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Este año la Fiscalía ha capturado a más de 12 personas por delitos informáticos entre los que se cuenta el acoso sexual, la pornografía infantil o la extorsión con imágenes íntimas. | Foto: El País

TECNOLOGÍA

Así crece la pesadilla del acoso por redes sociales en Cali

De forma silenciosa, pero cada vez más preocupante, se multiplican las agresiones en la ciudad a través de internet. Sector educativo, el más afectado.

20 de agosto de 2017 Por: Yefferson Ospina / reportero de El País 

Un día cualquiera de junio del año pasado un tipo le escribió a su whatsapp. Ella le respondió. No tenía por qué no hacerlo: ella, estudiante de Trabajo Social de la Universidad del Valle, tiene una microempresa. Así que le respondió, dice, de modo cordial. Podía ser un cliente. Él le dijo que la conocía, que la había visto en la universidad, que incluso sabía en dónde vivía y qué ruta tomaba para llegar a casa.

Fue extraño, dice, muy extraño. Luego el tipo la llamó, de nuevo le dijo que la conocía bien, que la había visto en la mañana en un centro comercial, que era muy bonita. Primero no se identificó, pero en las llamadas siguientes, en los siguientes días, dijo que se llamaba Julián.

Ella ya empezaba a sentirse intimidada por el extraño, así que bloqueó su número en el whatsapp y también lo bloqueó para que no la llamara.
El día en que lo hizo, en menos de media hora recibió unos 200 mensajes de texto del número de “Julián”: algunos eran solo letras, en otros le reclamaba por haberlo bloqueado. En ese punto el asunto ya tenía aspecto de pesadilla. Entonces, confiesa, empezó a tener miedo.

El tipo en realidad tenía que haberla seguido en algún momento porque sabía por dónde caminaba para llegar a su casa, en la Buitrera. ¿Y si intentaba hacerle algo? Así que debió decirle a su novio que la acompañara todos los días de camino a su casa. Días después alguien la agregó a Facebook. Era “Julián”. Ella pudo ver que estudiaba Educación Física, entonces contactó a varios amigos de esa carrera para preguntarles por él.

Luego, intentó denunciar el acoso en la universidad. Pero no sucedió nada, de hecho, más bien, le dijeron que fue culpa suya. “Una profesora que atiende los casos me dijo que no debí ser cordial con él, que debí ser cortante”. Sus amigos de Educación Física le dijeron que al parecer el tipo ya había tenido problemas por acosar a compañeras de clase.

Al final solo le quedó una alternativa: tratar de intimidarlo a él de otro modo, haciéndole entender que si se empeñaba en seguir acosándola haría que lo echaran de la universidad. En algún momento “Julián” dejó de importunarla. Funcionó, dice, “aunque realmente tuve miedo. Todo el tiempo pensaba, ‘¿y si le da por tirarme ácido o hacerme algo en la universidad o en la calle?’. Con los antecedentes que tiene la universidad de abusos yo tenía mucho miedo. De verdad fue difícil”.

Ella, que llamaremos Leydi, pero cuyo nombre real ha preferido ocultar, cuenta que no tiene idea alguna de cómo “Julián” obtuvo su número telefónico, sobre todo, porque dos meses antes lo había cambiado y el nuevo solo lo tenían sus familiares y amigos. No sabe.

Sin embargo, admite que no es improbable que su número se hubiera filtrado a través de alguno de los grupos de redes sociales dedicados, básicamente, a acosar estudiantes. “Grupos como ‘Confesiones Univalle’ o ‘Buitres’, en los que se suben fotos de mujeres u hombres y se empieza a pedir los datos personales de esas personas para que otros puedan contactarlas. Esos grupos son nefastos, ponen a la gente en temporada de caza...”. No es improbable.

Basta echar una mirada a uno de estos grupos de redes sociales para comprender que cualquiera puede llegar a ser una víctima.
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En Facebook se pueden encontrar páginas como ‘Confesiones Univalle San Fernando’, ‘Confesiones Icesi’, ‘Confesiones Javeriana’, que son plataformas utilizadas por los estudiantes para bromear sobre la universidad, para quejarse de cosas diversas y, sobre todo, para exponer la intimidad de otros estudiantes.

En uno de los ejemplos que aparece en la imagen de este artículo, la página ‘Confesiones Javeriana’ muestra la fotografía de una chica, de espaldas, acompañada de la frase “quisiera ser sancocho para tener esa yuca adentro”. En otra foto de otra chica, subida por ‘Confesiones Univalle San Fernando’, el comentario dice algo así: “esta niña de enfermería María Isabel es una mamasita (sic) (...) no paro de mirarla cuando almuerza, esa moto se le ve preciosa. Aclaro que no soy acosador ni nada (...)”.

Lea también: El ‘invisible’ acoso sexual en aulas de clase

Los ejemplos pueden presentarse hasta el hartazgo y, sobre todo, hasta el asco: en algunas fotos se ponen frases como “para darle como rata” o “quisiera ser buseta para darle a ese búmper”. Algunas de estas páginas pueden llegar a tener hasta más de 15.000 seguidores, lo que quiere decir que la publicación de una de esas fotografías, junto a uno de esos comentarios, lo pueden ver esas 15.000 personas. Y no solo verlo, sino comentarlas.

“Y entonces, una persona termina siendo sometida a la ridiculez pública, al acoso público, al escarnio público, porque sin darse cuenta, una foto suya se convirtió en un objeto sexual para muchas personas que ahora lo comentan y dicen de todo sobre ella”, dice una estudiante de Univalle que, también, prefirió omitir su nombre.

Ella, la estudiante, continúa, y dice que a su modo de ver el gran problema no son las redes sociales, sino, que más bien esas redes son la manifestación de un fenómeno más complejo que está no solo en las universidades sino, por supuesto, en toda la sociedad “Las redes sociales no son las que abusan y acosan, son las personas que están detrás de ellas. Las redes sociales son solo otro terreno al que ha llegado el fenómeno”. Sí, otro terreno en el que se manifiesta toda una historia de acosos que han permanecido en el silencio.

En enero de este año se conoció la noticia de un presunto abuso sexual a una estudiante que había tenido lugar en una universidad de Bogotá. Como se supo después, un compañero suyo la había encerrado contra su voluntad en un sótano del campus en donde abusó de ella. El caso recordó otro, que tuvo lugar en noviembre de 2014 en la Universidad del Valle, sede Meléndez, donde fue encontrada una estudiante atada de manos en un auditorio y con signos de violencia sexual. El caso, también, recordó los niveles de acoso y abuso que se viven dentro de las universidades pero de los que muy pocos quieren hablar.

Justamente, para romper el silencio, en 2016 un grupo de estudiantes de la Univalle decidió crear una mesa de género luego de las continuas quejas por los casos de acoso por parte de otros estudiantes y de profesores.

Después de soportar la experiencia de comentarios sexuales en clases y de proposiciones a través de redes sociales, las estudiantes recogieron los testimonios de otras mujeres y terminaron por descubrir que el asunto tocaba a varias facultades de la universidad y que, incluso, una estudiante de Literatura ya había instaurado un proceso legal contra un profesor.

Adriana, cuyo nombre no es Adriana y quien hizo parte de ese movimiento, explica que los casos involucran a estudiantes, funcionarios y profesores que a través de mensajes de whatsapp, de Facebook o incluso directamente en las clases, no solo hacían propuestas sexuales a sus estudiantes sino que, además, las presionaban a través de los trabajos y las calificaciones.

“A través de la mesa que se formó se empezaron a hacer las denuncias del acoso por parte de los profesores o de funcionarios de la universidad y allí se encontraron casos de varias carreras e, incluso, se recogieron casos de profesoras acosadas y ridiculizadas por estudiantes, pero las denuncias no llegaron a ninguna parte. Lo que como estudiante hemos podido ver es que los profesores se encubren mutuamente y dejan los procesos a la deriva”.

El proceso de la estudiante de Literatura, dice Adriana, también se estancó por la sencilla razón de que, aunque se trataba de una denuncia penal, la Universidad tiene la potestad de hacer las averiguaciones por cuenta propia para una determinada sanción disciplinaria. “Al profesor lo mandaron a hacer una maestría para que todo se calmara y ahí quedó el proceso”.

Una fuente del programa académico de Comunicación Social de la Univalle, en el que se presentaron varias quejas por acoso por parte de los estudiantes, afirmó que si bien es cierto que en la universidad sí ha habido históricamente señalamientos por este tipo de abuso, también es cierto que el fenómeno ha sido utilizado políticamente por algunos grupos de estudiantes.

“Y además, no es un asunto maniqueo. El fenómeno es más complejo y hay muchos señalamientos que no han sido ciertos y que han sido usados políticamente, sobre todo, a raíz de lo que ha venido viviendo la universidad con el nuevo rector. Lo que sí podemos decir es que la Escuela de Comunicación Social siempre ha estado abierta a apoyar los procesos para generar una política de género y para que el tema se discuta. De hecho, la mesa de discusión del año pasado se inició en la Escuela”, sostuvo la fuente consultada, quien pidió reserva de su identidad.

Alba Nubia Rodríguez, directora del Centro de Investigaciones y de Estudios de Género Mujer y Sociedad de la Universidad del Valle, sostiene que a pesar de que se está trabajando en establecer una ruta de atención para las víctimas y que se cuenta con un registro de los casos de acoso y abuso sexual, esas cifras no pueden darse a conocer, entre otras cosas, por el alto subregistro de casos.

“La Universidad, sin embargo, está trabajando en esa ruta de atención que es muy importante y que creo que no la tiene ninguna otra universidad. Es un trabajo muy complejo que, además, debe ir acompañado de procesos de formación para evitar y no solo para penalizar estos comportamientos”, explica.

El fenómeno, por supuesto, no es exclusivo de la Universidad del Valle, sino de todas las universidades de la ciudad. El País conoció el caso de una estudiante que debió cambiarse de la Universidad de San Buenaventura a la Javeriana por el acoso que empezó a sufrir en redes sociales y, asimismo, varios casos de acoso por parte de estudiantes y profesores en universidades como la Icesi y la Santiago de Cali. El común denominador de cada evento, sin embargo, es la carencia de herramientas de las universidades para atacar el tema y, sobre todo, el silencio.

Los casos conocidos por El País para este informe se conocieron bajo la condición de la reserva del nombre y, por otro lado, algunas de las organizaciones de estudiantes que están trabajando sobre el tema prefirieron no pronunciarse, aduciendo que al hacerlo se exponían en sus universidades.

Preguntada sobre la relación entre el acoso en las redes sociales y las actividades de páginas como ‘Confesiones Javeriana’, la profesora Alba Nubia Rodríguez de la Universidad del Valle es enfática: “Las redes sociales lo que están haciendo es aumentar el problema de las violencias de género en la ciudad. Pero no son la causa, que es más estructural. Son solo otro terreno en el que se está presentando el acoso”.
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Le pregunto a Leydi - cuyo nombre no es Leydi - por qué decidió contar su caso en medio del silencio que impera. “Es que es muy frustrante que todo eso esté pasando, en las redes, en la universidad, en todos lados, y uno deba quedarse en silencio para que el agresor se salga con la suya. Es muy frustrante ese silencio”, dice.

El fenómeno en los colegios

En los colegios, según lo que sabe el Comce – Comité Municipal para la Convivencia Estudiantil - lo que sucede no dista demasiado de lo que pasa en las universidades.

Luz Elena López es la directora del Comce y dice que según lo que han podido observar, las redes sociales se han convertido para muchos adolescentes y niños en los lugares predilectos para ridiculizar a sus compañeros, para acosarlos y, también, para que los delincuentes los conviertan a ellos mismos en las víctimas de acoso y abusos.

Los casos son más o menos semejantes. Este año, por ejemplo, el Comce atendió el de un adolescente que se había dedicado a publicar en Facebook fotos de su exnovia luego de que habían roto su relación. En las fotos la trataba de “prostituta”, “perra” y algunas cosas más, después de que se enteró de que salía con otro chico.

Otros casos tenían que ver con el “matoneo” a varios estudiantes, hombres y mujeres, por su aspecto físico, porque eran “gorditos, morenitos, o porque no respondían a un prototipo de belleza cualquiera”, dice Luz Elena y agrega que una de las grandes preocupaciones es que varias de las víctimas han presentado tendencias al suicidio o a infligirse heridas.

De acuerdo con las cifras que tiene el Comce, recogidas en un reporte correspondiente al primer semestre de 2017 y basado en un informe de 31 instituciones educativas, se detectaron 64 situaciones de autolaceraciones en niños entre los 10 y 16 años. Estos datos, aclara Luz Elena López, son recogidos a través de una fase empírica del sistema de registro del Comce y con ayuda de profesionales en Psicología enviados a las instituciones educativas oficiales.

