El argentino Leopoldo Brizuela habla de su galardonada novela 'Una misma noche', que tiene como telón de fondo la dictadura en su país. “La gente aprende a vivir con la tragedia y a sobrevivir”, asegura.

Nació en Argentina, en 1963. Es periodista, cantante, escritor y traductor. De ancestros catalanes y riojanos, desde niño se enamoró del mar mientras viajaba, extasiado, en los barcos petroleros donde su padre trabajaba, transportando el crudo entre La Patagonia y el puerto de La Plata: “He dicho que para mí un barco es un templo mucho más imponente que cualquier iglesia. Entrar en uno de ellos me provoca la misma emoción que se siente al empezar un viaje o una nueva relación amorosa”.Sus influencias literarias vienen sobre todo de los narradores del mar: Jack London y Joseph Conrad. De niño, Leopoldo Brizuela veía en su recio padre a una leyenda encarnada de los libros de aventuras del escritor polaco y a los 14 años arrancó a publicar sus relatos. A los 15 ya colaboraba como periodista en diferentes medios argentinos. Luego se fue a estudiar a Cambridge y, dos años más tarde, entró a estudiar derecho, carrera que abandonó para seguir la de Letras que abandonaría a su vez, para retomarla en 1993. Durante cinco años estudió canto con la famosa cantante, poeta, musicóloga y folclorista argentina, Leda Valladares. Alternaba sus presentaciones en público con la elaboración de su primera novela Tejiendo Agua, que le mereció el Premio Fortabat. Traductor de Henry James, Flannery, O’connor y Eudora Welty, el escritor argentino lamenta que ese trabajo “esté menospreciado porque no se tiene en cuenta la labor que implica poner en orden las ideas y el lenguaje de un escritor para transferirlo a otro idioma”. Para él es un trabajo cuya influencia es fundamental en su propia obra. Cuenta que cuando escribió Una Misma Noche, estaba inspirado en un libro de Laura Alcoba (Los Pasajeros de Anna, Jardín Blanco), una rioplatense como él, residente en París desde los 10 años, que sufrió durísimas experiencias bajo la dictadura, porque sus padres eran militantes. Su primera novela -autobiográfica- llamada La Casa de los Conejos, fue traducida por Brizuela en 2007. Después tradujo del portugués Nueve Noches, del escritor y poeta Bernardo Carvalho, una novela autobiográfica que analiza la relación de un hijo con su padre, tema vasto y complejo, presente en su propia novela. Entre las obras de Leopoldo Brizuela se destacan: Tejiendo Agua; Inglaterra. Una fábula; El Placer de la Cautiva; Lisboa. Un Melodrama. Fado. (Poemas). Ha ganado los premios Fortabat, de novela, Edelab, de cuento, Clarín, de novela, Konex, de cuento. El Premio Alfaguara de Novela en su versión de este año, lo ganó por su trepidante novela Una Misma Noche, de la cual dijo la presidenta del jurado de la XV edición, Rosa Montero: “Hay que destacar el estilo admirablemente contenido del autor, quien con economía expresiva consigue crear un texto perturbador e hipnótico. Se trata de un ‘thriller’ existencial”. La novela ganadora cuenta el drama de la dictadura militar en Argentina, que bien puede asimilarse al de otros países del Cono Sur, que sufrieron dictaduras similares, como Chile, Perú, Brasil o Uruguay. La obra, que se lee de un tirón, cuenta que una madrugada del año 2010 el escritor Leonardo Bazán ve, en medio del pánico, cómo ocurre un asalto en una casa vecina.Reuniendo datos posteriormente, infiere que la policía tuvo que ver. La clave está en que, en el momento mismo del asalto, el protagonista recuerda una noche de 1976 (34 años antes, plena dictadura militar), en que, junto a su padre, fue también testigo involuntario de otro asalto idéntico, en la misma casa. Ambos atracos fueron reales y la novela tiene mucho de autobiográfica. Al respecto Brizuela comenta que, como dice el escritor italiano Sciascia, hay autores que se demoran todo lo posible para escribir el libro que más los refleja, posiblemente porque entender a ese niño que todo adulto lleva adentro, y analizarlo en el entorno de su época y de su circunstancia, demanda un largo tiempo