Por Oscar Jaime Cardozo Estrada, director Museo Planeta Salsa
En Colombia, particularmente en la región andina de Antioquia y los departamentos del Eje Cafetero, los aires de la música parrandera se toman cada fin de año el gusto de alegres bailadores. Ellos se gozan lo picaresco de la música y el doble sentido de las letras, mientras sienten cómo el luto del año viejo que muere, se opaca con la alegría de la expectativa del año que recién llega.
No hay Navidad y año viejo, sin los merengues groseros y de vulgaridad popular, comúnmente aceptada hasta por los más puritanos ciudadanos de la comarca, de la ciudad y el campo.
Es que, sin escuchar aún los temas, ya los títulos de las canciones sugieren la profundidad picaresca de sus letras. Nombres como Canta el Gallo, La Niña Exigente, Chupe y me Deja, El Diablo Anda Suelto, El Campesino Mentiroso, El Mico de Zoila, Jugando Parqués, El Borracho Nacional, El Gato de Celina, Me Bajaron del Morro, Vea qué Nalgas, El Aguardientero, La Puñalada Marranera, El Chicanero, Qué Vida tan Verraca, No soy Pendejo, El Tragao, Los Chismosos, El Grompi Rojo, La Araña Picúa, El Corrosco, La Manguera y Lengua Picante, entre muchos más, hacen que el público crea adivinar el contenido.
Es que hay temas parranderos que francamente contienen letras bien subidas de tono. De hecho, cuando disqueras como Discos Victoria y Discos Fuentes se decidieron a grabar la música de parranda, se encontraron con un gran obstáculo y es que al público, literalmente, le daba pena comprar dichos discos, porque el común del comprador, la consideraba non sancta y la clasificaban como nociva para las buenas costumbres.
La parranda colombiana
De la música parrandera no se tienen registros de músicas parecidas, ni en la estructura armónica ni en la autoría, pues es un ritmo colombiano, creado con características únicas y especiales de nuestro país.
Podríamos decir que algunos países latinoamericanos, tienen, por su esencia fiestera, ritmos con rasgos similares, pero nunca iguales. Se parecen más que por su estructura armónica, por sus letras y por la temporada decembrina en la que se intensifica el uso de sus músicas.
Las festividades de fin de año se adornan en Latinoamérica con ritmos como la soca de Trinidad y Tobago, que invadió también la región noreste de Venezuela y allanó el gusto del bailador de Guyana; la cumbia villera y el cuarteto cordobés, de Argentina; el aguinaldo y el seis chorreao, de Puerto Rico, la rumba de Cuba, La música de banda, de México y el merengue ripiao de República Dominicana.
La música andina colombiana se viste de parranda
Durante todo el año, los campesinos, al terminar la faena, tocaban con sus instrumentos de cuerda, los aires propios de la región, envueltos en poesías deslumbradas en los paisajes del campo y el amor de su morena. Pero para fin de año, la costumbre se generalizó en vestir su música de parranda, seducidos por la música bailable que llegaba al Valle del Cauca, del mono Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez o como se le conoció, El Jilguero de la Sierra Nevada de Santa Marta o El Trovador del Magdalena, con sus icónicas canciones como Dame tu Mujer José, La Araña Picúa, Ron de Vinola o El Brujo de Arjona, entre otros. Fue él quien le introdujo la guitarra a la música popular bailable.
Así es que, guitarras, bandolas, tiples, carrasca y percusión menor, ahora acompañaban las letras escritas con mucho cuidado y en doble sentido, con una vulgaridad y ordinariez de sencilla exquisitez, de amor y despecho, de las cosas simples como la del goterero que nunca colabora en la cuenta, o el mecánico que sueña con que su novia es un camión. La imaginación al servicio de la estructuración de las canciones.
El pueblo, las audiencias jóvenes y adultas, ya se acostumbraron a que, llegando diciembre, arriba también la música parrandera o los merengues, como también son llamadas las canciones que alegran el dial de las emisoras nacionales en la época de Navidad y fin de año.
La temporada del año en el que la parranda y la música tropical desplaza a la salsa en Cali
Cali, muy salsera y todo, pero en diciembre y en su historia rumbera consta que, en la temporada decembrina, se hace un alto en el camino para escuchar, bailar y consumir parranda y música tropical.
De hecho, la gran mayoría de éxitos, considerados, año tras año, como el disco de la feria de Cali, han sido de inspiración tropical Caribe. Aparecen algunas composiciones picarescas y de doble sentido, sin tener la estructura orquestal de la música de parranda, que se han coronado como el disco de feria de Cali, por ejemplo, en 1978: El Polvorete, interpretación de Alfredo Gutiérrez o en 2004 Juanes, con La Camisa Negra…
“Malparece que solo me quedé,
Y fue pura todita tu mentira
Qué maldita, mala suerte la mía
Que aquel día te encontré“...
