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Narco hipopótamos

El problema de los hipopótamos es inexplicable porque era fácil de resolverlo si se aplicaba la ley.

7 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Todos los que saben, científicos en su mayoría, están de acuerdo que solo hay una forma de resolver los problemas ambientales y de seguridad que causan los hipopótamos que trajo de contrabando Pablo Escobar a Puerto Triunfo en 1980: hay que acabar con ellos, literalmente; por sacrificio o por extinción por esterilización, pero hay que exterminarlos. Son un problema por donde se los mire.

Ambiental, porque son una especie invasora, dañina, que al no tener depredador natural pasa a ser una especie dominante y destructiva como pasa con el pez león y el caracol gigante africano. Pero sobretodo porque amenaza a las tan queridas y necesitadas de protección especies nativas como el manatí y la nutria.

Localmente tampoco tenemos modelos culturales que permitan el control de esos animales, como consumirlos o usar su carne, piel o huesos en cualquier cosa útil como hacemos con la babilla. Los usos culturales de la naturaleza dependen de una convivencia relativamente prolongada con los elementos, cosa ausente en los hipopótamos de Puerto Triunfo. Supongo que en eso influye que su llegada a Colombia fue el producto de otro de los actos de lobería y soberbia de Escobar. No son como la tilapia que llegó en el marco de un proyecto de desarrollo económico, ni como el pez león que los hermanos Rausch descubrieron pronto que tenía muchas virtudes culinarias, contribuyendo a su control limitado.

El problema de los hipopótamos es inexplicable porque era fácil de resolverlo si se aplicaba la ley. Sus primeros ejemplares eran especies exóticas, de comercio prohibido y traídas de contrabando por un mafioso. ¿Qué más se necesitaba para saber que tenían que ser sacrificados? Un ciudadano llega a tener en su casa una pecera con un ejemplar ornamental y se expone a que le llegue la respectiva CAR con la policía ambiental y todo a decomisarlo. Pero acá se trata del ‘legado’ de Escobar.

Los científicos y autoridades ambientales se han pronunciado al unísono sobre los daños que están causando los narco hipopótamos. Difieren en el método, unos por el sacrificio, otros por la esterilización, pero no en la solución final: si los hipopótamos no salen del paisaje natural del río Magdalena se reproducirán a una tasa cada vez mayor y el problema será cada vez peor. Sufrirán las especies nativas.

No hay que hacerle caso a los animalistas, usualmente ignorantes de las bases científicas de la protección animal y ambiental, que sugieren “devolverlos” a África o construir zoológicos sin decir cómo los van a financiar. Los biólogos, que sí saben, coinciden en que la readaptación sería imposible en un ambiente en el que nunca han vivido porque casi todos los hipopótamos son crías nacidas en Colombia del nefasto Pepe, como dicen que se llamó el primer macho que trajo Escobar. Dudo que las estrictas normas de las zonas de conservación en la mayoría de los países africanos acepten uno solo de los ejemplares de Puerto Triunfo.

Y entra las alternativas realistas la peor es la de esterilizarlos hasta que desaparezcan por no reproducción. Eso quiere decir que durante años seguirán contaminando con heces las aguas del río, los pantanos y ciénagas por donde deambulan. Matarlos es lo sensato y más económico.

Llevamos años discutiendo el asunto y ya la cosa ha llegado a los tribunales, donde el problema encontrará la cuna para eternizarse en órdenes judiciales de estudios, comisiones y socialización que tengan en cuenta el carácter de ser sintiente de los narco hipopótamos, impidiéndole a las autoridades ambientales tomar las medidas de control que el sentido común y la ciencia ordenan.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos