¿Es posible que dos escritores que poco se conocen escriban un libro de conversaciones virtuales? No solo es posible, sino que el resultado resulta interesante. Al menos ese es el caso de ‘El ojo en la nuca’, un libro de diálogos entre los mexicanos Juan Villoro e Ilan Stavans.

Juan Villoro e Ilan Stavans se vieron por primera vez en San Antonio, Texas, hace muchísimos años, a medio camino de Amherst, donde vive Ilan, y del D. F., donde reside Villoro. Y la empatía fue inmediata. Había razones de sobra para que fuera así. Ambos escritores, rápidamente identificaron comunes denominadores: su amor por el idioma, su pasión por México y, entre otras, la afición por el deporte: el fútbol y el béisbol respectivamente.Luego de ese encuentro, fueron muy pocas las veces que se volvieron a ver. Sin embargo —bendita tecnología— esa amistad no planeada creció con el tiempo a través de correos, de mensajes, de una que otra línea fugaz que de tanto en tanto intercambiaban. Una amistad que, curioso, terminó convertida en libro, ‘El ojo en la nuca’, un diálogo entre dos amigos que “se conocieron sin conocerse”. La idea surgió hace dos años en la Feria del Libro de Guadalajara, cuando este par de amigos cibernéticos se sentó, por fin, a desayunar, el uno enfrente del otro. Stavans, escritor de ascendencia judía, nacido en México e instalado en Massachusets, donde es profesor de literatura, le propuso a Villoro hacer una serie de cinco diálogos en donde pudieran intercambiar ideas sobre su relación con México (y la diferencia que hay entre ser mexicano y mexicanista), sobre la búsqueda de un estilo propio en la literatura, sobre la relación entre cuerpo e intelecto, pero también sobre cosas más cotidianas: la cobardía, por ejemplo, la cultura de las telenovelas, el fútbol... A Villoro la idea lo sedujo. Nunca el hecho de ser poco conocidos lo detuvo. Por el contrario, le parecía que eso fomentaría la curiosidad y que, de haberse conocido mucho, “sería muy artificioso reproducir teatralmente cosas que ya hemos conversado”, escribió en el prólogo. El libro, editado por Anagrama, acaba de ser presentado en México. Y vale la pena leerlo. Es un ameno diálogo de 164 páginas entre dos personas que, a decir de Villoro, no son “ni amigos íntimos ni desconocidos”. Para conocer detalles de cómo se gestó este curioso proyecto, hablamos con Ilan Stavans, un apasionado por la conversación. ¿Cómo surge la idea de hacer un libro de conversaciones entre Villoro y usted?Desayunamos en el 2012, durante la Feria del Libro de Guadalajara. Yo venía de hacer un par de libros en forma de diálogo, uno sobre arte con el filósofo cubano Jorge Gracia, otro sobre saber morir con el poeta chileno Raúl Zurita. Le propuse la idea a Juan: establecer un mapa de nuestras afinidades, dejándonos llevar por la curiosidad, el asombro, la sorpresa.Resulta curioso, extraño casi, que nunca se vieron para hacer este libro...Sí. Para ‘El ojo en la nuca’, nunca nos vimos “en persona y personalmente”, como diría Cantinflas. Todo se hizo de forma electrónica. Una vez, de acuerdo con la premisa central, nos dimos una fecha límite para completar el libro: seis meses, digamos. Cada uno tenía el manuscrito por un máximo de tres días sin importar cuánto hubiera añadido porque siempre habría otra oportunidad de añadir o eliminar algo. Acordamos, pues, que cualquiera podía cambiar lo que le viniera en gana, siempre y cuando le avisara al otro —haciéndolo en otro color, por ejemplo— y asegurándonos de que la versión final solo se publicaría con el total y absoluto acuerdo de los dos. ¿Este proyecto arrancó como una entrevista y luego se va transformando en conversación?El arte de la conversación tiene un encanto singular. Es como el tango, o como un partido de tenis. Pero también es algo más: la oportunidad de explorar uno o varios temas profundamente con la ayuda de un amigo insustituible. Platón revolucionó la filosofía a través del diálogo. Juan de Valdés nos dejó una serie de diálogos sobre la lengua que siguen conmoviéndonos. Kafka era un conversador de primera. Lo mismo Borges y Octavio Paz. Los diálogos de Gabo con Plinio Apuleyo Mendoza, me atrevo a decir, están entre lo mejor de su obra. En suma, creo que la conversación es uno de los géneros más atractivos, por no decir espontáneos. Así que así fue desde el principio: los dos estaríamos al mando del timón.El libro aborda temas sobre intereses comunes: México, el fútbol, la literatura… Son cinco capítulos más un prólogo y un epílogo. Uno de los capítulos es sobre el dolor que nos causa México a cada uno de nosotros, de forma distinta. Otro es sobre el idioma. Uno más es sobre la tradición del ensayo. Está el capítulo sobre la literatura y el deporte. Y hay un capítulo sobre el arte de mentir. En el prólogo, por ejemplo, los dos hablamos de nuestras propias caras y de si proyectan lo que deben o más bien lo esconden.