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Arte funerario

Ya lo dábamos por muerto y confinado exclusivamente en esos cementerios decimonónicos...

21 de octubre de 2016 Por: Carlos Jiménez

Ya lo dábamos por muerto y confinado exclusivamente en esos cementerios decimonónicos que, como el emblemático Pere Lachaise de París, se resisten a la trivialización de la muerte y al desvanecimiento de las tumbas que rige en los llamados con frecuencia ‘jardines del recuerdo’. Los cementerios en los que las lápidas y las cruces son tan discretas que apenas alteran o interrumpen la verde continuidad del prado y los árboles. Pero, de repente, aparece Doris Salcedo y nos dice con su obra que los muertos todavía merecen una digna sepultura, que no podemos dejarlos caer sin más en el olvido, que merecen que les recordemos y que hagamos pública y evidente la demostración de nuestro reconocimiento y de nuestra gratitud por la vida que nos dieron y que aunque sigue sin ellos, está colmada por su ausencia. Y se lo ha dicho en primer lugar a los colombianos, que hemos sufrido unas de las peores guerras que ha padecido el mundo en los últimos cincuenta años, si es que puede decirse que hay guerras peores que otras, si es que hay guerras que destaquen por sucias entre tantas guerras sucias. Guerras en las que el objetivo prioritario es la población civil propia y ajena y en las que se ha invertido de manera tan clamorosa y perversa la proporción histórica de muertos entre los combatientes armados y los ciudadanos inermes que carece de sentido erigir monumentos a sus hipotéticos héroes o a sus soldados desconocidos.Si alguien merece una tumba, ha venido a decirnos Doris Salcedo, son las víctimas anónimas de la guerra: aquellas que sólo aportan su número a esas estadísticas de la mortalidad que por abstractas nos dejan indiferentes. Y que ella sólo toma en cuenta como un indicador de la dimensión colectiva de la tragedia que exige una respuesta igualmente colectiva. Como lo ha sido de hecho, en su diseño, realización e impacto, la performance Sumando ausencias, celebrada hace un par de semanas en la Plaza de Bolívar de Bogotá.  Soy consciente de que la paz está de nuevo en vilo, expuesta al albur de unas negociaciones que se prevén muy complicadas pero también lo soy de que jamás la alcanzaremos definitivamente si antes no lloramos a nuestros muertos y si antes no damos curso al punzante dolor causado por su ausencia. Entre tanto, demos gracias a Doris Salcedo por indicarnos de manera tan conmovedora el modo de hacerlo.        

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