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De un portazo

Llevo muchos meses pensando en la situación de personas con discapacidades intelectuales o cognitivas durante esta crisis de salud. Los largos, muy largos periodos de encierro.

28 de enero de 2021 Por: Carlina Toledo Patterson

Ayer una colega me contó la historia que vive su familia con su hermana de 48 años con necesidades especiales. Su edad mental es de una niña de 2 años y hace poco más de una década sufre un notable deterioro en su salud física, razón por la cual se vieron en la obligación de internarla en una clínica especializada en la atención de personas con su condición.

Hasta marzo del 2020 la visitaban semanalmente, la llevaban a casa donde compartía con sus sobrinos y en general ella tenía la oportunidad de recibir amor y atención de sus familiares cercanos, una rutina que la llenaba de vida. De un momento a otro, las puertas se cerraron alrededor suyo por la pandemia de Covid-19, y ella aún no entiende por qué la dejaron sola.

Llevo muchos meses pensando en la situación de personas con discapacidades intelectuales o cognitivas durante esta crisis de salud.
Los largos, muy largos periodos de encierro y aislamiento a raíz del cierre de instituciones clínicas o educativas son para ellos una tragedia. Pienso mucho también en sus padres, quienes se han visto frente a la necesidad de dejar de verlos como en el caso de mi amiga, o trabajar,
cuidar de casa, atender otros hijos durante sus clases virtuales y también atender a sus hijos que requieren cuidados diferentes. Tiene que ser extenuante para todos, tanto mental como físicamente.

En este nuevo mundo que estamos viviendo muchas de sus rutinas se trastornaron. Quienes no pueden asistir a sus instituciones educativas no están recibiendo las terapias que requieren, ni las horas de ejercicio que muchas de sus condiciones demandan, las horas de comida y de descanso seguramente se trastocaron y la socialización vital para muchos se acabó.

Esto en personas con condiciones mentales especiales tiene como consecuencia la regresión en el desarrollo que hubiesen obtenido, ansiedad, angustia y en múltiples ocasiones violencia contra sí mismos o contra otros.

La situación es verdaderamente triste y está sucediendo alrededor del mundo entero. En palabras de una madre entrevistada recientemente por el diario The Irish Times “el mundo simplemente colapsó” para ella y su familia. “Estoy francamente exhausta ahora. No veo luz al final del túnel, para mis hijos (los dos autistas) tiene que ser devastador sentir que todo lo conocido que les daba tranquilidad y felicidad se derrumbó”.

Claramente la monotonía de lo que estamos viviendo y la consecuente ansiedad nos está afectando a todos emocionalmente. Creo que de una u otra manera la humanidad entera va a quedar ‘tocada’ cuando todo esto pase y los sicólogos y siquiatras van a pasar a ser trabajadores médicos esenciales para que superemos lo vivido. Dependerá de cada uno finalmente.

No obstante, para las personas que requieren cuidados especiales por su condición mental o cognitiva las cosas no son tan sencillas y para sus familias tampoco. En el mediano y largo plazo ¿qué efecto tendrá en ellos la falta de cuidados especializados, terapias, socialización y ejercicio?
¿Cómo van sus familias a afrontar emocional, física y financieramente los cuidados adicionales que seguramente requerirán para llegar a donde estaban antes de la pandemia? ¿Esas regresiones son reversibles y en caso tal, cómo pueden las instituciones educativas y de salud apoyar al individuo y a su grupo familiar? ¿Están las EPS y entidades de medicina prepagada dispuestas a hacer ese acompañamiento con algo de compasión o tratarán de sacarle provecho financiero al asunto? ¿Y el Gobierno qué?

Sería deplorable que después tener las puertas cerradas durante tantos meses, los aislemos de nuevo con otro portazo.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP