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Las marchas y su significado

Luego tuvimos las tradicionales marchas del 1º de mayo que, aunque fueron usadas esta vez de forma atípica para amplificar discursos oficiales, reflejaron también divisiones sindicales y visiones críticas sobre políticas estatales que deben reexaminarse a la luz de las urgencias nacionales.

5 de mayo de 2024 Por: Claudia Blum

Como ciudadanos tenemos el derecho a reunirnos y a expresar nuestros puntos de vista a través de la protesta pacífica. Las marchas y manifestaciones pueden ser poderosas y útiles para crear conciencia, presionar cambios y dar visibilidad o ampliar apoyos a causas colectivas. Sus resultados dependen de diversas circunstancias, como el alcance de la movilización, la estrategia y la persistencia. También la naturaleza esencial y justa de lo que se esté reclamando, la originalidad de los mensajes y símbolos, y el cubrimiento de los medios de comunicación pueden llevar a cambios o huellas duraderas en la sociedad. Clave asegurar marchas pacíficas para que el mensaje de la protesta llegue en forma efectiva y sin violencia y cuente con la legitimidad que ofrecen los sistemas democráticos.

En la historia hay ejemplos que han tenido impactos diferenciados. En la India colonial, Mahatma Gandhi lideró la Marcha de la Sal en 1930 en protesta por impuestos británicos sobre la sal. Esa movilización fue antecedente crucial en la posterior independencia de ese país. También allí, en 2020-2021, más de 250 millones de personas participaron en los paros y protestas contra cambios planteados en leyes agrícolas y el gobierno de Narendra Modi finalmente retiró esas leyes en 2021.

En 2020, el asesinato de George Floyd en Minneapolis (EE. UU.) fue noticia mundial. Miles de personas salieron a las calles en cientos de pueblos y ciudades de ese país y en otras naciones para protestar contra la discriminación racial y exigir respeto por la vida. Sin embargo, la violencia apareció en varios casos y el resultado de estas marchas fue ambiguo. Falta camino por recorrer en esos temas, aunque algunas ciudades impulsaron reformas policiales, varias corporaciones suspendieron anuncios relacionados con el discurso de odio, y en países europeos y Reino Unido se constituyeron comités para examinar legados coloniales.

En 2019, Chile vivió manifestaciones detonadas por alzas en pasajes de transporte público. Aunque también allí hubo hechos violentos, la dimensión de la protesta fue tal que originó un proceso para reemplazar la Constitución vigente desde la dictadura militar de Pinochet. Sin embargo, después de todo, la gente rechazó en dos votaciones populares los textos de sendos proyectos constitucionales, uno promovido por la izquierda y otro por la derecha. Fue un proceso que evidenció allí serias divisiones radicales y una falta de consensos nacionales.

Colombia también ha tenido protestas disímiles. Desde las marchas pacíficas en 2008 contra el secuestro y el terror de las Farc –que se cuentan entre las más grandes en nuestra historia–, hasta paros y protestas que han sido infiltrados dolorosamente por vándalos y actores ilegales.

En esa historia de contrastes, las marchas del pasado 21 de abril lograron participación masiva en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Pereira, Popayán, Cúcuta y Montería, entre otras ciudades, y fueron ejemplares por la forma pacífica en que se desarrollaron. Convocadas por diversos sectores políticos y sociales, fueron una expresión contundente y significativa de inconformidad con políticas como las reformas sobre la salud y las pensiones, las decisiones en materia económica, la inseguridad y el fracaso de la llamada paz total, entre otras preocupaciones. Al ser expresiones no violentas, se legitima la voz de una sociedad civil que se expresa en el ejercicio democrático y merece ser escuchada.

Luego tuvimos las tradicionales marchas del 1º de mayo que, aunque fueron usadas esta vez de forma atípica para amplificar discursos oficiales, reflejaron también divisiones sindicales y visiones críticas sobre políticas estatales que deben reexaminarse a la luz de las urgencias nacionales.

Presidente Petro: es de esperarse que la libre expresión de los manifestantes sea debidamente valorada, y que la voz de la colectividad que es crítica no sea ignorada. La voz popular de todos los sectores debe traducirse en actitudes y en políticas constructivas que reflejen consensos nacionales amplios, y no profundicen las divisiones y la polarización que solo menoscaban el avance y bienestar de las sociedades.

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