En 2010, Son de Cali, de Javier Vásquez y Willy García, coronan su tema Vos me Debés, un currulao con frases alegres y populares, que denotan la idiosincrasia alegre y festiva del litoral Pacífico. Son temas alegres, con doble sentido e inspiración popular, pero sin la esencia costumbrista de la parranda paisa.
Los melomerengues
En las emisoras tradicionales de AM y FM, y en las estaciones virtuales, se programan desde septiembre y octubre, espacios especializados teniendo la temática definida de música parrandera.
Sin duda, el pionero en esta temática, es el programa radial Los Melomerengues, creado en 1980 por Darío Salvador Agudelo García, Don Melo, que se emite tradicionalmente cada fin de año, iniciando desde el mes de septiembre. Don Melo falleció el pasado 19 de junio y su hijo, Melo Junior, es el encargado de continuar con el legado de su padre, contando con un exitoso elenco de humoristas y repentistas.
La música parrandera desde Cali
En Cali ha habido varios intentos de crear y producir música parrandera. Ceir de Jesús Marín Velásquez, nacido en Quimbaya, Quindío y Luis Albeiro Marín Velásquez, nacido en el municipio nortevallecaucano de Cartago, iniciaron la agrupación que se llamaría Los Alegres Cordillera, quienes después de haber grabado hasta 1982, 11 discos de larga duración y 51 discos sencillos, determinan residenciarse en Cali. Es precisamente desde la capital vallecaucana, que siguen aportando al cancionero de la música de parranda.
En la década del sesenta del siglo pasado, apareció en la escena musical caleña, el profesor Numar o José German Mesa Agudelo. Era el parapsicólogo, músico y compositor que creó el almacén Disco Suerte, al que el pueblo acudía para comprar un baño de suerte, por los números ganadores de la lotería, para contratar sus servicios y sacar el mal de ojo y las malas energías. O incluso, para comprar la música grabada del profesor Numar con Los Alegres del Valle, agrupación creada a principios de los años 50 del siglo pasado por el acordeonista de Buenaventura, Emiro Antonio Caicedo.
A este par de grupos se sumaban conjuntos como Los Corraleros de Cali, Los Cali Boys, del gran Tito Cortés y otras.
De la parranda al despecho.
Los antioqueños, paisas de carriel, peinilla y guitarra, trabajaron duro abriendo la brecha de la música popular bailable en Colombia, consumiendo la música también conocida como montañera.
Esta fue inspiración de grandes compositores como Félix Ramírez, Arturo Ruiz Castillo y el Mono González, para intérpretes como Joaquín Bedoya y Agustín Bedoya, como Gildardo Montoya, José Muñoz, Octavio Mesa, Darío Gómez, Los Raros, Los Relicarios y Los 50 de Joselito. Todos ellos la cantan y seguirán cantando, gracias a la magia de su música fonograbada, los temas de picardía que, en cada temporada navideña y fin de año, alegran el corazón de los colombianos.
Darío Gómez Zapata se inició en la parranda para luego mudar sus interpretaciones a la música popular del desamor, incluso llegando a ser llamado el rey del despecho.
Lo cierto es que la parranda y la música de despecho han convivido en perfecta combinación, como aun lo hacen, en las cantinas y antros de la noche, en los que igual se llora por un desamor o se ríe por un bien aplicado doble sentido.
La parranda del nuevo milenio.
Desde finales del siglo pasado en la parranda se inició un relevo generacional que trajo la aparición de nuevos y jóvenes intérpretes, sobre todo en el área geográfica del departamento de Antioquia. Por nombrar solo algunos: Crisanto Alonso Vargas Ramírez, que conocemos como Vargasvil, quien pegó temas como El Gran León (1989) y El Abuelo (1990), John Jairo Pérez con temas como Letanías de la Infidelidad y Luchito El Arrecho (2007), El Pegao, de Johnny Rivera (2014), Como Aquí está el bobo, de Los de Yolombó (2006) y El Apachurrao, de Leonardo Marín (2008), además de intérpretes reconocidos como Los Chipucos y Horacio Grisales.
Si nos detenemos a leer los nombres de estas canciones, nos percatamos que le cantan a las cosas simples de la vida, a la cotidianidad y, en muchas ocasiones, melódicamente haciendo reír bailando, a un pueblo que pide con vehemencia ser alegre.
Escenas comunes de la vida, transcritas en una canción. Muy fácil reconocer el pegao, el que siempre se le pega a todos para ir a la fiesta, ain sin ser invitado. Pero a nadie se le ocurrió cantarle y reconocer que sí, sí existe. Reconocer al hombre mayor que se junta con jóvenes y anda de parranda en parranda, como lo dice Vargasvil con Mi Abuelo.
Es una manera moderna de hacer esta música, claro está, sin olvidar la parranda que se desprende del repentista, del improvisador, de quienes Antioquia y sus sectores rurales han dado a grandes y talentosos intérpretes como Cristian Estiven Querubín, Guacuco, Corozo, Viruta, Toto, Sirirí y El Pibe, entre otros.