Las conductas festivas han estado presentes en todas las sociedades a lo largo de la historia, expresándose a través de celebraciones, rituales y acontecimientos conmemorativos; es de hecho la fiesta tan antigua como la humanidad.

Varias razones explican la popularidad y la permanencia de las fiestas en el tiempo, pero una de las más importantes es que son el lugar donde todo es posible, donde se sublevan las estructuras y las fronteras sociales se vuelven porosas por unos días.

Así lo relata ‘Fiesta’, canción compuesta e interpretada por Joan Manuel Serrat, que describe de manera clara el frenesí que fiestas y carnavales ocasionan. O también lo ilustra Umberto Eco sosteniendo que ese momento donde "todo es permitido" se asemeja a las comedias griegas, donde se representa un mundo al revés, en el que los peces vuelan y los pájaros nadan, en el que los zorros y conejos persiguen a los cazadores, los obispos se comportan enloquecidamente y los tontos son coronados.

Es el momento de la tan anhelada libertad pasajera, porque al tener el permiso que otorga la representación, el pueblo y sus individuos pueden hacer o dejar de hacer todo lo que en otros momentos sería prohibido o peor aún, inmoral.

Sostiene la academia que fiesta no es lo mismo que Carnaval. Aunque uno contiene al otro, el primer término hace alusión más a una exposición o a una especie de vitrina de espectáculo; el segundo, por su parte, evoca las re-construcciones sociales que un pueblo hace de sí mismo.

Entonces, los carnavales son tradicionalmente reconocidos como fiestas anuales donde los pueblos celebran o conmemoran hechos y tradiciones de su historia, donde participan todos los niveles de la sociedad.

Según Rey Sinning, el carnaval se vive, y durante ese tiempo la única vida posible es la suya, con lo cual nos inmiscuimos en un momento que tiene un tiempo preciso en el espacio. Pero a su vez, su particularidad está en que, en su celebración, ese tiempo presente se puede volver futuro o pasado, es intertemporal.

¿Hubo carnaval en Cali?

Como fue común en todas las ciudades coloniales, Cali también dio continuidad a las tradiciones culturales heredadas del sistema español.

Si bien existió un intento por ir más allá de las fiestas religiosas tradicionales, pasando a conmemorar aquellos momentos y personajes heroicos que hicieron posible la conformación del estado-nación, la estructura ‘festiva’ siguió siendo la misma heredada de la península ibérica.

Así entonces, según el archivo histórico de Cali, a principios del siglo XX, aún se celebraban por un lado fiestas religiosas como las del Corpus Christi, la de Nuestra Señora de las Mercedes (patrona de Cali) y Semana Santa que eran de la tradición colonial.

Sin embargo, en Cali se identifican otro tipo de festividades como las llamadas ‘fiestas de plaza’, que eran celebraciones que tenían lugar en las plazas principales de los barrios caleños. Estas fiestas generalmente obedecían al santo que daba nombre al barrio. Por ejemplo, el barrio San Nicolás celebraba su fiesta el día su santo patrono (6 de diciembre).

Pero por extraño que parezca, fueron las nacientes élites vallecaucanas quienes, en la búsqueda de los senderos del desarrollo y la modernización, construyeron los primeros cimientos del carnaval en la otrora tierra pequeña con fuertes vestigios coloniales.

La idea de realización del carnaval de Cali inicia en 1915 entre los miembros del Club Colombia, pero solo en 1922 se realiza la solicitud formal a las autoridades. “El consejo municipal en su resolución número 126 de 1922 aprobó la realización del carnaval para que se celebrara los días 28, 29, 30 y 31 de diciembre” (Archivo histórico de Cali)

Es así como inicia el carnaval en 1922, el cual contaba con la estructura tradicional de los festejos carnavalescos: por ejemplo, es popularmente conocido el hecho de que todo carnaval tiene su reina, y Cali no fue la excepción. Para el primer carnaval se escogieron varias candidatas a reinas y princesas de las familias más adineradas de la ciudad. Y es así como Leonor Caicedo es elegida primera reina del Carnaval de Cali.

Pero no solo la reina llenó las calles de la ciudad. Según Juan Bernardo Montoya, también lo hicieron el desfile de carrozas ataviadas y jinetes con sus respectivos disfraces, las comparsas traídas regularmente de otras regiones, el desfile de la familia Castañeda (que para el caso de Cali se acompañaba con el de la familia Lucumí Sanclemente), las canciones que se componían para el carnaval y los símbolos que se exhibían en las calles.

Un año después y con el éxito a las espaldas, se realizó en 1923 el segundo carnaval. Este, a diferencia del primero, transcurrió en medio de un fuerte descontento de la población más pobre de la ciudad, que se sentía excluida de los festejos.

En medio de este clamor se presentó la tragedia que marcó el primer ocaso del carnaval. Ese año (1923) las autoridades no prestaron el ‘Salón Moderno’ (hoy Teatro Jorge Isaacs) para las celebraciones decembrinas.

