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¿No más Gabo?

No suelo ser muy refranero, pero de vez en cuando se me pone de presente alguno, sobre todo de los de arrogancia, como aquel de que “el que al cielo escupe, en la cara le cae”.

12 de junio de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

No suelo ser muy refranero, pero de vez en cuando se me pone de presente alguno, sobre todo de los de arrogancia, como aquel de que “el que al cielo escupe, en la cara le cae”. A estas alturas de la vida, pasado medio siglo de la imposición de ‘Cien Años de Soledad’ como la segunda Biblia del hombre, o por lo menos el segundo Quijote, según Neruda, se necesita ser muy osado, o muy pesado, para buscarle al autor la caída por tacaño o por ‘chupaculos’.

Causa estupor el cabal artículo del admirable ‘hable de lo que hable’ Julio César Londoño en El Espectador, “50 años padeciendo a Gabo”, donde se despacha orondo contra el hijo del telegrafista, como quien no quiere la cosa, citando a otros, tirando la mano y escondiendo la piedra. Expone la fatiga a que nos ha llevado el exceso de información sobre el personaje que por algo se convirtió en una fábula, pero que por favor ya no más, que no intoxiquen con tanto ripio, cuando de lo que se trata con los contados y milagrosos artistas que devienen en mitos es de saberlo todo sobre ellos, no sólo de cómo atornillaron su estilo destornillando el de otros, sino sus detalles menores, como la música que oían mientras trabajaban, el jabón con que se restregaban las posaderas y el tanto de sal o pimienta que añadían a sus caldos y a sus andares. En especial cuando la vida del hombre, con sus flaquezas, si las tiene, es tan fabulosa como su obra. Aunque no creo que sea del caso el chismorreo de que el antaño vendedor de enciclopedias al fiado por la Guajira, tuvo sus lances con una modelo de muchos y próvidos amantes, y que se hizo patente su tacañería al seguir derecho cuando la diva le señaló fascinada una pulsera de brillantes en la vitrina de Tiffany’s. Una cosa es ser avaro y otra huevón. Así hubiera sido Audrey Hepburn.

Airea Londoño algunas críticas de personajes del cartel de las letras que en su momento cuestionaron a Gabo, con no oculta tirria por grandes que fueran, como Octavio Paz, y como el genial Passolini, ese sí con rabo de paja, llegando al extremo de suponer que el brutal asesinato del cineasta por tres jóvenes ‘putos’ en una playa de Ostia no habría obedecido a cuestiones pasionales y ni siquiera al morboso señalamiento del fascismo en ‘Los 120 días de Sodoma’, sino a los apuntes sacrílegos (“Es un hecho absolutamente ridículo llamar obra maestra a Cien Años de Soledad”) contra nuestro escritor cataquero. Aun como hipérbole creo que el aquilatado periodista orina fuera del tiesto.

Se le olvidó citar, o no le cupo en la caja de la columna, los denuestos de otros distinguidos hombres y mujeres de letras, como Anthony Burguess y Susan Sontag, argentinos como Alberto Fuguet, quien en su alegato ‘McOndo’ rechaza el tal realismo mágico como una impostura donde “todo el mundo anda de sombrero y vive en los árboles”. Y para no dejar por fuera a Borges, recordemos que el comentario que hizo de ‘Cien Años de Soledad’ fue el de que “le sobraban cincuenta”, tal vez los que se celebran.

Pero no se priva Londoño de referirse a “su arribismo estratosférico, esa manera suya de ahondarse en cóncavas zalemas ante los símbolos del poder, ante reyes obscenos, emisarios del imperio y asesinos de alto rango, es decir, en lengua vallejiana, “esa impudicia para lamer culos sin el más mínimo recato”. Claro, tenía que citar al inefable Fernando Vallejo, cuya frase es un autorretrato patente, sin que tenga que ver la literatura ni la política. Lo mínimo que merecería Gabo es respeto, ante todo de los escritores. “Los que acudían a él eran los poderosos, en vista de lo poderoso que él era”, aclara Gerald Martin.

Ya años antes Julio César se había apuntado un hit con un artículo parecido masacrando a Álvaro Mutis, que le conllevó un Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Porque en Colombia todo puede suceder en las urnas y en los concursos.

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