“Yo soy radical en mis principios y posturas estéticas. No las negocio”, dice Diego Fernando Montoya, director del Teatro del Presagio de Cali.
Acaso ese epíteto -radical- no solo aplique para una definición en su oficio sino más bien como un dictamen existencial. Diego es extremo, no se anda con contemplaciones ni con complacencias y quizá esa virtud explique por qué el Teatro del Presagio se haya convertido en los últimos doce años en uno de los centros de pensamiento, de memoria, por supuesto de drama y conflictos, más fecundos de la ciudad.

Llegó a Cali hace 25 años, conoció el Teatro Experimental al mando de Enrique Buenaventura y también la ebullición artística de los años 80. Conoció esa ciudad que erigía mitos en un país del tercer mundo fracturado por la guerra y la droga. Conoció esos mitos, bebió de ellos y luego vio su crepúsuculo, su decadencia lenta.

Sentado en una de las sillas del teatro que dirige -horas más tarde se presentará ‘Esos que fuimos otros’, obra montada por una compañía panameña y escrita por él, que trata de desentrañar el significado de ser latinoamericano- lo va diciendo todo, lo va tejiendo con una cierta elocuencia exasperada, como si aquello lo hubiera dicho, pensado, masticado demasiadas veces. Pero lo dice porque también es obstinado y acaso eso también explique por qué El Presagio siga vivo.

¿Usted cree que se puede hablar del mito de Cali como una de las ciudades en las que se gestó el teatro en Colombia?
Por supuesto, eso es innegable. Entre los años 60 y 80 el TEC era uno de los mejores grupos de teatro no del país, sino de todo el mundo. Grotowsky vino a Cali buscando al TEC y a Enrique Buenaventura y desde el TEC se empezaron a formar una serie de grupos de teatro independiente que, junto a lo que pasaba en Bogotá con el Teatro la Candelaria, definieron la ruta de lo que eran las artes escénicas para Colombia y se convirtieron en referentes internacionales. Buenaventura fue un genio que, además, estuvo rodeado de un montón de gente muy talentosa. Ellos formaron todo ese gran movimiento que permitió el surgimiento del teatro Esquina Latina, del Teatro La Máscara, de Grutela y que terminó por influenciar a casi todas las compañías que se dedicaron al teatro como arte en el país.

¿Ese brillante estado de cosas se mantiene?
No, no se mantiene. Eso se perdió, a finales de los 80 y durante los 90 sucedieron varias cosas que hicieron que el teatro en Cali entrara en decadencia. Por un lado, el teatro dejó de ser vocacional para mucha gente, porque quienes querían ser actores dejaron de empezar a hacer parte de las compañías y de los grupos teatrales para empezar a ir a la escuela de Teatro de Univalle o de Bellas Artes, en donde la formación es para licenciados, es decir, para pedagogos. Entonces estos jóvenes ya no veían el teatro como el trabajo que se hacía en con un grupo, sino como una formación académica para terminar como profesor o algo parecido. Y por otro lado, sucedió que la aparición del Ministerio de Cultura y la desaparición de Colcultura, empezó a convertir a las personas que hacían teatro en burócratas que trabajan para presentar proyectos y obtener recursos. Nos convirtieron en personajes de Kafka.

¿Cómo es eso exactamente?
El Ministerio de Cultura, lo mismo que las Secretarías de Cultura, aparecen con una visión tecnócrata del teatro y de las artes en general. Entonces para entregar los recursos empezaron a poner a los artistas en tediosos y largos procesos de hacer proyectos todo el tiempo para participar en convocatorias y eso empezó a ir detrimento del arte. Un director de teatro no puede dedicarse tres o cuatro días a la semana a escribir proyectos y a buscar los documentos necesarios para participar de los recursos, porque entonces a qué hora hace teatro, en qué momento. Así que poco a poco, quienes hacían teatro empezaron a convertirse en burócratas que no les interesaba hacer arte de verdad, sino simplemente cumplir con los requisitos de la Secretaría de Cultura o del Ministerio para acceder a los recursos. Eso explica en gran medida el estado actual del teatro en Cali.

¿Y cuál es ese estado?
En Cali hay en este momento alrededor de 13 espacios independientes para el teatro. ¿Cuántos de esos espacios tienen compañía actoral propia? Solo tres, que son el Teatro Esquina Latina, el TEC y el Teatro del Presagio. Los demás son teatros que alquilan el espacio para grupos y para eventos diferentes y que concentran sus esfuerzos en cumplir con los requisitos para ser salas concertadas y recibir los recursos del estado, pero aportan muy pocos en términos de creación artística. Hay teatros en Cali que reciben dineros públicos y que llevan hasta diez años sin presentar un estreno propio, es decir, que se llevan unos recursos para pagar un arriendo, para pagar los gastos administrativos, pero no para hacer arte, que finalmente es lo que deben hacer.