Pero algunas personas no quedaron satisfechas con esta decisión y decidieron presentarse en la entrada del lugar.  El 30 de diciembre de 1923 un grupo 130 personas exigía en las puertas del  Salón Moderno ser tenidas en cuenta. Intentaron entrar a la fuerza al recinto con armas corto punzantes y de fuego, ante lo cual la fuerza pública respondió dejando 7 personas muertas y 6 heridos. De esa manera terminaron los carnavales del 23, ocasionando que para los años siguientes hubiera poca iniciativa de llevar a cabo el carnaval. Por eso, en 1924 y 1925 se realizaron los actos festivos con recelo y poca aprobación del pueblo.

La idea de seguir realizando el carnaval continuaba dando vueltas en las mentes de algunos empresarios, pero fue rápidamente descartada por dos motivos principales: primero, la idea del carnaval a nivel nacional adquiría cada vez más una conciencia de lo popular, lo cual no iba en el ideal de la elite caleña. Y segundo, la crisis económica que desarrolló Cali desde 1929, como sostiene Juan Bernardo Montoya.

Fue por este compendio de razones sociales, políticas y económicas que hubo un alto en el camino del carnaval. Pero no todo estaba perdido. Gracias al accionar de un grupo de personas pro carnaval, en 1935 vuelve la fiesta al ruedo y se organizó el mejor carnaval en toda la historia de Cali.

Es así como el carnaval se realizó en los años 1922, 1923, 1924, 1925, 1935 y 1936 y los lugares designados para las celebraciones fueron el Salón Moderno (actual Jorge Isaacs), el Club Colombia, la Casa Municipal (actual Sociedad de Mejoras Públicas), la Plaza de Cayzedo, el barrio El Vallano (actual San Nicolás), el sector de El Calvario y el antiguo Hipódromo Long Champ, entre otros.

El carnaval caleño y sus personajes

Los diablitos:
Cuenta Javier Tafur en su libro ‘Jovita o la biografía de las ilusiones’, un pequeño relato donde la reina se encuentra con esta incrustada tradición caleña: “Al medio día iba Jovita por la calle 11 con carrera 6ª, cuando a la altura del edificio Botero Salazar, distinguido con la placa No. 6-17, se encontró intempestivamente con una murga que venía con trombones, pitos, clarinetes, flautas, tambores, panderetas y matracas; al primero que se encontró fue al diablo, vestido de rojo con sus cuernos y su rabo negros; enseguida apareció la muerte con su guadaña blanca; a su lado iba la calavera y un enano que le tiró de la falda. (…) el jaguar quiso morderle la cara. Venían numerosos matachines con guadañas, tridentes y perreros, ella se cambió de anden, pero por ese lado apareció el año viejo con su barba larga y a su lado un niño, con máscara de bebé (…) un esperpento de la murga, vestido de mujer con rellenos en los pechos y las caderas la siguió imitando sus movimientos. ¡Cafres! Les gritó, con ganas de darle su buen sopapo a cada uno”.

Esta es una conocida imagen de los diablitos, o murga, como los conoció Jovita; una tradición que se remonta a 1912, cuando un grupo de negros de Marmato (pueblo de Caldas) y quizá los primeros colonizadores de la loma, decidieron entrar en rebeldía y hacer sonar sus tambores por toda la ladera (de Siloé) hasta llegar con su estropicio a la Hacienda Cañaveralejo (hoy plaza de toros).

Se dice que iban borrachos, pero que su alegría resultó tan contagiosa que sin que se los pidieran, los pobladores comenzaron a lanzarles monedas a su paso.

Y nació así tal vez una de las grandes reminiscencias del otrora carnaval caleño. Hoy por hoy, al mejor estilo de las escuelas de comparsas del Carnaval de Barranquilla, o de las cuadrillas en Riosucio, existen en Siloé varias escuelas de formación de diablitos.

Año viejo:
En Cali particularmente el año viejo representa uno de los personajes del carnaval; así como Barranquilla tiene a Joselito Carnaval, o Pasto a Pericles Carnaval, Cali tiene los años viejos. Estos son los encargados de simbolizar el fin de las fiestas y el inicio de un periodo de calma. Son en sí mismos un rito de paso. Es por eso que particularmente en Cali, tal vez en mayor medida que otras ciudades de Colombia, esta tradición está profundamente arraigada.

Diablo de Juanchito:
El diablo de Juanchito no es el típico demonio de cachos y cola, es más bien un galán al que solo se le ven los cascos. Es un bailarín que puede ser reconocido según los relatos por el fuego que deja en la pista después de cada paso y por el fuerte olor a azufre que emana; además de ser un gran bailarín cuya debilidad eran las mulatas caleñas.

Buziraco:
Cuentan las historias que, en la época colonial, el diablo se va de España y aterriza en Cartagena de Indias, donde era adorado por esclavos y esclavas africanas, quienes le ofrecían hermosas danzas de tambores y fuego a su majestad Buziraco.

