Gabor Bene fue uno de los invitados de Smart Films, el festival nacional de cortos hechos con celulares. Nacido en Hungría, y después de haber participado en rodajes como ‘La virgen de los sicarios’, quedó ciego hace 13 años. ¿Qué es ver?

- ¿Qué es ver?, se pregunta Gabor Bene, y enseguida, ensaya una respuesta.  - Lo interesante no es ver o no ver. Lo interesante es: ¿cómo vemos en realidad? ¿ De verdad tú, que puedes mirar, ves? ¿Qué es lo que ves? Quizá un ciego no es la víctima y alguien que ve no es el afortunado. Depende. No hay que sentir pena por alguien porque es ciego. Hay que sentir pena por alguien que no pueda realizarse. Gabor Bene es director de fotografía. Ciego.  ***Gabor nació en Hungría. Su padre, que era arquitecto, tenía  dos grandes amores además de reconstruir los edificios destrozados en la guerra: la música – coleccionaba música clásica – y hacer fotos de sus hijos. Cuando Gabor tenía diez, su padre le regaló una cámara. Y ahí arrancó: cuarto oscuro improvisado en el único baño de la casa, dedos manchados de amarillo por los químicos, la dictadura. Gabor creció en medio de una dictadura comunista impuesta por la Unión Soviética, que había ocupado al país desde 1945. Curiosamente lo que se escribía en la prensa y en los libros estaba muy vigilado – los escritores de Europa  aprendieron a decir sin decir, a utilizar la ironía- pero en cambio a las películas, a las imágenes, no se les prestaban tanta vigilancia. Así que a Hungría llegaban buenas películas y Gabor pudo ver no solo posiciones políticas distintas a la dictadura, sino también el primer desnudo de su vida. En su tiempo libre trabajaba para un estudio de fotografía que quedaba en el primer piso de su edificio. Gabor  hacía copias de fotos de actores que salían en revistas alemanas y que él luego vendía en los estancos. También había una industria secreta que comercializaba las copias de las fotos de Play Boy. Ante la dictadura, el contrabando. - La fotografía y el cine eran como un medio para escapar de la que yo llamo ‘la dictadura de los celadores’.  Porque como todas las dictaduras, la de Hungría era corrupta y había pocas opciones: o eras actor, artista,  o eras deportista para tener ciertos privilegios. Y los privilegios eran importantes porque podías tener una nevera. O podías estudiar. Pobreza había, y dura. La clase obrera era tan explotada, o más incluso, que en el capitalismo más puro.  [[nid:570653;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p6gacetaagos28-16n1photo05.jpg;left;{Gabor Bene y el director argentino Sebastián Alfie.Foto: Material de prensa del documental Gabor, de Sebastián Alfie.}]]Cuando tenía 17, Gabor decidió escapar. Era obligatorio ir al Ejército. Y él no veía porqué. Lo echaron del colegio, empezó a trabajar en un mercado, y como tenía tiempo libre leía todo lo que tenía a su alcance.  También hacía las diligencias para falsificar sus papeles. Su hermano  había salido del país y nunca volvió.  - Así que engañando un poquitín me salvé del Ejército, y el Ejército se salvó de mí. Gabor llegó primero a Alemania. Y como a los periodistas nos suena tan interesante, dice,  es lo que primero escribimos: trabajó limpiando cadáveres.  En realidad lo que pasó fue que llegó a un país sin conocer su idioma, sin papeles en regla, entonces lo que se piensa es: ¿qué voy a hacer? Sobre todo no sabes lo que quieres hacer, pero sí sabes lo que NO quieres hacer: trabajar en una oficina, tener la vida reglamentada.  - No escapé de Hungría para sentarme, así que lo que hice fue tomar trabajos ocasionales. Y entre esos trabajos, el de limpiador de cadáveres. Cuando tienes 19, estas cosas son casi interesantes. No me repugnó para nada. Además sabía que era por unos días. Lo mismo que yo hacía  en ese momento era algo muy generacional. En mi escapada también me encontré con chilenos  y con argentinos que huían de sus países.  Cuando llegó a España, muchos años después y con un diploma de cine bajo el brazo, volvió a hacer lo mismo: a nadie le importaba que hubiera estudiado cine, que se hubiera graduado, entonces Gabor volvió a lo ocasional: lavar platos.  Antes de que pasara eso se había  devuelto a su país porque quería hacerlo, porque sentía que ya era hora de dedicarse a un proyecto en serio. No podía seguir así,  como chaperón de ocasiones en la vida, limpiando muertos o lavando platos. [[nid:570656;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p6gacetaagos28-16n1photo06.jpg;left;{Gabor, camisa roja, en un día de rodaje. Foto: Material de prensa del documental Gabor, de Sebastián Alfie.}]]Además en Hungría ya había pasado un poco la represión, aunque  cuando llegó vio el invierno, todo gris, la cara triste de la gente, “todavía mucho KGB en el ambiente”. Y como lo único que sabía hacer era tomar fotos, Gabor entró becado a la escuela de fotografía y cine. La beca se acabó y  debió contrabandear de nuevo para ganar dinero. Para sobrevivir, a veces  necesitamos eso: una doble vida.  Cuando Gabor se graduó  en Hungría fue cuando volvió a España, lavó platos primero, tuvo suerte después. En Madrid terminó como director de fotografía de comerciales, documentales, videoclips, y de repente le llegó un contrato generoso, soñado: un productor le propuso filmar en cada país de América Latina el despegue de un avión de American Airlines. Gabor siembre había querido venir,  primero seducido por una novia colombiana, y segundo por ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez.  En la primera estación del contrato, Panamá, sin embargo, todo se acabó. El productor que lo contrató se fue del país sin más y Gabor quedó en el hotel con todas las deudas por pagar. Entregó su equipo fotográfico mientras conseguía  dinero haciendo videos en la zona franca. Cuando se liberó de la deuda, se dijo: ya estamos acá, me voy a conocer el país de ‘Cien años de soledad’.  *** -¿Qué es la ceguera? -Para mí la ceguera es cuando ya no puedes volver a leer nada, ni una sola letra, ni siquiera con la ayuda de lupas y aparatos que te hacen parecer un marciano. *** Gabor llegó a Colombia sin un peso, pero de a poco empezó a trabajar. Hizo la fotografía en documentales de naturaleza, comerciales, telenovelas, fue director técnico en la película ‘La virgen de los sicarios’ de  Barbet Schroeder. - Me metí en la industria. Pero tenía 40 años y siempre a esa edad hay un vuelco profesional y personal. Nació mi hija y además empecé a perder  la vista. Fue un punto de quiebre como persona. Se derrumbaron varias cosas a la vez, una provocada por la otra. La vida familiar se fue al carajo. Gabor se fue quedando ciego poco a poco. Lo notó cuando se empezó a tropezar con todo: los cables, las mesas. Mientras trabajaba en dos telenovelas  tuvo una caída vertiginosa. Gabor trataba de esconder lo que le pasaba, de aguantar. Pero el glaucoma, que al principio no presenta síntomas, le hizo perder gradualmente la visión.  El problema empezó con una infección ocular que contrajo  mientras rodaba en el Amazonas. Gabor entró en pánico y decidió someterse a cirugías. Pero si iba a perder totalmente la visión en cuestión de varios años,  con las cirugías la perdió en año y medio.  - No acuso a nadie.  Me fui a lo drástico a ver si arreglaba el problema del todo, en vez de  esperar paulatinamente a perder la visión. Y me fui por lo drástico porque necesitaba trabajar. Pero fue lo peor.  En 2003, ni con trucos, aparatos,  podía leer.   -No sabía qué hacer, los ahorros se quemaron en las operaciones, la vida familiar se acabó, los amigos también, y yo decidí  trasladarme de Colombia a España para estar con mi hija de un año y medio y también porque, te repito,  no sabía qué hacer. En España no podía tener ninguna ayuda estatal porque no era español. No tenía derecho a ningún tratamiento. Pero decidí quedarme, por mi hija.  