de reflexión y de investigación. Dice que escribió esa novela gracias a que en Argentina llegó un momento en que ya se pudo hablar de ciertas cosas, que antes eran tabú y cuya publicación podría provocar secuelas trágicas. Reconoce que escribió su novela “como llevado de una fuerza invisible que no brotaba de mí mismo, sino que me llegaba de algún lado inidentificable y me atravesaba”. Confiesa que el proceso fue apasionante y, a la vez, extenuante, “por lo difícil que resultaron la introspección, la reflexión y el arduo ejercicio de memoria para recordar esos 30 años transcurridos entre uno y otro episodio. Luego necesité décadas para poder ponerlos por escrito”. Acepta la denominación de ‘thriller’ dada por Rosa Montero a su novela, porque reconoce que es, ante todo, una historia de suspenso, cuyo propósito es mantener cautiva la atención del lector, tal como el protagonista vive en suspenso por la resolución del enigma descubierto. Y porque, además, contiene muchos elementos de novela negra. Dice que ganar el Premio Clarín, en 1999, fue determinante para usted. ¿Por qué?Porque yo tenía sólo 36 años y porque en el hecho de ganar premios hay un aspecto que muy pocas veces se destaca, y es que uno ha escrito durante mucho tiempo, sin que nadie se lo pidiera y sin que nadie lo entendiera demasiado. De pronto, hay tres escritores que leen tu obra, les gusta y deciden incorporarte al gremio. Es como la confirmación de que esa actividad solitaria no fue en vano. Por supuesto implicó también publicar en la prensa y ganarme la vida con la Literatura. Ahora, el Premio Alfaguara constituye otra etapa para consolidar una vida y dedicarla, con mucha más seguridad, a escribir.En su novela trata un tema muy sensible: la bota militar en la Argentina, la misma que aplastó todo el Cono Sur, en su momento. ¿Las experiencias de esos países son equiparables?Resulta interesante analizar esto porque, una cosa es saber que en cuanto a dictaduras las realidades latinoamericanas se parecen, o que la policía está corrupta en muchos de nuestros países, y otra cosa es vivir los acontecimientos ‘in situ’ y comprobar lo que sucede. Sin embargo es cierto que el sentimiento de las gentes respecto a estas tragedias es muy parecido y no tiene fronteras. ¿Y, al mismo tiempo, es unificador?Sí y muy profundo. Mi novela trabaja no solamente con grandes sentimientos sino también con experiencias muy pequeñas, de esas que no entran a la historia. Casi lo más importante para mí es cuando los periodistas apagan la grabadora y cuentan experiencias muy parecidas al tema de la novela. Ese es el mejor elogio, porque sé que al mismo tiempo que literatura, estoy produciendo memoria.El tema no sólo es interesante sino misterioso, por ejemplo el episodio de su niñez cuando, mientras usted toca el piano, asaltan su casa, usted sigue tocando, y, luego, olvida el hecho para recordarlo 34 años después, cuando vuelve a ocurrir en circunstancias idénticas. ¿Es ficción o es un hecho real?Le voy a contar lo que sucedió: en el pueblo existían unos procedimientos policiales que se llamaban ‘Operativos Rastrillo’: cercaban una cuadra y entraban en todas las casas para asaltarlas. Cuando nos llegó el turno a los de mi familia, los hombres obligaron a mi padre a ir por la casa abriendo cuartos y armarios y encendiendo luces. A mi madre un tipo armado le apuntaba en otra habitación y a mí, que estaba sentado al piano, me apuntaba con su arma, otro matón. Estaba solo con él y resolví ponerme a tocar el piano. Yo había olvidado ese episodio y -fíjese en el poder de la literatura- lo recordé leyendo a Marcela Sola, en El Silencio de Kind, donde hay una concertista exiliada que toca en un concierto para los militares. Ella tiene la esperanza secreta de quedarse a solas con alguno de ellos y preguntarle por el destino de una hermana desaparecida. En una escena memorable, ella se desmaya y viene tremendo lío. Cuando recordé el episodio que había vivido, me di cuenta del significado profundo que eso tenía, y de todo lo que prometía narrativamente. Solo recuperé esa memoria con intensidad y con la decisión de escribirla, cuando, en otras circunstancias, 34 años después del primero, presencié el otro asalto que narro en la primera escena de mi novela, que es una mezcla de realidad y ficción.El segundo asalto, que le recuerda a usted el primero, ¿cómo sucedió?Fue en La Plata. Yo volvía del teatro y vi varias cosas raras. Me encerré en mi casa a observar y no dije nada, pero al otro día, hablando con los vecinos, tuve la certeza de que todos habían visto lo mismo. Yo creía que a las 4:00 de la mañana, en un barrio común, todos estaban durmiendo. Pero no, todo el mundo vio lo que yo creí haber visto solo. Reconstruimos el rompecabezas y descubrimos que todo había sido orquestado por policías.Después de tantos años de estar hablando sobre la Dictadura, todos teníamos muy claro que había habido algo muy grande, con autos de la Policía, camiones, transmisores, los mismos métodos que habíamos vivido décadas atrás. Y allí arrancó, de nuevo, el agobio de un terror espantoso.¿Por qué, si ya habían pasado más de 30 años?Porque era como si aquella escena vieja me pudiera explicar por qué el miedo no nos había dejado actuar. Después de vivir la escena que narro, estaba yo en una plaza grande, vacía, un domingo a las 2:00 de la tarde y una amiga se me acerca y me dice en voz baja: “¿Qué pasó anoche?” Yo le respondí: “¿Por qué hablas así, si no hay nadie? Y me contestó: “Siento como si hubiera una enorme oreja que nos está escuchando”. Me contó entonces que ella vio al patrullero de la Policía y todos los movimientos de esa noche y me preguntó porque yo no había llamado a nadie por teléfono. Lo curioso y revelador es que yo mismo me preguntaba por qué hablábamos en voz baja, y me respondía que no habíamos recurrido a nadie porque estábamos atenazados por el miedo.¿Qué respuesta encontró usted a sus preguntas?Los dos tiempos en que transcurre la novela tienen diferencias. No se trata de que el personaje sienta que todo puede equipararse en ambas épocas, ni que éstas sean iguales. La novela parte del asombro de constatar cómo es posible que después de 34 años, con todo lo que pasó, sigan ocurriendo estas cosas. Y en cuanto a las diferencias: mientras en 2010 la gente sabe bien lo que está pasando, tiene un miedo espantoso y comprueba la existencia de ese miedo, en 1976 la situación era tan extrema, que la gente no experimentaba miedo porque se había acostumbrado a él. Le explico: hay una escena que le pasó a unos tíos míos cuando estaban comiendo en familia y empezaron a sonar tiros a tres metros de distancia; la única reacción fue correr un poco la mesa para quedar al abrigo de los tiros, subir el volumen al televisor y seguir comiendo. Había una especie de anestesiamiento. La gente aprende a convivir con la tragedia y a sobrevivir.¿Por qué escribir sobre un tema del cual han escrito tantos autores?Creo que a un país no le bastan tres décadas para sanar heridas tan profundas. Hay heridas que no sanan así. Son temas tan dolorosos, que se suscita una gran impaciencia para pretender que ya han pasado. Como cuando un enfermo quiere sanarse cuanto antes. ¿Cuándo un adulto llega a entender lo que fue de niño? Históricamente, en Argentina pudimos hablar por fin de lo que le había pasado a los ciudadanos comunes solo muchas décadas después. Pienso que es natural que cuando un tema es muy doloroso y profundo, siempre haya alguien que no tenga paciencia.¿Le resultó liberador escribir esta novela?Sí. Aunque haya sido vertido a la ficción, esos asaltos fueron reales y yo experimenté una sensación horrible. Del recuerdo de esas dos circunstancias sale toda la novela. La verdad es que ninguno de los que presenció los hechos declaró, ni fue llamado a declarar. Todo el mundo se dio cuenta de lo que había pasado,pero nadie habló. ¿Qué hacer entonces con todo lo que sabíamos? Decidí escribirlo y creo que fue liberador porque lo dije todo y, mucho más, porque inventé cosas. Es impresionante el miedo que se palpa y que usted ha logrado hacer subyacer a lo largo de toda la novela.Hay un miedo perenne y