Es conocida la anécdota. Una joven de 20 años, Charlotte Brontë, envía sus poemas al poeta laureado del momento, Robert Southey, pidiéndole que lea sus versos y valore su obra literaria. En vez de eso, la respuesta que llegó a vuelta de correo pretendía dejar claro algo más profundo: “La literatura no puede ser asunto de una mujer”.

Pero como es bien sabido, los buenos poetas siempre están equivocados, por lo que Charlotte guardó la carta como una prueba de la gran soberbia masculina en el siglo XIX, y sin dudar de su talento literario continuó escribiendo, salvo que para evitar ese rechazo inmediato a las obras escritas por mujeres, prefirió firmar sus obras usando un seudónimo de hombre.

Charlotte Brontë firmó como Currer Bell, mantuvo sus iniciales, al igual que sus dos hermanas, Anne y Emily Brontë, también escritoras que firmaban sus obras como Acton y Ellis Bell. De hecho, la novela más conocida de Charlotte Brontë: ‘Jane Eyre’ (1847) fue publicada con seudónimo masculino, lo mismo sucedió con la hoy clásica ‘Cumbres borrascosas’ de Emily Brontë que salió con la firma de Ellis Bell.
Casos similares a estos, donde el genio literario femenino tiene que enmascararse para acceder al gran público se conocen desde los tiempos de Gutemberg.

Aún hoy cuando se habla de la obra de un tal George Eliot, en verdad se trata de Mary Anne Evans, cuando recuerdan a George Sand, no sabemos que tuvo un hermoso nombre: Amantine Aurore Dupin. Incluso una autora moderna como la baronesa Karen Blixen, sigue siendo publicada como Isak Dinesen.

En un acto de reconocimiento a las verdaderas identidades de estas autoras, la editorial Planeta ha iniciado la colección ‘Reveladas’, donde cada libro llevará la firma de mujer y el nombre de hombre tachado, demostrando eso que ignoran muchos críticos, que la buena literatura no tiene género.