Para Edward Hernández, personero delegado del Menor y la Familia, el problema es cada vez más complejo porque los mecanismos con los que cuentan tanto los colegios como las autoridades para controlar el fenómeno son muy reducidos. “Si se mira el caso de las universidades, por ejemplo, lo que se sabe es que en general estas instituciones no controlan mucho las relaciones entre los estudiantes ni lo que sucede más allá de la académico, a menos que se trate de faltas graves. Eso es lo que de algún modo permite el surgimiento de todas estas páginas web que terminan siendo plataformas para el abuso. En los colegios lo que hemos visto es que ya no se utiliza tanto el Facebook, porque puede ser rastreado con facilidad, sino los grupos cerrados de whatsapp. En un grupo de conversación a través de whatsapp los adolescentes se comparten fotos, muchas de ellas con contenido íntimo, se burlan de otros compañeros y esto termina por aislar a las víctimas del acoso”.

Por otro lado, dice Luz Elena, está la preocupación de los casos en los cuales las redes sociales son usadas por extraños para acosar a menores de edad. Uno de los casos conocidos por el Comce tuvo que ver con una niña que fue contactada a través de Facebook, que fue engañada y que entregó todos los datos de su casa. “Hasta ese lugar llegó el abusador y la violó”. El caso está siendo investigado por la Fiscalía.

Los datos del Comce indican que en las 31 instituciones educativas de las que tienen registros, se han presentado 27 casos de violencias sexuales. De ese número alrededor de 24 casos corresponden a niñas y adolescentes entre los 7 y 16 años.

“Una de las mayores dificultades es el subregistro. No todos los incidentes de acoso y abuso son denunciados e incluso, muchos de ellos han sido ocultados por los colegios. Por ahora lo que estamos intentando es crear el mecanismo para llevar el registro y conocer mejor lo que está ocurriendo”, sostiene Luz Elena López.

De acoso a violación

Al otro lado del teléfono el Jefe de Delitos Informáticos de la Fiscalía toma aire y lo dice: “El acoso en las redes sociales es apenas uno de los varios delitos que se están cometiendo gracias a la internet. Sin embargo, el acoso suele ser casi siempre la puerta de entrada”.

Los otros, continúa, son el abuso sexual, la pornografía infantil, la violación a la intimidad, la injuria, la calumnia, la extorsión. El investigador explica, por ejemplo, que el hecho de publicar una foto de una persona sin su consentimiento en una página web cualquiera podría convertirse en el delito de violación a la intimidad, que en Colombia puede ser castigado con penas que van desde los 16 a los 54 meses de prisión.

Y un caso como el expuesto por Leydi al inicio de este artículo, es a todas luces un acoso. El problema, continúa el investigador, es la falta de denuncias. En lo que va del año, dice el fiscal, ha recibido alrededor de 200 denuncias por acoso pero, continúa, los casos reales pueden triplicar ese número.

Lo que más le preocupa al investigador, sin embargo, es que el acoso
- que no es denunciado - se convierte pronto en la entrada para otro tipo de delitos. Uno de los casos que atendió esa unidad de la Fiscalía tuvo que ver con un ingeniero caleño detenido en marzo del año pasado en el sur de la ciudad.

El detenido había contactado a varias niñas de Yumbo a través de redes sociales con perfiles falsos, haciéndose pasar en algunos casos por una niña o por un chico de la edad de sus víctimas.

El delito empezó como un acoso, pues el ingeniero constantemente les pedía fotos, les escribía e incluso, llamaba a sus víctimas. Luego, una vez obtuvo varias fotos, el victimario empezó a extorsionar a las niñas pidiéndoles fotos con contenido sexual bajo la amenaza de publicar las que ya le habían enviado.

Al final, según pudo constatar la Fiscalía, se llevó a cabo una violación sexual, cuando el delincuente llevó a una de sus víctimas a un motel.
De acuerdo con la investigación realizada por los fiscales, se pudo determinar que el ingeniero había contactado a cerca de 50 niñas entre los 7 y 16 años y tenía en su poder más de 1000 fotografías y videos con contenido sexual explícito de las menores.


“Y allí lo que puede notarse son dos cosas. Por una lado el poco control que tienen los padres sobre lo que están haciendo sus hijos en las redes sociales y, por el otro, la falta de enseñanza a los adolescentes sobre las condiciones bajo las cuales pueden usar la internet. ¿Por qué una niña de 12 o 13 años acepta invitaciones a su perfil de extraños? ¿Por qué envía fotos? Es que uno de los problemas es justamente ese. No solo los niños, sino la gente en general, que se está exponiendo todo el tiempo a través de las redes entregando su información personal y subiendo fotos de su vida”, dice el investigador.

Se han conocido casos, por ejemplo, en los cuales los delincuentes toman fotos de un perfil cualquiera de Facebook y las utilizan para páginas en las cuales se venden servicios sexuales, con el único objetivo de generar clics.

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