Por Santiago Cruz Hoyos – Editor de Crónicas y Reportajes

El juez que investigaba al narcotraficante Pablo Escobar por el asesinato del Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, viajaba en taxi. A veces, en buseta. Desde que le entregaron el caso, y comenzaron las amenazas en su contra, prefirió dejar de usar su carro particular; por la placa era fácilmente reconocible. El Estado jamás le ofreció un vehículo blindado así estuviera tras la verdad de uno de los magnicidios de la historia de Colombia.

Su nombre era Tulio Manuel Castro Gil. Había llamado a juicio a Escobar por su responsabilidad en el homicidio del ministro Lara.

Su asesinato ocurrió el 23 de julio de 1985, después de un año continuo de intentos de sobornos por parte del cartel de Medellín para que abandonara el caso, o atentados, como cuando lanzaron una bomba molotov contra su casa que cayó en el garaje del vecino.

Una de las bombas de Pablo Escobar estalló en un sector residencial del sur de Cali, en 1989. | Foto: El País

Un par de horas antes de su asesinato, Tulio Manuel se dedicaba a su hobby: el ajedrez. Aquella noche había acordado con su esposa, Aurora Rocha, que se veían en la funeraria Gaviria de Bogotá. Era el funeral de su tío, un abogado que había sido su tutor y ejemplo académico. Mientras llegaba la hora de salir, Tulio Manuel jugó una partida de ajedrez en el juzgado.

Aurora llegó a la funeraria con la mayor de sus hijas. Esperó hasta las 10 de la noche y su esposo no llegó, así que salió a la calle para llamar desde un teléfono público. Estaba dañado. Cuando llegó a la casa, Tulio no se encontraba. Ella se extrañó: él avisaba cuando se demoraba. Como los teléfonos eran interceptados por Escobar, hablaban en clave.

El juez Tulio Manuel Castro Gil fue asesinado por Pablo Escobar. Investigaba la relación del capo con el crimen del ministro Rodrigo Lara Bonilla. | Foto: El País

Una hora después el escribiente del juzgado la llamó para decirle que Tulio Manuel había sufrido un atentado. Ocurrió a unas cuadras de la funeraria. Un Mazda interceptó al taxi en el que iba su esposo, y los sicarios de Escobar le dispararon.

Se habían conocido dos décadas atrás, en una marcha del magisterio. Ambos eran docentes. Las marchas de los 60, recuerda Aurora, eran distintas a las de hoy; no solo pacíficas, sino elegantes. Ella marchaba con blusa, falda y tacones.

Con Tulio Manuel estuvo casada 17 años y tuvieron cinco hijas. Aurora luchó para que el Estado reconociera la pensión de su esposo, quien, pese a morir joven, (42), tenía las semanas cotizadas. El candidato presidencial Luis Carlos Galán le ayudaba a lograr esa pensión cuando Escobar lo asesinó.

El Estado me dejó sola. Ni siquiera me brindó cupo para la universidad de alguna de mis hijas– comenta Aurora, quien se entregó a la docencia no solo como terapia para superar el duelo sino para sacar adelante a sus hijas, todas profesionales.

La guerra contra Pablo Escobar no fue de un ejército contra otro, sino la de todo un país contra una guerrilla de sicarios dispuestos a suicidarse para cumplir las órdenes del capo.

El pasado 17 de noviembre, tres décadas después de la muerte del asesino de su esposo, Aurora asistió al acto en el que el Ministerio de Justicia hizo un reconocimiento público a los servidores judiciales y sus familiares que, en el ejercicio de su labor, fueron víctimas de la violencia que desató el narcotráfico y el conflicto armado. Es la primera vez que un gobierno reconoce que dejó solos a quienes impartían justicia y se comprometió a que no se repita. Aurora habla desde el perdón.

Siempre pensé que, si no perdonaba el asesinato de mi esposo, iba a vivir con rencor. Además, tuve le certeza de que hay un juez al que no van a poder sobornar o matar: el de arriba. Algún día debe haber justicia, me decía. Y así fue. Este señor, (Escobar) murió de la manera más fea. Estaba con mis hijas en vacaciones cuando me enteré y sentí un escalofrío: sentí que la justicia divina había puesto su mano para que ese señor no le siguiera haciendo daño a Colombia. En mi corazón no tengo rencor. La herida sí; no se puede borrar. Pero la rabia pasó. Yo tenía que ser para mis hijas testimonio de paz.

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Pablo Escobar, como muchas de sus víctimas, murió joven. Fue dado de baja mientras intentaba escapar por un techo de una casa del barrio Los Olivos de Medellín, el 2 de diciembre de 1993, al día siguiente de cumplir 44 años.

Tres décadas después, el Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos que surgió en parte por la violencia que el capo desató, sigue en funciones.

El juez Antonio Suárez – quien debió exiliarse en España por amenazas – explica que el Fondo fue una reacción de los jueces del país a la violencia que padecían tanto del narcotráfico como de la guerrilla y el paramilitarismo. Además de Tulio Manuel Castro, el cartel de Medellín asesinó a Gustavo Zuluaga, el jurista que pidió la detención de Escobar y le quitó su investidura parlamentaria; a Carlos Ernesto Valencia, el magistrado que investigaba el asesinato de Guillermo Cano, el director de El Espectador; también a jueces sin rostro que intervenían en las audiencias con aparatos tecnológicos para que los procesados no los vieran.

EL 25 de mayo de 1989 un carro bomba de Escobar con más de 100 kilos de dinamita explota, al parecer por accidente, en una casa de la carrera 100 con calle 15 del barrio Ciudad Jardín de Cali. Hubo Dos muertos y cuatro heridos. | Foto: El País

El abogado Elmer Montaña recuerda que, como los postulados de los narcos contra quienes administraban justicia era “plata o plomo”, lo que se hacía era evitar a como diera lugar recibir la oferta. Elmer, quien cuando dieron de baja a Escobar era Fiscal en Buenaventura, donde hizo decomisos de droga, no iba a sitios públicos.

Sobre ese contexto reflexionamos en Asonal Judicial y concluimos que, como diría el escritor Eduardo Galeano, estábamos guardando un silencio parecido a la estupidez. Aceptamos una invitación de la organización española Jueces para la Democracia. Les contamos de qué manera la violencia estaba afectando al poder judicial colombiano. Y fueron los jueces alemanes quienes nos ayudaron a crear un programa que les garantizara a los hijos de nuestras víctimas asistencia psicológica como consecuencia de la arremetida de violencia, y en segundo término apoyos económicos, garantizarles a los hijos la educación, la proyección laboral. Fue así como creamos en 1991 el Fondo de Solidaridad con el poder judicial colombiano, Fasol – recuerda Antonio Suárez.

Según los registros de la entidad, entre 1979 y 2023 en Antioquia, pero especialmente en Medellín, son 235 las víctimas del poder judicial. En el Valle del Cauca hay reportes de 175 atentados. En este diciembre de 2023 se cumplen cuatro años del asesinato en Cali del fiscal Alcibiades Libreros. Tres décadas después de Escobar, entonces, hacer justicia sigue siendo una labor en la que se tiene la certeza de que se sale de la casa pero eventualmente no se regresa.

El país debe reflexionar. Después de Escobar matan a la gente todos los días y se volvió parte del paisaje. Con Escobar se tuvo como consecuencia que la mafia entendió que podía afectar a la justicia. Y le envió un mensaje terrible al país: o la gente cedía a sobornos, o se moría. Y cuando la gente se moría, la sociedad miraba para otro lado – dice Antonio.

Guillermo Cano, el director de El Espectador, fue asesinado por Pablo Escobar. | Foto: LOPE MEDINA

Sigue ocurriendo. El juez de tierras de Vegachi, Antioquia, acaba de denunciar que está bajo amenaza. Lo mismo ocurre en Tuluá.

En Fasol nos preocupa la seguridad de los jueces de restitución de tierras. La lucha por la tierra es la raíz del conflicto armado colombiano. Ahora van a entrar en funcionamiento los jueces agrarios. Van a tener que tomar decisiones en relación con la propiedad sobre la tierra de campesinos que fueron despojados por el narcotráfico y el paramilitarismo – continúa Antonio.

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El recuerdo es difuso: primero una explosión que me hizo saltar de la cama; los vidrios de la ventana del cuarto temblando; después un recorrido junto con mi papá alrededor de los destrozos que causó la bomba. Era el 18 de septiembre de 1989 y Escobar acaba de atentar contra Plaza Norte, el centro comercial que quedaba a unas cuantas calles de mi casa de infancia en el barrio La Merced de Cali, que además estaba muy cerca del negocio familiar de guadañas.

A Plaza Norte iba con frecuencia. Allá estaba Dari, la heladería. También el banco Popular al que acompañaba a mis padres y el supermercado donde íbamos a mercar, el Ley.

Pablo Escobar se ensañó con Cali. La ciudad fue el escenario de decenas de sus atentados en su guerra contra el Cartel del Valle. Drogas La Rebaja era uno de sus blancos predilectos. El 3 de mayo de 1990 le puso una bomba a la sede de la droguería en el barrio Alameda. También puso una bomba en el parqueadero del hotel Aristi y un carro bomba en Ciudad Capri.

El mapa de los atentados de Escobar en Cali. | Foto: El País

Aún recuerdo a mi mamá con el periódico en la mano, la cara victoriosa que hacen las madres cuando demuestran tener la razón. El titular del periódico decía: ‘Confirman frustrado atentado en el estadio’. Por el miedo a Escobar y sus bombas, mi mamá me prohibió ir a ver al América, algo que para mí es sagrado así el equipo haga campañas tan vergonzosas como las de los actuales cuadrangulares. Pero su sexto sentido fue infalible. Escobar pretendió volar el Pascual Guerrero en mayo de 1990.

Dos años después fue elegido alcalde de Cali el médico Rodrigo Guerrero. Tomó una decisión: como la guerra contra el narcotráfico era manejada desde Bogotá, decidió no involucrarse. Tampoco se reunió con los capos del cartel de Cali que pretendían cazar a Escobar, aunque se lo propusieron.

Yo les dije: ¿de qué quieren hablar? Si yo hablo con ustedes la gente no lo va a entender. Y no me entrevisté jamás con ellos. Pero era una guerra muy difícil. En una ocasión el cartel de Cali alquiló un helicóptero y contrató a mercenarios ingleses para ir a matar a Pablo Escobar. El helicóptero falló en Tuluá. De lo contrario se habría desencadenado una represión contra la ciudad – recuerda Guerrero.

El alcalde se hizo a un lado para combatir el narcotráfico, y se dedicó en cambio a disminuir los homicidios. La ciudad tenía una de las tasas de asesinatos más altas del mundo. Guerrero comenzó a aplicar una teoría: se necesitaba establecer las relaciones que había detrás de los homicidios. En su alcaldía se descubrió que la mayoría de los crímenes ocurrían los fines de semana, lo que le hizo pensar que no siempre estaban relacionados con el narcotráfico. Entonces midieron la alcoholemia. En dos terceras partes las víctimas estaban intoxicadas por alcohol.

Atentado de Escobar en el sector de Imbanaco, en Cali. | Foto: El País

Cali era una ciudad de múltiples violencias, además del narcotráfico. Muchos de los crímenes se relacionaban con un desorden social, así que comenzamos a generar políticas de organización que tuvieron éxito. Trabajamos con las pandillas para darles oportunidades a los jóvenes, hicimos campañas contra las armas de fuego, e inventamos un personaje para que hiciera pedagogía, el Vivo Bobo. Porque el desorden social antecede al crimen. Y los homicidios fueron bajando. Hoy Cali está en el pináculo mundial en cuanto al modelo de cómo atacar la violencia homicida. La enseñanza que nos dejó el narcotráfico y la guerra de los carteles, es que las decisiones en seguridad se deben tomar con base a información, datos, no en corazonadas o mandar más Fuerza Pública a los barrios. Por eso nace el Observatorio de Seguridad - comenta Guerrero.

Lo extraño es que 30 años después de Escobar aún algunos jóvenes que no vivieron la guerra que desató se tatúan su rostro o se ponen camisetas con la foto de ‘El Patrón’.

María Isabel Gutiérrez, directora del instituto Cisalva, comenta que detrás del fenómeno, más que una admiración por un narcotraficante sanguinario, lo que se oculta es una protesta contra el Estado. Quienes se tatúan a Escobar son sobre todo jóvenes vulnerables que no han tenido oportunidades y ven en el capo un referente de quien lo tuvo todo de la noche a la mañana.

Una burla a la justicia: Pablo Escobar siempre dijo que prefería una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos.

Tres décadas después de su muerte, continúa María Isabel, el país no aprende una lección: no es con subsidios como lo pretende el actual gobierno que se rescata a los jóvenes de la violencia, sino con oportunidades reales para educarse, trabajar, construir una vida donde el dinero fácil, los atajos a las fortunas untadas de sangre, no sean tentación.

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Aún es un recuerdo nítido. Diciembre 2 de 1993. La ruta del bus Verde San Fernando se desplazaba por la Tercera Norte de Cali. Curiosamente, estaba a punto de pasar por el centro comercial que 4 años atrás había sido arrasado por una bomba de Escobar.

De repente, en la radio, el locutor interrumpió una canción y anunció la noticia: “Mucha atención. Fue abatido en Medellín el hombre más buscado del mundo: Pablo Emilio Escobar Gaviria”.

El capo de la droga, Pablo Escobar, falleció el 3 de diciembre de 1993 | Foto: Con derechos gestionados de Getty Images

La música volvió a sonar, pero nadie la escuchaba. En ese punto el recuerdo es confuso. Pasajeros aplaudiendo. Un gesto colectivo espontáneo. Pero no es seguro que haya pasado eso. Lo que sí sucedió es que aunque nadie se conocía entre sí, nos mirábamos como familiares que desde hacía mucho esperaban una noticia que por fin llegaba. Nos hablamos con la mirada. Nos felicitamos con la mirada. Nadie necesitó hablar. Era como si entonces, a partir de ese momento, todo iba a ser distinto.

En el bus en todo caso la alegría estaba atravesada por la culpa. Es extraño sentirse feliz por la muerte de un hombre, por más bárbaro que sea.