaban que no viviría lo suficiente.

Un año después, en la revisión de rutina, los médicos observaron las imágenes de su cerebro sin encontrar rastro del tumor. Llamaron a más especialistas para revisar las exploraciones, pero ninguno supo dar una explicación. Aunque el cáncer ya no se ve, los médicos son claros, no pueden declararla en remisión, porque solo una nueva biopsia podría confirmarlo. Y abrir su cráneo sin una lesión visible es demasiado arriesgado.

La joven había sido diagnosticada con un severo cáncer cerebral. Imagen de referencia. | Foto: AFP

Tras el sorprendente hallazgo, Paige vive en un estado que ella describe como “limbo médico”, pues aún siente debilidad en el lado derecho y no puede conducir ni retomar su empleo, pero ha empezado a reconstruir su vida.

Hoy acude a fisioterapia, va al gimnasio cinco veces por semana, convive con su gata y habla públicamente sobre su experiencia como embajadora de la Sociedad del Cáncer. También abrió un canal de YouTube para acompañar a jóvenes que, como ella, se sintieron ignorados cuando buscaron ayuda médica.

Contra todos los pronósticos, viajó a Europa y celebró su cumpleaños 27 en la Torre Eiffel. “No pensé que llegaría a ese día”, confiesa. Y aunque los médicos aún no saben qué esperar, Paige repite que su historia solo tiene sentido si sirve para que otros encuentren esperanza.