El profesor de la Universidad Autónoma Lisandro Penagos visitó varias veces La Casona, como es conocida la construcción en la que murió el escritor Jorge Isaacs, el 17 de abril de 1895. Su hallazgo es demoledor: la casa no sólo se cae a pedazos, sino que sufre las inclemencias de una zancadilla administrativa, según la cual no puede ser restaurada por estar ubicada en una zona amenazada por el Nevado del Tolima. GACETA publica un fragmento de esta extensa y reveladora investigación.

"¡Tome rápido la foto, antes de que se caiga la casa!”, me advirtieron. Se ha dicho bastante, y con suficiente razón, que la vida de Jorge Isaacs, el autor de ‘María’, novela cumbre del Romanticismo en Colombia, estuvo signada por grandes paradojas y contradicciones. Isaacs murió en la más absoluta estrechez económica, aunque desde hace 13 años su rostro en púrpura aparezca en los billetes de más alta denominación en Colombia. Se necesitan muchísimos de ellos para restaurar la casona en la que falleció, ubicada en Ibagué, Tolima, pero pocas son las esperanzas de conseguir los dos mil millones de pesos que se requieren para esa tarea. En el papel moneda, el escritor vallecaucano pareciera condenado al silencio. “¡Eh ave maría, más fotos a ese mamarracho!”... Escuchaba de todo mientras retrataba aquella casa ruinosa, La Casona, como aún se le conoce. Yo estoy frente a ella, cruzo la vía y subo a su encuentro. El paseo en familia, que es lo que en realidad me tiene en estas tierras, puede esperar. Dos perros salen a mi paso. Me acorralan. Me olfatean. Y mientras eso pasa, pienso: “Tengo que escribir esta historia”.Hay unas cuantas líneas lacónicas sobre la estadía de Isaacs en Ibagué y nada sobre La Casona. Nada. Lugar de paso, punto intermedio, única opción y sepulcro, son algunos lugares comunes. Es como si el Valle del Cauca aun no le perdonara haber partido al Tolima. Es como si La Casona debiera morir. Sin importar la considerable producción intelectual del autor, la casa en la que murió se derrumba. A nadie parece interesarle lo que puedan contar sus paredes y pasillos. Aunque hace cuatro años, en 2009, el Tribunal Administrativo del Tolima ordenó su restauración, este patrimonio histórico y cultural yace a la vera del camino que lleva a Villa Restrepo, eje turístico del Cañón del Combeima. Dos figuras jurídicas contribuyen al desmoronamiento. El inmueble figura en el Plan de Ordenamiento Territorial como bien de interés arquitectónico, pero es privado, y eso impide que se puedan hacer inversiones para su preservación. La casa va cayéndose en módicas cuotas mientas pasan los turistas. Y, sobre ella, una pancarta tan simple como descolorida informa lo elemental: Casa Jorge Isaacs. Pocos saben en realidad quién fue. Qué hizo y, menos, que en ese lugar murió. El paso del tiempo ha carcomido La Casona, sobre todo en el extremo izquierdo y ya casi alcanza la segunda habitación del segundo piso donde, se dice, falleció el poeta, el escritor versátil, el combatiente, el inspector de construcciones, el político, el diplomático prudente, el jurista en ciernes, el etnógrafo crédulo, el explorador minero, el soñador de quimeras y el perseguidor perpetuo de una riqueza que le fue esquiva. El hombre cuya vida sintetiza todo el espíritu de nuestro Siglo XIX.A La Casona regresé una semana después de mi primer encuentro, pero no pude entrar. La dueña, Lucero Moreno, no lo permite. Vive en Bogotá, me dice un chico. La Casona está en lo alto, alejada del bramido del río Combeima, que de cuando en cuando reclama sus cauces y se lleva parte de la desventura que habita en sus orillas: cultivos de pancoger y ranchos miserables. Cuando el Nevado del Tolima suda, lloran los ribereños. Es un volcán y su deshielo llena el cauce. A 450 metros de su orilla, el río tendría que subir 50 metros para tocar La Casona. Es curioso: la construcción se encuentra a salvo de los desastres naturales, pero no de las catástrofes administrativas. Absurdo es el argumento de que no se restaura la casa por estar en una zona de alto riesgo. En 193 años que tiene la construcción, el Combeima no se le ha arrimado tanto, solo la vigila y ella lo atisba. Eso me ayuda a ver con otros ojos los sedimentos aluviales de viejas crecientes y en puntos como La Rivera o El Silencio, donde termina la carretera, leo avisos de ruta de evacuación. Pienso en el viaje de Isaacs del Valle hasta el Tolima un siglo atrás. Lo evoco: veo baúles y arrieros, escucho cascos. Hay caravana. A caballo se llega a El Rancho y a La Cueva, últimos peldaños para comenzar el largo ascenso al nevado. Son caseríos nacidos al amparo del sendero de la ruta que comunicaba el centro con el occidente del país. En ello debieron pensar quienes, en 