Este, en ‘agradecimiento’, azotaba a la heróica y a sus colonizadores con pestes, sequías y demás males de la carne. Es entonces cuando un grupo de frailes de armas tomar decide subir al cerro de la popa, donde moraba Buziraco, y expulsarlo con toda clase de rezos y riegos, librando así a Cartagena de su mal.

Pero el diablo no se da por vencido y viaja a Cali, estableciéndose en uno de sus cerros tutelares. Como sucedió en Cartagena, el diablo castigó a la ciudad con pestes, hambrunas, inviernos y sequías; se dice que, en las noches despejadas, era posible ver su espeluznante figura alada como un murciélago riendo en lo alto del cerro.

Es entonces cuando dos frailes venidos de Popayán (Vicente y Juan de la Cuesta) deciden iniciar una serie de romerías con sus feligreses, hasta que en 1837 erigen en lo alto de la montaña tres cruces de guadua que exorcizarían a Buziraco.

Pero como era de esperarse con los clamores del viento y la lluvia, las frágiles estructuras se derrumbaron y retornó el diablo con sus desgracias. Hasta que finalmente, en 1937, el padre Marco Tulio Collazos ordena la construcción de tres cruces de concreto para mayor seguridad, expulsando así de manera definitiva a Buziraco de Cali el 6 de enero de 1938.

La familia Castañeda:
A pesar del apellido antioqueño, es una representación caucana que relaciona el carnaval caleño con las fiestas de Negros y Blancos del Suroccidente.

Esta “encarnación de la familia aldeana” se apoderaba de las calles “hacia la hora del atardecer y como preámbulo de la proclamación del desorden”, anotó el escritor chocoano Gregorio Sánchez Gómez en su obra Rosario Benavides.

La pintoresca estampa la encabezaba Papá Castañeda, quien iba vestido con ropas que en otro tiempo fueron elegantes, pero ahora estaban empobrecidas. Lo seguía su mujer, una gorda impresionante que parecía a punto de quebrarle el espinazo a la yegua que montaba. También entraban un cura pobre de pueblo y unos pretendientes cansones y ridículos. A la cola del cortejo, blandiendo una escoba que bien podía ser un estandarte, también con las enaguas arremangadas, marchaba la cocinera. Una vez desmontado, Papá Castañeda, botella en mano, pronunciaba un discurso jocoso en el cual ordenaba al pueblo celebrar. Este discurso hacía las veces de bando.

Esta es una de las caracterizaciones tradicionales de la Familia Castañeda, pero en cada región se han apropiado de ella, variando el papel de los personajes. Lo claro es que era una familia que hacía alusión a lo campesino y al volver al pueblo.

En unos relatos vuelven tal y como se van, humildemente; en otros relatos la familia vuelve con una altísima dignidad que no va más que en el espíritu, porque retorna en caballos flacos y ropas pasadas de moda. Es, entonces, una familia sujeta a las interpretaciones.

Riverita:
Era un peluquero famoso del barrio Sucre de Cali, al cual nadie, ni el cliente mismo, le podía decir cómo cortar el pelo. Pero su fama, más que a su talento, era atribuida a sus exageraciones y fantasías que entretenían a sus clientes en su peluquería. Entre ellas era bien conocida su historia en la que dice haber acompañado al Papa Pablo VI durante 18 kilómetros desde Roma hasta ‘Castelgandolfo’, donde según él, lograron hacer una gran amistad, al punto que el sumo pontífice lo reconoció años después en otro encuentro

El loco Guerra:
Aunque su nombre verdadero era Eugenio Cosme Guerra, este hombre que alborotaba a toda la ciudad con sus criticas al Gobierno y sus sermones sobre cómo la humanidad estaba podrida, era conocido como el loco Guerra.

Bien dicen los caleños que siempre vestía de traje completo, pantalón y saco de paño, zapatos elegantes, pero siempre mal oliente y sucio. Se la pasaba pidiendo limosna en el Puente Ortiz, la Avenida Sexta, el Paseo Bolívar, la Plazoleta del Correo y los paraderos frente al CAM, pero su lugar favorito eran las filas que se hacían a la entrada del teatro Calima.

Ernesto Bustamante o ‘pellejera’:
Fue un célebre escribiente de la Notaría de Ricardo Nieto, reconocido por tener una de las caligrafías más prolijas de la ciudad, pero también por las parrandas que armaba, donde en una de esas noches acuñó, en medio de la juma, la frase “viva Cali, Chipichape y Yumbo”.

Boca de Túnel:
Su nombre de pila era Ricardo Valencia y era un fornido moreno que trabajaba como obrero en los ferrocarriles. Con su particular dentadura sacaba clavos, destapaba botellas y hasta se amarraba cuerdas con las cuales entonaba sonidos musicales de los ritmos de la época. Siempre con un buen trozo de caña en la boca, era el preferido de los niños,  que siempre se acercaban a jugar con él.