Con una hija de dos años no importa mucho si eres ciego o no. La niña tiene que comer, cambiarse, ir al jardín. Y ambos aprendieron a cuidarse juntos. La niña daba el primer paso, y Gabor la seguía. Se las arregló también para cocinar, para cambiarle los pañales.  - Fue como una dura escuela sobre la ceguera; aprender a no ver con una niña de dos años a tu cargo. ¿No tienes hijos? Ya verás cómo es eso.  [[nid:570659;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p6gacetaagos28-16n1photo01.jpg;left;{Transcurso de un día de rodaje. Foto: Material de prensa del documental Gabor, de Sebastián Alfie.}]]Gabor no contemplaba seguir trabajando como director de fotografía. Era absurdo, por supuesto. Sabía que su carrera se había acabado. El dilema se resumía a algo mucho más básico: cómo seguir viviendo. Cómo no romperse la pierna en el mismo punto todos los días. Porque le pasaba: se golpeaba con las mesas, las patas de la cama,  en el mismo lugar una  y otra vez. La herida se abría nuevamente cada tres días. Así que aprender a caminar entre los  objetos fue uno de sus primeros objetivos. Después cocinar. ¿Qué preparar y qué no? Cerciorarse también de que dejó todo limpio en el baño. ¿Cómo? Oliendo el papel. -Llegas a cero. A una dependencia como la de un niño. Pero en ese momento el mundo no tiene la novedad que tiene para un niño. Es un horror. Aunque esa sensación es  solo durante una época. Después pasa. Te levantas y aprendes a manejar ordenadores, celulares, puedes, con la ayuda de la tecnología, leer un libro otra vez, que es una maravilla después de no leer nada. Y empiezas a buscar algo para generar dinero, porque la pobreza ya está. Gabor intentó varias cosas. Como habla varios idiomas, hizo un máster para ser traductor. No funcionó. Entonces vendió lo que aún tenía y comenzó a comprar cámaras para alquilarlas.  Pero llegó la crisis de España, un cambio vertiginoso que nadie tenía muy claro. Y lo de alquilar tampoco era lo suyo. Es como ser periodista y dedicarse a vender plumas. No es lo mismo.  Gabor en todo caso insistió y comenzó a trabajar con imágenes sin ver. Además de alquilarlas resolvía los problemas de las cámaras,  del HD, la alta definición. Y un día cualquiera le propusieron hacer un documental que contara su vida.  *** “Al conocer a Gabor comprendí que su historia era demasiado interesante como para no ser contada. Un director de fotografía que se queda ciego no solo es una broma cruel del destino, también es una metáfora en sí misma. Luego, al tratarlo, me di cuenta de que más allá de sus circunstancias excepcionales, de su lucha de superación, había en Gabor una personalidad rica y compleja. Y me propuse mostrarla de la manera que, creo, sirve para conocer mejor a una persona: trabajando juntos, filmando. Gabor Bene no solo perdió la vista, en ese mismo momento también perdió su herramienta de trabajo y su sustento. Sin embargo, en vez de abandonarse a la autocompasión, salió adelante con una fórmula infalible: riéndose de sí mismo. En ‘Los abrazos rotos’, el personaje del director dice: “ya me quedé ciego, ¿qué es lo peor que me puede pasar ahora? Esta es la filosofía de Gabor y es este es el subtexto que recorre esta película de punta a punta”, escribe el director de cine argentino Sebastián Alfie. Y sigue: “Durante una charla Gabor me recomendó ‘El maestro y Margarita’, del escritor  Bulgakov. Hay un dato sobre este libro que me resultó muy significativo: el manuscrito de esta novela se quemó y Bulgakov tuvo que escribirla de nuevo, de memoria. Pensé que si un escritor podía escribir una novela de memoria, quizás un director de fotografía podía hacer lo mismo, filmar desde su memoria. Me propuse hacer avanzar la historia con una pregunta por lo menos insólita: ¿podría Gabor volver a participar en el equipo de un proyecto cinematográfico?” Sebastián es el director de un documental que lleva el nombre de su protagonista, aunque ese protagonista no actúa: Gabor. Es la historia de cómo él, pese a ser ciego, hace un corto sobre  personas que quedaron ciegas y que están esperando su recuperación  a través de una operación en los Altiplanos de Bolivia. - ¿Qué es ver?  *** Gabor habla a través de Skype desde Vancouver, Canadá. Allá encontró algo que le gustó: estudiar una carrera cuya traducción al español es más o menos ‘trabajador social’, ‘terapeuta’. Se cansó de alquilar cámaras, y quiso aprender algo que le sirviera a los demás. A  cambio de que el Estado canadiense le costeará los estudios, debía hacer 50 horas de trabajo social.Gabor volvió a Barcelona con un perro guía  que también necesitaba, y buscó la manera de hacer el  trabajo social.  Se encontró con una agencia que tenía un proyecto con jóvenes de orfanato de todas partes del mundo, con  problemas de drogas pero también líos legales con sus papeles. Cuando cumplieran lo 18, sino empezaban a estudiar, los echaban a la calle. Una bomba de tiempo. A Gabor le dieron una clase con ellos, y él les empezó a proyectar cortos que conocía muy bien para hablar después de lo que veían. Y funcionó. Los muchachos, a través de lo que analizaban en la pantalla, comenzaron a hablar también de sí mismos, de lo que nunca le comentaban a nadie.  Las 50 horas se convirtieron en dos años.  -Ese es mi plan: aprovechar el cine como instrumento social. También se trata de crear un nicho para las condiciones que  tengo. Ser ciego es parte de mi identidad. Tengo que crear  un entorno donde más o menos pueda funcionar. Crear su entorno fue lo que hizo en el documental de Sebastián Alfie. Gabor imaginaba los encuadres que se necesitaban, solucionaba problemas técnicos, daba sus opiniones sobre cómo debían hacerse las cosas. - Es uno de los pocos documentales sobre la ceguera que no es depresivo, al contrario, hay mucha risa. No risa gratuita. Risa con razón. Pero el documental también deja claro que la relación con el director es de altos y bajos, como en todas las relaciones entre un director de fotografía y un  director. Son amigos y enemigos. A la vez. Como un matrimonio provisional, una amistad de ocasión. Mi participación es casi tan importante como el tema. Eso me molesta un poco, porque yo aspiro a no ser solicitado como ayuda en un rodaje porque soy ciego. Pero  hay que decir que quizás yo veo cosas diferentes, o miro aspectos diferentes, desde que no veo. No es que tenga la verdad por estar ciego, no, sino que por contraste, por experiencia, tienes una nueva manera de mirar las cosas. Pero  no quiero ser llamativo por ser ciego. Sé que eso le llama la atención a la gente, que eso vende. Como una rubia de senos grandes. Pero no quisiera que el centro fuera ese. Lo interesante  no es ver o no ver. Lo interesante es: ¿cómo vemos en realidad? Esa es la obsesión de Gabor. Cómo ver sin ver. Otros en cambio tienen una obsesión distinta: que las personas ciegas hagan lo mismo que las que pueden ver. Gabor no está de acuerdo. Si se es ciego, hay que construir un mundo propio. Punto. Intentar hacer lo que hacen los  demás es fracasar.  - La solución es decidir,  en tu mundo de ciego, qué es lo que quieres ver, qué es lo que quieres ser. Al final la meta no es ver entonces. Es construir cosas nuevas, aprender cosas nuevas, en nuestra condición. Se trata de ver en el nuevo mundo en el que estamos. Aprender tus propias maneras. No tienes la visión, pues aprende a suplantarla. Y suplantarla es aprender que no es tan importante la visión.  ¿Qué es lo que ve? No solo el tacto, el olfato, no es eso. Es tu mente y tu educación la que ve. Tampoco estoy haciendo una apología a la ceguera, es absurdo, pero si soy ciego es así. El debate, la cuestión, es esta: ¿cómo podemos darle la vuelta a hechos consumados, la ceguera? Lo bonito para ti es distinto a lo que es bonito para los que ven, pero es también bonito. La belleza sigue ahí, solo tienes que recibirla de otra manera. 

 “Volver a filmar fue “como estar en casa… mejor que estar en casa”, dijo Gabor durante el rodaje del documental que lleva su nombre.