El pais
SUSCRÍBETE
Gabriel Ochoa Uribe, legendario entrenador del América.

FUTBOL COLOMBIANO

Gabriel Ochoa Uribe, el ‘Diablo’ más querido del América (Opinión)

Difícilmente haya otro ídolo que supere la veneración que el hincha americano le profesa a Gabriel Ochoa Uribe. Porque el médico fue todo en América. Jugador. Entrenador. Administrador. Director. Amigo. Padre.

9 de agosto de 2020 Por: César Polanía - Editor de Afición 

Difícilmente haya otro ídolo que supere la veneración que el hincha americano le profesa a Gabriel Ochoa Uribe. Porque el médico fue todo en América. Jugador. Entrenador. Administrador. Director. Amigo. Padre. No podría emanar menos la figura de un hombre que hizo de la disciplina y la rigurosidad sus bastiones para conducir su vida como ser humano y como deportista. Y para arropar con ese manto de bondad, cómo no, a quienes siempre tuvo a su lado. Algunos, que no encajaban en esa filosofía única e innegociable, se distanciaron. Y hasta lo odiaron. Pero fueron muchos más los que caminaron prendidos del brazo del médico.

Antes de llegar al América –la tozudez que siempre lo caracterizó fue vencida por otro obstinado irremediable como Pepino Sangiovanni--, Ochoa había decidido acuartelarse nuevamente en las cuatro paredes de su consultorio para curar traumas y rodillas, aquello que aprendió en las aulas universitarias de Bogotá y Río de Janeiro mientras se hizo médico.

Estaba hastiado del fútbol, luego de construir la grandeza de Millonarios y cruzar la calle para también darle la gloria a Santa Fe. Una bata blanca era también una forma de esquivar la depresión que lo atropellaba por la absurda muerte de uno de sus hijos.

Pero Ochoa, tan católico como el mejor apóstol antioqueño, se convirtió en ‘diablo’. Y revolcó el infierno. Sacó al América de la hoguera para ponerlo en el peldaño de los grandes, cerca del cielo. Lo primero que hizo, por allá en el 79, fue crear el departamento médico del equipo y buscar una cancha propia de entrenamiento. Y desde entonces actuó como lo que siempre fue. Un visionario. Un adelantado del fútbol que acumuló a lo largo de 12 años –dijo adiós en el 91— una montaña de éxitos adonde pocos han podido escalar.

Le puede interesar: ¡Adiós, maestro! Se cumplieron las exequias del médico Gabriel Ochoa Uribe

Puso los ojos en Battaglia y González Aquino, que habían visitado estos lares con el Cerro Porteño en la Libertadores. Y los tuvo. Y ellos lo tuvieron a él. Recuperó a Cañón de las fritangueras de las esquinas bogotanas y de la cancha del Olaya para darle un segundo y definitivo aire. 12 kilos perdió Alfonso bajo las órdenes del médico.

Creyó en Gay y apostó por Cáceres, no menos que por la gambeta endiablada de Lugo, para darle al América su primera estrella, en una noche decembrina –aquel 19— donde los corazones anduvieron a un ritmo fuera de lo normal. Le había dicho a Pepino que solo estaría un año. Pero América es la pasión de un pueblo, y Ochoa se volvió preso de ella. Su esposa, doña Cecilia, renegó, pero desde el 79 vive en esta ciudad, donde ha visto crecer a sus nietos.

Ochoa también vio las benditas manos de Falcioni y Falcioni, las de él. Siendo un imberbe jugador, el argentino llegó a Cali y se convirtió, en poco tiempo, en uno de los mejores arqueros extranjeros que haya pasado por el fútbol colombiano en toda su historia. Gareca, apetecido por todo el continente, optó por ser otro ‘diablo’ y hoy admite que Ochoa lo hizo mejor delantero. Que le enseñó a potenciar su juego aéreo y a volver letal el martilleo de su cabeza. Los dos argentinos, Falcioni y el ‘Tigre’, anotaron en un cuaderno y en la memoria las enseñanzas del médico para seguir sus pasos en el banco.

Con Cabañas peleó, pero no en la cancha. Allí son otros los asuntos. Y el paraguayo entendió. Con esos nombres, que se sumaron a los de otras figuras como Willington (su negro hermoso, su obra maestra en Millonarios), Ischia, Santín, ‘Pitufo’, Alex, Sarmiento, Herrera y ‘Polilla’, el médico transformó a la ‘Mecha’ paso a paso, cual cirujano, en un equipo que conquistó de su mano siete estrellas, incluido el pentacampeonato entre el 82 y el 86, y que pisó casi todos los estadios del continente jugando la Libertadores, de la que disputó tres finales seguidas sin alcanzar la Copa. Su asignatura pendiente en su amplio palmarés.

Padre en la cancha y fuera de ella. Hasta esas alturas llegó la sabiduría de Ochoa. Porque, gracias al médico, jugadores como ‘Pitillo’, Chaparro y el ‘Niño’ Quiñónez, entre otros, tuvieron casa propia y taxis para aumentar sus ingresos. Ya había hecho lo mismo con Willington en Millonarios, al que, además, obligó a estudiar de noche para terminar el bachillerato, mientras en las tardes quebraba cinturas de los rivales.

Cuentan los mismos jugadores que Ochoa los obligaba a conservar parte de sus salarios para esos fines. ¡Qué curioso! En cambio, él nunca amasó fortunas. Ni siquiera firmó contratos con el América. Cuando dejó el equipo, su hijo Beto, también médico y hoy vinculado a la institución roja, lo llamó al orden para arreglar los documentos de su pensión. “No fue posible, nunca puso su firma en un papel”, apunta Beto.

Dirigió hasta el 91 y desde entonces nunca más se sentó en un banco. Cómo no idolatrarlo, se preguntan los americanos. También los hinchas ajenos al color rojo. Tuve la fortuna de entrevistarlo un par de veces, cuando ya se había retirado del fútbol. Y el año pasado, con mis dos amigos y hermanos, Jorge Enrique Rojas y Hugo Mario Cárdenas, y la valiosa colaboración del maestro Víctor Diusabá, pudimos hacerle un homenaje en vida al técnico más grande de todos los tiempos en la historia del fútbol colombiano, con la publicación del libro ‘Gabriel Ochoa Uribe’, que editó la prestigiosa firma Penguin Random House.

Esa obra fue el resultado de una convivencia de cuatro meses con el entrenador el año pasado, cuando alcanzó sus 90. Gracias, médico, a usted y su familia por abrirnos la puerta de su casa. Y gracias por darnos tanta alegría con una pelota. Hasta siempre.

Volver al especial sobre Gabriel Ochoa Uribe

AHORA EN América de Cali