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El gobernador de Antioquia, Eduardo Verano, y el alcalde de Barranquilla, Alex Char.
Queda en el aire si las decisiones erradas tienen tintes políticos y de revancha contra la capital del Atlántico. O si lo que hubo fue un desinterés del Estado central por los juegos deportivos. | Foto: Gobernación Atlántico

Editorial

Los juegos de la vergüenza

Según se conoce, el dinero para realizar los Panamericanos estaba, al igual que los acuerdos entre las diferentes partes. Pero faltó respetar lo convenido, además de un decidido compromiso del Gobierno Nacional.

3 de febrero de 2024 Por: Editorial

La no realización de los Juegos Panamericanos de 2027 en Barranquilla sigue dando de qué hablar, un mes después de haberse conocido la noticia del incumplimiento del Gobierno colombiano a los compromisos adquiridos, y a dos días de oficializarse la información por parte de Panam Sports.

Por donde se le mire, es un rotundo fracaso de Colombia como nación, y un revés que tiene repercusión mundial, pero más por lo negativo. Después de los únicos Panamericanos realizados en el país, Cali 1971, que ayudaron a transformar la ciudad y sembraron el espíritu deportivo en todos los rincones del territorio nacional, se perdió una ocasión única para vender la imagen de una nación golpeada por la corrupción, la división y el egoísmo.

Los Panamericanos son los juegos más importantes del mundo, después de los Olímpicos. Reúnen a siete mil deportistas de 41 países de América, y a miles de turistas que no se pierden un evento de esta magnitud. Su realización constituye un mensaje de hermandad y paz entre muchas naciones, aflorando el espíritu deportivo y de fiesta en casi dos semanas de competencia.

Mientras los atletas colombianos, Barranquilla como ciudad, Colombia y los amantes del deporte tratan de pasar el trago amargo por una oportunidad de oro que se desperdició, resulta vergonzoso el ‘juego’ de señalamientos en que han entrado unos y otros, cada quien tomando distancia por el fracaso, como lo estamos experimentando con el actual Gobierno, que tiene el espejo retrovisor para sacar su mejor excusa. Nadie asume su responsabilidad y prefieren lavarse las manos, desmarcándose de lo que ha sido otro fiasco para el país, después del Mundial del 86.

La primera estocada se la dio -quién lo creyera- la entonces ministra de Deporte, María Isabel Urrutia, medallista olímpica y deportista consumada. La cadena de desaciertos la complementó la actual ministra de dicha cartera, Astrid Rodríguez, quien muy juiciosa posó con la bandera de los Juegos Panamericanos el pasado 5 de noviembre, cuando recibió la posta de Chile, país organizador de las últimas justas.

Según se conoce, el dinero para realizar los Panamericanos estaba, al igual que los acuerdos entre las diferentes partes. Pero faltó respetar lo convenido, además de un decidido compromiso del Gobierno Nacional. Queda en el aire si las decisiones erradas tienen tintes políticos y de revancha contra la capital del Atlántico. O si lo que hubo fue un desinterés del Estado central por los juegos deportivos.

¿Sería acaso desconocimiento del impacto que significa albergar unas justas de esa importancia? Cualquiera que sea la razón, nada tapará la enorme decepción que produce el no realizar un evento que está catalogado entre los grandes del mundo.

El fuego cruzado sigue a todo nivel, con políticos, exministros, expresidentes y dirigentes deportivos levantando el dedo acusador y tomando distancia por lo sucedido. De esta dolorosa lección se deberá aprender. Mientras no haya un serio compromiso del Gobierno de turno hacia los eventos deportivos, mientras no se piense más en país por encima de los intereses políticos, el deporte colombiano seguirá viviendo de migajas y decepciones como acaba de suceder.

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