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No es normal

La educación, la orientación a los grupos de aficionados y el trabajo social con las llamadas barras bravas deben ser permanentes

6 de mayo de 2023 Por: Juan Esteban Ángel

No existen espectáculos que generen tanta emoción, pasión, entusiasmo y derroche de energía como los deportivos, y particularmente el fútbol.

Pero las pasiones y emociones intensas en los aficionados no justifican comportamientos violentos. La rivalidad entre equipos es sana, pero cuando se transforma en violencia, dentro y fuera de la cancha, deja de ser parte del deporte para convertirse en una problemática social.

La historia de la violencia en el fútbol es un flagelo que lleva décadas, que aparece recurrentemente y en diferentes latitudes. Lo hemos visto en Inglaterra y sus hooligans, las barras bravas en Argentina y recientemente en Cali y Medellín previo a los clásicos de la ciudad. No podemos normalizar la violencia en el contexto deportivo y menos en el fútbol.

Es inaceptable que se impongan sanciones irrisorias a los responsables o que los hechos queden impunes. Esta problemática no la vamos a erradicar si esta es la generalidad. Hechos como los ocurridos el fin de semana pasado son lamentables y es peor aún, que sus protagonistas hayan sido dejados en libertad al día siguiente.

Es difícil hallar una cifra exacta del impacto de la violencia en el fútbol debido a la falta de registros y a la variedad de formas en que se presenta este fenómeno. Sin embargo, la organización no gubernamental ‘Fútbol contra la violencia’ estima que desde 1960 hasta la actualidad, han muerto más de 1.000 personas en incidentes relacionados con el fútbol en todo el mundo, sin contar las lesiones graves, traumatismos emocionales y daños a la propiedad. Un estudio de la organización Fútbol sin fronteras, entre 1961 y 2016 registró al menos 1.342 muertes relacionadas con la violencia en el fútbol en todo el mundo.

Esta situación hay que abordarla en toda su dimensión, como una problemática social compleja, multifactorial, que involucra a diversos actores y que tiene raíces más profundas. La violencia en el fútbol puede ser un reflejo de problemas sociales más amplios como la desigualdad económica y la exclusión social.

Las peleas, el vandalismo y otros actos violentos crean un ambiente de miedo y hostilidad que ahuyenta a las familias de los estadios, y muchas de ellas, que antes disfrutaban de este ocio, prefieren quedarse en casa por miedo a que algo les ocurra. A esto se suma el impacto económico negativo que trae en las comunidades. EL vandalismo y la destrucción de la propiedad hacen pagar altos costos a las personas, negocios -muchos de ellos pequeños que constantemente se ven afectados-, ciudades y a los clubes de fútbol, ya sea por reparaciones, sanciones disciplinarias o en medidas de seguridad adicionales. Y lo más importante, esta violencia puede cobrar vidas y generar pérdidas irreparables en todo sentido.

La educación, la orientación a los grupos de aficionados y el trabajo social con las llamadas barras bravas deben ser permanentes. Se debe potenciar ese liderazgo y la afinidad que genera el futbol para movilizar cambios sociales positivos en la comunidad que impactan. Los vándalos deben ser castigados de manera ejemplar y los clubes asumir responsabilidad frente a sus hinchas y participar de programas que aporten a generar valor.

No es normal que para cada partido las autoridades de la ciudad se tengan que preparar como para una guerra. El fútbol es fuente de alegría y entretenimiento para muchas personas, sin contar que lo es también, de ingresos económicos, y así debe seguir siendo. Solo a través de la colaboración entre las autoridades del fútbol, los equipos, los jugadores y los aficionados, se puede garantizar que este siga siendo un deporte que podamos disfrutar todos.

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