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Mónica Rodríguez. Después que el conflicto armado le arrebatara a su hermano y las propiedades de su familia, esta mujer encontró en Cali una nueva oportunidad. | Foto: Foto: Marcela Martínez | El País

Mónica, la desplazada que sana sus heridas ayudando a otras víctimas

Mónica Rodríguez es uno de los rostros de los abusos que las Farc cometieron contra las mujeres. Hoy es una líder que lucha por la víctimas de Aguablanca.

21 de junio de 2017 Por: Camilo Osorio Sánchez | Subeditor de Elpais.com.co

Pasó nueve años guardando el secreto más doloroso que ha vivido. Casi una década escondiendo en lo más profundo de sus recuerdos esos momentos de terror que la obligaron a desplazarse desde la zona rural del municipio de Policarpa, en el norte de Nariño, hasta Pasto, Bogotá y Cali, donde ahora pasa los días reconstruyendo su destino.

Creció en La Dorada, una vereda del corregimiento de Madrigal, donde despertaba con el fondo montañoso de la cordillera occidental y disfrutaba de un clima templado. Es hija de una maestra del sector y uno de sus tíos alguna vez fue concejal municipal, por eso Mónica Heidy Rodríguez dice que el liderazgo fue una virtud que le inculcaron en casa y que le salía innata cuando desde muy pequeña encabezaba un grupo de niños para hacer las coreografías que aprendían en la escuela. Pero su liderazgo no solo atrajo cosas buenas, pues no fue poco el tiempo que pasó para que estuviera en los planes de las Farc, aunque ella no se diera ni por enterada.

La guerrilla siempre había estado presente en la zona rural de Policarpa. Acampaban en la cancha de fútbol de la escuela y determinaban los horarios de circulación de la población. “Nadie podía salir entre las 6:00 p.m. y 6:00 a.m., porque ellos activaban minas y se preparaban contra los ataques del Ejército o los paramilitares. Ni las mamás que entraban en trabajo de parto podían salir, había que esperar hasta la madrugada”, recuerda.

Las Farc estaban tan presentes que le despertaba más temor la policía, a quienes solo veía cuando viajaba de su vereda al pueblo o cuando iba hasta Pasto, la ciudad más cercana, que está a ocho horas de trayecto. Pero también le tenía miedo a la guerrilla, pues durante su adolescencia intentaron reclutarla en repetidas ocasiones. Su negación a enlistarse fue el detonante de su desplazamiento.

“Yo no acepté en ningún momento. Desde pequeña me di cuenta cómo engatusaban a los muchachos y las muchachas. Te dicen que te vayas a las buenas, porque sino lo harán a las malas. Te buscan en el colegio, te muestran plata, te hablan de poder. Y si no tienes fuerza de voluntad, pues caes, pero siempre me rehusé”, y al final del colegio Mónica se fue a Pasto a estudiar una carrera técnica.

Quince días antes de finalizar los estudios recibió una llamada de su tío, quien le pidió con urgencia regresar a La Dorada, porque ‘El Negro’, su hermano, estaba muy enfermo. Ella no le creyó, sabía que había algo más grave de fondo y le pidió la verdad de su llamada. El tío rompió en llanto al otro lado de la bocina y ella recibió uno de los golpes que más ha tardado en perdonarle al conflicto armado.

El regreso fue el viaje más lento que ha recorrido. Recuerda que entró a su casa y el cuerpo de ‘El Negro’ estaba sobre una mesa siendo velado. Sus tres hermanos menores estaban abrazados, llorando. Ella contó 38 heridas de puñal en el pecho y dos disparos en otras partes del cuerpo. “Él no tenía más de 15 años y lo torturaron horrible porque no dio información. ¿Información de qué si era un menor de edad?, él estaba en el colegio pero también trabajaba, porque en el campo no hay adolescencia, eres niño y luego tienes que empezar a trabajar”.

Así fue como su hermano pasó a ser una de las 8749 víctimas del conflicto armado en Policarpa, Nariño, uno de las zonas donde más presencia ejerció el Frente 29 de las Farc, cuyo accionar abarcaba también los municipios de Leiva, La Llanada, Sotomayor, Cumbitará y Barbacoas. Mónica insiste en que la negativa de su hermano en sumarse a las filas de la guerrilla fue lo que le causó la muerte, y también lo que casi la mata a ella.

“Tiempo después iba en camino hacia Pasto, cuando la guerrilla estaba en la vía y paró el vehículo en el que yo estaba. Una señora que estaba a mi lado me dijo que venían por mí. Un hombre se subió al carro y preguntó por mí, diciendo mi nombre completo. Me obligaron a salir del vehículo, me vendaron los ojos y ante mi resistencia me trataron mal obligándome a caminar por el monte”, dice.

Lo que ocurrió después sólo pudo contarlo luego de nueve años. Varios guerrilleros abusaron sexualmente de ella en una venganza por negarse al reclutamiento, o al menos así se lo recriminaron durante el brutal hecho del que pudo escapar en pésimo estado al escuchar los disparos que venían de la montaña del frente, y que los milicianos interpretaron como un ataque del Ejército.

Corrió como pudo hasta la carretera y le rogó a un conductor que la sacara de la zona. Viajó hasta Pasto encerrada en el baúl del carro y desde entonces nunca más pudo regresar a Policarpa. Encontró auxilio en la casa de una amiga y estuvo escondida, en estado de shock, por varios días, hasta que el temor de ser buscada por la guerrilla la obligó a huir hasta Bogotá, la ciudad donde ya no sería la joven con actitud de líder, sino una campesina nariñense desplazada por la violencia.

Policarpa, el pueblo al que no ha podido regresar, fue el cuarto municipio de Nariño de donde más personas fueron desplazadas entre 1985 y el 2012 por cuenta del conflicto armado, afectando a 13.956 personas. Es además, según un informe departamental de hechos victimizantes de la Unidad de Víctimas, el municipio donde más delitos contra la libertad y la integridad sexual se registraron en ese periodo de tiempo, afectando a 1.937 personas.

“¿Usted piensa que yo le voy a creer eso?, ¿a quién pueden ocurrirle ese tipo de cosas tan increíbles?, todo parece mentira; fue lo que me dijo el funcionario de la Unidad de Víctimas el día en que decidí acercarme para contar mi caso”, relata Mónica. Ese día también fue atendida por una psicóloga a quien tuvo que contarle día a día su tragedia de víctima. “Lloré tanto que ella también tenía los ojos rojos. Era la primera vez que hablaba de eso, y después de hacerlo creo que descansé”.

Ayudar a quienes pasaron por lo mismo

Su acercamiento a la Unidad de Víctimas le abrió la puerta para empezar un proceso de reconciliación consigo misma. Con el tiempo se radicó en una casa del barrio Unión de Vivienda Popular, en el oriente de la ciudad, donde alojó luego a su mamá y a sus hermanos, quienes finalmente habían escapado de la violencia en Policarpa.

Empezó a asistir a las reuniones de programas estatales, a reunirse con personas que habían padecido los estragos del conflicto armado colombiano, y poco a poco comenzó a emerger de nuevo el liderazgo que traía de cuna.

En una de esas reuniones un funcionario le dijo que ella tenía la capacidad para ser la líder de un programa en la comuna 16, donde vive, una zona de barrios populares que están en el oriente de Cali y que dan inicio al Distrito de Aguablanca, el sector más grande y en algunos tramos vulnerable, de la capital del Valle. Ella no lo pensó.

Ese paso le abrió la puerta a una vacante laboral en la que nunca pensó ser elegida y en la que ahora lleva dos años de trabajo. La pequeña líder del Instituto Madrigal San Francisco de Asís ahora es quien acompaña a las víctimas de la violencia, desplazadas como ella, que buscan en Cali una segunda, tercera y constante oportunidad de vida.

“Ahora soy la auxiliar que les ayuda a entender los programas para las víctimas. A veces llegan muy enojados, a tratarme mal porque no llegan las ayudas del Gobierno. Yo los invito a sentarse, los escucho y luego les doy un abrazo. Los asesoro de la manera más clara y ellos me dicen que me quieren”, relata.

“¿Cierto que usted me entiende?, me preguntan. Y les digo claro, si yo también he aguantado hambre, no he tenido donde dormir. Y les digo que ser víctima no es una condición para andarse humillando. Es una prueba para volver a salir adelante”.

Incluso ha descubierto su nuevo rol de representante de artistas y es la mánager del grupo Timbiflow, una agrupación de música urbana conformada por tres jóvenes desplazados de Timbiquí, Cauca, quienes cantan líricas de amor, en vez de conflicto.

Mónica ahora tiene 33 años y un optimismo que brilla en su mirada. En el corregimiento de Madrigal donde nació, está instalada una de las 26 zonas veredales transitorias de normalización, donde 200 guerrilleros de los frentes 8 y 29 de las Farc están en proceso de entrega de armas para volver a la vida civil. Además, más de tres mil familias de su municipio y de Barbacoas, ya sellaron acuerdos para sustituir 5.634 hectáreas de coca por otro tipo de cultivos.

“Extraño mucho volver a Policarpa. Cuando mi mamá viaja la único que le pido es que le tome fotos a la casa y a la tumba de mi hermano. Sí quiero volver, pero todavía me da susto”.

*Este artículo se publica gracias a la beca '200 años en paz, storytelling para el posconflicto', apoyada por la Escuela de Periodismo de El Tiempo, la Embajada de Suecia, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de La Sabana.

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