enfermo, producido por el sentimiento de culpa que reina en una sociedad así de maltratada. El personaje es tremendamente duro con su propio miedo. Un miedo incrustado en la sociedad, especialmente en su parte masculina.Una sociedad que no le permite al hombre tener miedo, ni llorar.Sí, para el hombre recordar un acto de cobardía, como le pasa a Lord Jim, en los libros de Conrad, puede ser muy difícil. Pues bien, en una dictadura lo más obvio es que todo el mundo tenga miedo y por eso el personaje se condena a sí mismo por su gesto de cobardía. Es verdad que la novela está llena de culpa. ¿Es también un miedo a la censura, no?Sí, pero un miedo absolutamente injustificado. Cuando Rosa Montero anunció el premio y dijo que era una novela sobre la dictadura, todo el mundo me decía “¡Huy!, ¿qué va a pasar?, ¿cómo te metiste con eso? Y en todas partes me preguntan cómo fue el recibimiento en Argentina. Sin embargo, su novela no está enmarcada sólo en el tema de la dictadura.Así es, es un telón de fondo, con sucesos y actuaciones muy puntuales, pero quise también explorar unas imágenes que se me habían convertido en obsesiones, a las que decidí inventarles un pasado y un futuro, y construirles una historia. Esas imágenes me pertenecían desde los tiempos de la dictadura, que es una circunstancia muy importante pero no la única que puede servir de denominador común con otras historias de dictaduras militares, sino que hay también factores determinados por conflictos humanos, siempre presentes en las relaciones familiares.¿En qué momento se convirtió Jorge Luis Borges en una influencia tan grande para usted?¡Desde que lo leí de muy chico y lo entendí de muy grande! Risa. De hecho, él aparece en la novela como personaje. Hace meses, mientras corregía la novela, tuve que analizar en clase para mis alumnos un cuento de Borges. Y aunque no había recordado su obra mientras escribía la novela, me di cuenta de que es muy borgiana: las concepciones sobre la memoria, sobre la propia identidad, esa duda de si la realidad existe, o si es algo que sólo nosotros vemos, la idea de un acto único en la vida que, de golpe, le revela al personaje quién es. Incluso, cosas técnicas como el doble final, porque me interesó mucho cuidar que mi novela pudiera interpretarse de las dos maneras: que el personaje llegó a una verdad, o bien, que se quedó loco en su propio afán deductivo, porque nadie lo ayudó, y como nadie lo ayudó, no sabe si llegó a una verdad, o si lo que realmente pasa es que está delirando. Yo, la verdad, podría decir que “llevo a Borges puesto”.¿De Eugenio Montale y Emily Dickinson, sus poetas preferidos, qué le atrae especialmente?Que tienen algo que también quiero para mi prosa: un gran lirismo con mucha precisión en el lenguaje, en la descripción de las cosas, pero no lirismo desbocado y confuso, sino de una enorme precisión métrica y rítmica, así como descriptiva. Montale tiene poemas alucinantes. De Dickinson me encanta la figura increíble de la modernidad, de una persona que también trabaja con las pequeñas experiencias, dándoles un gran nivel místico.Para este argentino, escritor, traductor y cantante, Leopoldo Brizuela, magro y nervudo, lo auténticamente terrorífico en su novela no es el asalto de la policía, en sí, sino que el personaje se enfrentara a una dictadura que podría durar 40 o 70 años y, simplemente, terminara acomodándose a llevar una vida dentro de eso. Después de olvidar y recordar, de investigar y decantar por años esta historia, Brizuela escribió Una Misma Noche entre las 6:30 y las 8:00 a.m. durante un poco más de un año, trabajando encima de una cama, en posición de Buda y escribiendo con papel y pluma. Sobre los grandes temas de su novela, el miedo, la culpa y la cobardía, dice: “La cobardía no solo es del héroe sino de todos los personajes. La novela trabaja sobre todo con el miedo. Por otra parte, me interesa esa capacidad tan propia del ser humano de olvidar lo que no le interesa o le produce dolor. La memoria es una entidad en constante mutación, que nos permite modificar nuestro propio pasado”.