1820, construyeron La Casona en adobe, bahareque y tapia pisada. Sesenta años después, a mediados de 1880, llegó el escritor con su familia. Jamás volvería a Cali, donde nació. Eran tiempos y caminos difíciles.Pasadas ya las guerras civiles de 1851, 1854, 1860 y 1876, los atolladeros donde el barro llegaba a alcanzar el pecho de las mulas y las rodillas de los arrieros, eran solo comparables con la inestabilidad política de un país en formación. Faltaban las guerras civiles del 85 y 95 y la Guerra de los Mil días. Durante la primera, Isaacs se puso del lado de la rebelión contra el gobierno de Rafael Núñez. Pasada la contienda, el poeta huye a Fusagasugá, donde lo recibe su amigo Ramón Argáez. Teme retaliaciones políticas mientras su familia permanece en Ibagué. La Casona era su refugio. La ira vendría luego: al morir Isaacs, el presidente Miguel Antonio Caro se opuso a declarar el duelo nacional por la muerte del escritor.Llamo a la dueña de la casa, quien me entrega información amable y espontánea: La Casona tiene 16 habitaciones, 40 metros de frente y 6 de alto. Dos niveles, el sable de Isaacs, un afiche, su aguamanil y un pilón cansado de descascarar maíz. Solo hay escrituras de la casa a partir de 1850. A ‘María’, la novela que lo consagró, no le sobran los elogios, pero cómo le falta atención a la vieja casa. Lo sabe Lucero, su dueña. Ella es artista plástica y la directora de una Fundación que lucha por preservar el legado de Isaacs. Tiene la ilusión de que la casa sea recuperada y se convierta en museo para admirar de cerca elementos personales del autor: su espada, el libro original de ‘María’, su baúl, sus libros, su cama, su perchero. Lucero no la vende, solo quiere recuperarla para la historia de un país con mala memoria. ¿Cederla? Tampoco. Que la administre el Estado. Menos. La Casona está situada a escasos dos kilómetros de la Plaza de Bolívar, epicentro histórico de los ibaguereños. Un cuarto de legua que debían recorrer, todos los días, Lisímaco, Jorge y Daniel, tres de los hijos de Isaacs, dispensarios de un pequeño almacén de mercancías ubicado en la esquina donde hoy culminaba la antigua Calle del Comercio. Diagonal está la Catedral Primada de la Inmaculada Concepción, que comenzó a construirse en 1926. A la izquierda, donde hoy funciona la Librería Editorial MW, en el Palacio Arzobispal, hay una placa que reza: Aquí murió Jorge Isaacs. Lo cierto es que allí fue velado, pues su familia no quiso privar a sus escasos amigos de tertulias literarias y políticas del adiós postrero. Isaacs murió a las 6 de la tarde del miércoles 17 de abril de 1895 y su cadáver, al día siguiente, terminó en este lugar para recibir. Sus restos permanecerían allí por nueve años, siete meses y tres días, antes de ser exhumados y llevados a Medellín, como fue su voluntad expresa en una carta enviada a Juan Clímaco Arbeláez, en 1893: “Si aquí, en este lugar, me dan tumba prestada, que pronto envíe Antioquia por mis huesos: a ella le pertenecen”.La librería es pequeña. Entré en ella buscando información sobre La Casona y de ahí salí con la certeza de que el tiempo ha devuelto a través de la maltrecha morada, la indiferencia que el autor tuviera con el poblado de paso que lo acogió. Pero no hay que ser injustos: la reducida élite local sentía por Jorge Isaacs admiración y respeto; se destacaba su amigo, el también escritor Juan de Dios Restrepo Ramos (Emiro Kastos), quien le cedió libre de renta La Casona para vivir.Era un terrateniente culto al que su holgada situación económica le permitió el cultivo de sus aficiones periodísticas, literarias, alcohólicas y de mecenazgo.Tras revisar varios documentos, descubro que luego de sucesiones y divisiones, herencias, hipotecas, compras y ventas sucesivas, los linderos de la casa habitada por Isaacs durante sus últimos años fueron cambiando. Esa casa se fue quedando sola, acorralada y asediada. Comenzó a envejecer y a ser llamada La Casona.Puede entenderse el menozcabo de la casa porque nada de lo que escribió allí, bajo la luz titilante de una lámpara tan agotada como él, tuvo la trascendencia de su obra cumbre: ‘María’. El estado actual de la casa pareciera confirmar que el infortunio y la miseria no cesan de perseguir al último romántico de la nación. Pero cierto es que fue mucho más que un simple romántico. Fue un hombre versátil, apasionado y de múltiples facetas. Hoy La Casona ha de sentirse como él cuando le agotaba incluso ir al pueblo para cumplir con algún trámite de rutina. El asfalto la vigila. Un poste de la energía eléctrica parte su visual. Sus adobes han cedido al ladrillo. El barro al cemento. La teja de barro cocido al zinc. La madera al hierro. La Casona al tiempo y la memoria al olvido.