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Carlos Jiménez

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Afinidades electivas

Puede que yo no sea tan escéptico como el Gramsci del relato, porque sigo creyendo con el Gramsci histórico que es deber “el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia”

23 de junio de 2023 Por: Carlos Jiménez

La lectura te ofrece, entre otras muchas cosas, la de descubrir de repente las razones profundas de una amistad, ocultas habitualmente por el fulgor de los encuentros cara a cara. Es exactamente lo que me ha ocurrido leyendo La ragazza del secolo scorso, libro de relatos de Hernán Toro.

La primera advertencia en este sentido me la dio el primero de ellos, el que lleva precisamente el título del libro, en el que él imprime un giro a su pasión por los centones, por los relatos imaginarios de personajes históricos y literarios renombrados, para ponerse en primera persona. Guardando eso sí las debidas formas literarias, es decir, sustituyendo los nombres propios por seudónimos que encubren no solo el propio sino el del álter ego literario del autor.

Traer a cuento en dicho cuento a Rossana Rossanda hirió el corazón de mis recuerdos, porque yo fui uno de los fundadores, en los años 70 del siglo pasado, de un efímero semanario socialista al que insistí en llamar El Manifiesto, en homenaje precisamente a Rossana, que por aquellos años dirigía en Italia un periódico disidente del PCI, llamado Il Manifesto. Insistí por mí afinidad por la orientación política y, sobre todo, por la recuperación y fecunda relectura que hacían de la obra de Antonio Gramsci.

En el relato de Toro, los dos protagonistas del mismo, en la época de su militancia política radical, adoptaron los seudónimos de Rossana Rossanda y de Antonio Gramsci. Tanto el contenido de sus diálogos como la minuciosa reconstrucción e interpretación de los mismos por Gramsci, el álter ego literario de Hernán, también me han tocado muy de cerca, porque en ellos se juega la partida de reinterpretar aquel juvenil entusiasmo revolucionario desde la perspectiva de una senectud desencantada y escéptica que, pese a su escepticismo, no deja de hacerse trampas a sí misma. Touche.

Puede que yo no sea tan escéptico como el Gramsci del relato, porque sigo creyendo con el Gramsci histórico que es deber “el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia”, aunque quizás esta creencia no sea más que un espejismo.

Las razones de la subrepticia afinidad electiva que nos une están sin embargo en el relato Analista de discursos, que es tanto una descripción del método literario de Hernán como de mi ejercicio de la crítica como el descubrimiento en la materialidad del texto de “los planos invisibles de una arquitectura silenciosa”.

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