Y en términos de presupuesto, ¿cuál es su visión?
El estado nos está entregando miserias. Si uno hace una comparación, por ejemplo, con Medellín, que es una ciudad con un número de habitantes semejante al de Cali, y para no hacer la comparación con Bogotá porque realmente no hay cómo, hay que decir que Medellín tiene 50 espacios teatrales. Hablemos de la Ley de Espectáculos (una ley que exige que un porcentaje de la boletería de los eventos culturales que se hacen en las ciudades vaya a un fondo para reinvertir en cultura) que en Cali en 2016 generó $1640 millones. De ese dinero, alrededor de $940 millones se invirtieron en los espacios públicos del estado -Teatro Municipal, Teatro Jorge Isaacs- y $700 millones se fueron a espacios independientes. En medellín esos recursos son de cerca de $10.000 millones de los cuales se les entrega a los espacios independientes alrededor de $7.000 millones. Entonces no solo tienen una bolsa de recursos mayor, sino que además el porcentaje de lo que se destina para los grupos independientes es mayor.

Pero Medellín es una ciudad que tiene más recursos...
Sí, eso es cierto. La pregunta es ¿por qué? Medellín hace grandes eventos, lleva a grandes grupos como Guns N’ Roses o a Madonna y de allí salen buenos recursos para Ley de Espectáculos. Hace 20 años no era así. Lo que pasa es que a finales de los 90 en Medellín empezaron a entender la necesidad de invertir en cultura para transformar la ciudad pero sabiendo que invertir en cultura es invertir en quienes generan arte y cultura, no solo en eventos como la Feria o los grandes shows. Y ese es uno de los problemas de Cali, que aquí los funcionarios públicos tienen una visión de la cultura como show, como evento mediático. Aquí se mira con buenos ojos a los grandes eventos como la Feria de Cali o el Petronio, pero se mira con sospecha al artista. Pero esto hace parte de toda una serie de cosas absurdas que suceden en Cali. El Teatro del Presagio, que tiene un elenco de 8 personas, más quienes están en el área administrativa, requiere mínimo $350 millones para su funcionamiento anual. La Secretaría de Cultura le entrega $10 millones y el Ministerio de Cultura $25 millones. Estamos tratando de participar en las convocatorios para recibir recursos de la Ley de Espectáculos, pero no podemos porque el POT de Cali dice que no tenemos el uso de suelo adecuado y llevamos varios meses tratando de cambiar eso pero no se ha podido, planeación no lo ha hecho. En Medellín al Teatro Matacandelas le dieron el año pasado $750 millones de pesos para que construyera su teatro y este año les dieron $450 millones para equipos de luces.

¿Cómo hacer para regresar a la Cali mítica de los 60 y 70 en el teatro?
El gremio debe unirse más, debe luchar en conjunto por mejores políticas porque si eso se lo dejamos a los funcionarios no va a pasar nada. El gremio debe unirse para luchar por los recursos y por las políticas, por un lado. El Estado debe escucharnos de verdad. A nosotros nos llevan, por ejemplo, a discutir temas como el Festival de Teatro, y discuten y al final no hacen nada de lo que nosotros proponemos. Por ejemplo, el pasado Festival de Teatro lo hicieron con entrada gratuita, lo cual realmente es desastrozo. Es bueno para los funcionarios que pueden mostrar estadísticas, pero nosotros dijimos que era pésimo para formar público porque la gente empieza a acostumbrarse a la gratuidad y esto no puede ser gratuito. Desde el Teatro del Presagio llevamos todo un proceso de educar al público, de enseñarle un trabajo de calidad por el cual deben pagar, y entonces llega el Festival de Teatro gratuito a acabar con ese trabajo que venimos haciendo. Pero para contestar a su pregunta, yo creo que las políticas públicas deben encaminarse a apoyar a los grupos independientes que están surgiendo y que están generando arte, como el Grupo Néfila o Laboractores, que no tienen espacio pero que son un verdadero grupo de teatro que produce obras, que investiga, pero que están por fuera de la burocracia. Hay que apoyarlos, porque esos son los verdaderos espacios en donde se genera el teatro.