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Volker Türk (izq.), Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, se dan la mano durante su reunión. Türk reforzó el papel de las organizaciones no gubernamentales en la crisis sudamericana durante una visita a Venezuela.
Volker Türk (izq.), Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela, se dan la mano durante su reunión. Türk reforzó el papel de las organizaciones no gubernamentales en la crisis sudamericana durante una visita a Venezuela. | Foto: dpa/picture alliance via Getty I

Editorial

Dictaduras disfrazadas

Pero la realidad es que, tras once años en el poder, Maduro se ha encargado de destruir la económica venezolana, llevar al país al ostracismo internacional y provocar una diáspora de millones de personas...

20 de marzo de 2024 Por: Editorial

“Ha triunfado nuestro hermano mayor, son buenos presagios para el mundo”. Esta, la frase con la que Nicolás Maduro celebró el triunfo de Vladimir Putin en los comicios de Rusia, que le permitirán permanecer en el Kremlin hasta el 2030, resulta muy diciente de las pretensiones que tiene el vecino mandatario chavista.

Sobre todo, porque al tiempo que las autoridades de Moscú anunciaban un resultado tan anticipado como criticado por las democracias del mundo, el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela proclamaba a Maduro como su ‘carta’ para las elecciones del 28 de julio.

Una decisión, otra vez, no solo predecible sino retadora para quienes no pierden la esperanza de que los venezolanos puedan acudir de manera libre a las urnas para elegir a quien ellos realmente quieran encargarle el destino de una nación que lleva décadas presa de un régimen marcado por el autoritarismo, la corrupción y la incapacidad para manejar la economía. Solo así sus ciudadanos no seguirían sumidos en la pobreza extrema y la persecución política, al punto de verse obligados a escapar de sus fronteras para garantizar su supervivencia.

Sin embargo, como en Rusia, el panorama no luce alentador, porque si bien la comunidad internacional logró que al fin Nicolás Maduro cumpliera el compromiso que adquirió en el Acuerdo de Barbados, en el sentido de llamar a elecciones, todavía queda pendiente el resto de lo se pactó allí el año pasado: que fueran unos comicios libres y limpios.

Y ahí el Mandatario chavista tiene varios pendientes, empezando por la inhabilidad que decretó con respecto a la candidatura de María Corina Machado, quien en las primarias se ganó el derecho a representar a la oposición en las urnas y ahora está en la encrucijada de seguir adelante con su aspiración o declinar en favor de alguien que sí pueda inscribirse oficialmente para el cargo antes del 25 de marzo.

Solo que esa persecución a la aspirante por la Plataforma Unitaria lo que evidencia es que el actual Gobernante es consciente de que hace rato dejó de contar con el respaldo de la población del vecino país, al punto que su popularidad hoy está muy por debajo del 50 %, como lo demuestra su desesperado intento por lograr que los venezolanos lo vuelvan a ver como la personificación del desaparecido y carismático Hugo Chávez, quien lo ungió así en el 2012, poco antes de su muerte.

Pero la realidad es que, tras once años en el poder, Maduro se ha encargado de destruir la económica venezolana, llevar al país al ostracismo internacional y provocar una diáspora de millones de personas que deambulan por el mundo buscando las oportunidades que les niega un régimen dominado por la corrupción.

La pregunta es si la comunidad internacional, y Washington a la cabeza, está dispuesta a aumentar las presiones sobre Caracas, de tal manera que el Mandatario chavista se vea obligado a garantizar unos mínimos de democracia que permitan que los venezolanos sí puedan decidir su futuro. De lo contrario, el venezolano aplicará la misma receta que acaba de ratificar a su hermano mayor en Rusia, la cual también ha sido tildada de dictadura disfrazada.

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