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El cambio de las democracias directas, donde todos se reunían para tomar decisiones, a las nuestras de hoy con un tercero electo ha facilitado la capacidad de lavarse las manos.

5 de abril de 2023 Por: Gustavo A. Orozco Lince

Hace unos días escuchaba a alguien muy tranquilo contar cómo había “tenido” que recurrir a un conocido sector de deshuesaderos para comprar un espejo porque sus ingresos de ese entonces no le alcanzaban para el original. Muy a mi estilo, no dejé pasar su historia como un simple relato. Le recalqué que su acción estaba mal solo con la sospecha de que el repuesto no era simplemente ‘usado’ y que, de confirmarse su origen ilegal, su acto en un país normal debería tener consecuencias penales. Así de sencillo.

De poco nos sirve seguir arrancándonos el pelo por el desorden de la movilidad o por el susto de los robos si somos incapaces de respetar un semáforo o de dejar de comprar robado. La excusa del afán o de ahorrarse unos pesos no alcanza ni para tranquilizar la conciencia ni para excusar legalmente. O no debería, más bien, porque somos expertos del doble rasero y hay muchos a quienes se les llena la boca quejándose de lo uno y haciendo lo otro.

Una Cali de la que nos sintamos orgullosos necesita un cambio de paradigma. Un modelo de pensamiento donde cada uno asuma su responsabilidad con acciones diarias y repetitivas. Podrán ser, aisladamente, insignificantes pero en lo agregado tendrán impacto.

Ojalá esta época de reflexión habitual nos sirva para seguir buscando luces de lo que le conviene más a Cali. No solo para seguir discusiones políticas, sino para encontrar cada vez más y mejores formas de cada uno contribuir a que nuestra ciudad recupere su grandeza.

Sonará muy cliché, pero con eso y todo, nos falta mucho. Me frustra ver cómo la gente reclama soluciones para cada frustración que tienen con Cali, pero hacen muy poco para que eso cambie. Muchos decían que con el paro sería otro cuento. Yo, sin embargo, creo que estamos en la misma inercia de siempre.

Quizás es un proceso normal. El cambio de las democracias directas, donde todos se reunían para tomar decisiones, a las nuestras de hoy con un tercero electo ha facilitado la capacidad de lavarse las manos. Eso le pasa hasta a la minoría que vota. Pensar que solo cumplir con el llamado a las urnas es suficiente es parte del problema. Claro, votar ya es un paso importante cuando una porción significativa ni siquiera cumple con ese deber mínimo. Pero hacerlo no alcanza.

Un político no es un mago. No se las sabe todas, no puede solo, no tiene una vara para hacer hechizos y resolver. Tampoco es una conciencia calcada de sus electores, por lo que los que estamos en las barreras debemos seguir trabajando en lo que nos corresponde para exigir que hagan y para sumar a lo que se pretende.

Para la seguridad, para la movilidad, la ciudad que soñamos necesita que todos se pongan la camiseta para ayudar. No un día, no con un voto cada 4 años, no con un grupo de WhatsApp. Necesita ciudadanos que entiendan que su rol es absolutamente todos los días y empieza por la coherencia de sus acciones.

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