¿Hubo discusiones al final sobre qué cosas publicar y qué no?No cambiamos ni una jota. Se fue a la imprenta tal como lo escribimos. En realidad, yo diría —y creo que Juan estará de acuerdo— que nosotros no escribimos ‘El ojo en la nuca’ sino que el libro nos fue dictado. Nosotros fuimos meros amanuenses. ¿Cambió en algo la percepción que tenía de Juan Villoro después de estas conversaciones? Sin duda. Descubrí lo honesto, lo humano que es Juan. Descubrí que tiene un intelecto de primerísimo calibre. Pero al final ‘El ojo en la nuca’ sirvió para que aprendiéramos no solamente sobre el otro sino sobre nosotros mismos. En un momento dado, por ejemplo, él y yo hablamos sobre los premios literarios. ¿Sirven de algo? Nuestra posición al respecto es opuesta. Te confieso que yo mismo no sabía lo que pensaba al respecto hasta que me senté a comentarlo con Juan. Hay una frase famosa de George Santayana: I don’t know what I think until I see what I say; no sé lo que pienso hasta que no veo lo que digo.¿Cuál fue la revelación más curiosa o sorpresiva que le hizo Villoro? Hay muchas sorpresas en el libro: su opinión de Carlos Fuentes y la mía de Octavio Paz. En otra sección yo hablo de mi participación en rituales religiosos, donde consumí alucinógenos, que no es algo que he hecho público. Él habla de su padre, de su educación, de sus miedos.A propósito de esos rituales religiosos, usted cuenta que esos episodios con el yagé fueron en Colombia. ¿Qué tan cercano ha sido a nuestro país?Sumamente cercano. Visito Colombia a cada rato. Tengo grandes amigos escritores, catedráticos y pintores. Para la biografía que escribí de Gabriel García Márquez, estuve en Cartagena, en Aracataca, en Barranquilla, en Bogotá, en Medellín. Soy de la opinión de que, al lado del Quijote, ‘Cien años de soledad’ justifica al idioma español. He querido, a lo largo del tiempo, entender cómo se escribió, qué hay detrás de cada frase. Imparto un curso que hace una lectura talmúdica de la novela y que han tomado muchísimos estudiantes.Ya está en proceso la traducción de su biografía sobre Gabriel García Márquez. ¿Por qué la escribió en inglés y cómo cree que será recibida en Colombia teniendo en cuenta que aquí se ha escrito tanto sobre su vida y obra y que el mismo GGM escribió su biografía?Me inquieta la idea de ser traducido a mi propia lengua, pero ¿qué le vamos a hacer? Yo escribo en cinco idiomas: español, inglés, yidish, hebreo y espanglish. Verme traducido a cualquiera de ellos a un tiempo me alegra y me incomoda. Le debemos a ‘Cien años de soledad’ la reinvención de América Latina en el Siglo XX. Los clásicos son clásicos porque volvemos siempre a ellos desde perspectivas distintas. Eso es lo que hago con ‘Cien años de soledad’ en mi libro: proponer una interpretación diferente. Hay otros libros sobre Gabo que ofrecen más detalle, un análisis histórico dedicado a cierto tema y obsesión, indiscreciones sobre el autor o su familia. El mío es un balance crítico mesurado de sus primeros cuarenta años con especial hincapié en su obra maestra.Gabriel García Márquez: The Early Years me ha traído muchas satisfacciones. Se ha leído en todo el mundo. Hace poco estuve de gira por China, promocionando la traducción del libro que hizo un profesor. Quedé maravillado por el conocimiento que se tiene allá no solo de los Buendía (la gente siente que es casi un libro chino), sino por la pasión que hay hacia Borges, Rulfo, Cortázar y Neruda. Los chinos son grandes lectores de la literatura latinoamericana.Volviendo a ‘El ojo en la nuca’, Villoro es reconocido por sus textos periodísticos. Y es además un escritor renombrado. ¿Con qué faceta de él se queda?Juan es un ensayista admirable. En una época en que todo se escribe a golpe y porrazo, rápidamente, sus notas periodísticas son ejemplos de razonamiento ponderado. Y sus novelas, de ‘El disparo de Argón’ a ‘Arrecife’, están concebidas con enorme inteligencia. No podría escoger. Él es un escritor borgeano en el sentido matemático del término. Por cierto, a Borges le dedicamos unos párrafos claves de ‘El ojo en la nuca’.Borges quien, a propóstito, era un defensor de la conversación...Sí, lo cita Villoro en el libro: “Borges dice que toda la cultura proviene de un peculiar invento griego: la conversación. De pronto, un grupo de hombres decidieron algo extraño: intercambiar palabras sin rumbo fijo, aceptar las curiosidades y opiniones del otro, aplazar certezas, admitir dudas. De ahí proviene todo lo demás... Por eso celebro este diálogo, sólo lamento que entre tus palabras y las mías no se levante el humo de una taza de café”.