El pais
SUSCRÍBETE

Los regalos de Claudia

En calidad de vida Bogotá perdió hace años su derecho a llamarse la Atenas de Suramérica y debería llamarse La Tenia de Suramérica.

9 de enero de 2022 Por:

Los años nuevos dan para todo: introspección sobre las razones que impidieron cumplir las promesas hechas 12 meses atrás y renovar los propósitos de mejorar, a veces con las mismas promesas, a veces con otras. En Bogotá acabamos de tener un interesante ejercicio por parte de la alcaldesa Claudia López y las desastrosas cifras de su gestión, especialmente en áreas que le importan a la gente: seguridad, calidad de vida, malla vial.

En resumen, las cifras de asesinatos y crímenes violentos contra la propiedad subieron escandalosamente, pero la alcaldesa promete una maravillosa reducción del 15% en 2022, sin saberse cómo ni por qué si los aspectos fundamentales de la crisis de seguridad no son tan flexibles, pero esa es la promesa que hace con el tono propio de un compromiso.

En calidad de vida Bogotá perdió hace años su derecho a llamarse la Atenas de Suramérica y debería llamarse La Tenia de Suramérica. Una lástima porque es la ciudad realmente cosmopolita de Colombia, pero las condiciones de tráfico, el caos urbanístico, la contaminación, el irrespeto generalizado por la ley, la mendicidad, la suciedad causada no por un sistema de recolección de basuras que es bastante bueno, sino por el desborde del reciclaje desorganizado, con selección de basuras en los espacios públicos gracias al amparo concebido desde el activismo judicial, todo eso y mucho más han hecho de Bogotá una ciudad en que se vive mal.

En tráfico, hay vías principales que tienen segmentos cuya velocidad es de 10 kilómetros por hora. Recorrer los 13 kilómetros que hay desde el centro de Bogotá hasta el aeropuerto El Dorado puede tomar entre 1 hora y 45 minutos. Parte es culpa de los cretinos que diseñaron las vías de entrada cruzándose en tijera con las de salida, parte por el desastre de los parqueaderos con accesos ubicados en la zona donde paran buses y taxis, y parte es la resistencia colombiana a acatar las normas de tránsito universalmente concebidas para hacerle la vida fácil a la gente.
¿Y la malla vial? Más o menos como las cifras de homicidio, un desastre total pero la alcaldesa nos garantiza un futuro maravilloso. Mientras llega, la prueba que vive la gente que va en carro es simple: uno sabe en qué punto al Norte, al Sur o al Occidente se acaba Bogotá porque se acaban los huecos.

Y en términos de estilo de gobierno, pues ni qué decir, cuando llegó Claudia López al Palacio Liévano pocos pensaban que iba a predominar la sindéresis, las buenas maneras o el decoro. Sabíamos que iba a gritar y a insultar, alto y con frecuencia. Cuando Mario Hernández tuvo el atrevimiento de preguntar en qué se usaban los impuestos y tasas recaudados para el mantenimiento de la malla vial, la andanada estridente de la alcaldesa fue que en cualquier cosa distinta a cuidarle los rines de los carros a los ricos. Los huecos no son clasistas y afectan a todos por igual, pero además no se concentran por estrato sino por donde más van los carros, que tiene qué ver con las zonas por donde la gente trabaja y estudia. Santa Ana Oriental y Rosales no están tan mal en vías como, por ejemplo, la NQS, la Calle 13 o la Avenida Boyacá.

¿Y la ciudad verde? Las ‘nuevas’ ciclorrutas salieron de reducir las calzadas vehiculares; sin ampliar el transporte público ni las vías; los 2,5 millones de vehículos de Bogotá, públicos y privados, van más lento, quemando combustible parados, alejándonos del sueño sostenible.
Quien dijo que la experiencia no se improvisa fue un genio.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos