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Caricatura de Ricardo Rendón sobre la masacre de las bananeras, que tuvo lugar en diciembre de 1928 y en la que fueron asesinados alrededor de 1800 trabajadores. | Foto: Archivo

Cien años de soledad, el establecimiento de una 'contrahistoria'

Juan Moreno Blanco, profesor de literatura y especialista en Gabriel García Márquez, sostiene que ‘Cien años de soledad’ es, además, una novela que establece un nueva historia de Colombia, una contrahistoria.

4 de junio de 2017 Por:  Redacción de Gaceta

‘Cien años de Soledad’, dicen los críticos, supuso entre tantas cosas la aparición de una nueva y original forma de narrar a América Latina. Aunque el Realismo Mágico ya era notorio en escritores como Alejo Carpentier, María Luisa Bombay o Juan Rulfo —de quien García Márquez admitió su profunda influencia con la novela ‘Pedro Páramo’— ninguna de las obras de esos escritores tuvo una resonancia tan fulgurante como ‘Cien años de soledad’ y ninguna, además, supuso la aparición de una forma de escritura que desplazaba todos los esquemas europeos que se usaban en Latinoamérica.

Para Juan Moreno Blanco, profesor de Literatura de la Universidad del Valle y especialista en la obra de García Márquez, ‘Cien años de soledad’ implica, además, la aparición de una nueva narrativa histórica sobre Colombia.

Una narrativa subversiva y opuesta al relato histórico que, dice el académico, imperó en Colombia durante algo más de la mitad del siglo XX. La más importante obra del escritor colombiano implicó, entonces, una suerte de revolución en las letras latinoamericanas, como una revolución en la manera de vernos y entendernos a nosotros a mismos - o acaso ambas cosas sean equivalentes.

Usted dice que ‘Cien años de soledad’ es una novela que narra una “contrahistoria”...
Sí. Lo que hace ‘Cien años de soledad’ es establecer una narrativa de la historia colombiana diferente a la que venía predominando desde los inicios del siglo XX. En 1910, cuando se cumplieron los cien años de la Independencia, el Gobierno realizó un concurso entre historiadores para que se definiera cuál libro serviría para enseñar historia en los colegios. El libro ganador de ese concurso se llamó 'Historia de Colombia para la enseñanza secundaria', y el autor es Jesús María Henao. Se trata de un texto que sostiene que la historia del país empieza con la conquista y colonia por parte de España, y que además, siguiendo la constitución de 1886, dice que Colombia es un estado católico y es el “país del sagrado corazón de Jesús”.
Es decir, es un libro que niega el pasado indígena de Colombia, que invisibiliza los procesos de mestizaje, la presencia de la cultura afro y otras características de todos los grupos que componen el país, para definirlo solo en términos de nuestra relación con España. Ese texto fue usado en la enseñanza de la historia del país hasta los años 60, cuando aparecen historiadores como Germán Colmenares y Jaime Jaramillo Uribe que escriben monografías de historia más complejas. Es en esa década, también, que aparece ‘Cien años de soledad’, novela en la cual García Márquez hace que en Macondo sucedan y tengan lugar todas esas expresiones culturales que la ‘Historia de Colombia para la enseñanza secundaria’ no aparecía. En Macondo hay un pasado indígena, hay magia, hay toda una cosmogonía que nada tiene que ver con España, con la Iglesia Católica. El libro que se usó para enseñar historia durante casi 60 años en Colombia era excluyente, era una versión de la élite bogotana, ‘Cien años de soledad’, por su parte, narra el otro país que somos todos.

¿Cómo aparece en ‘Cien años de soledad’, esa parte de la historia que fue ignorada?
Un ejemplo muy elocuente es el hecho de que la primera lengua que los Buendía hablaron fue la lengua indígena y, por supuesto, la fuerza que tienen varios personajes indígenas en la novela. También están presentes todas esas conductas que se supone que no son las propias de una nación blanca entregada al “sagrado corazón de Jesús”, como el incesto.

Sin embargo, los Buendía olvidan la lengua indígena...
Sí, y eso es justamente una de las razones por las cuales su estirpe se destruye y es a la vez una metáfora de lo que han hecho históricamente las clases dominantes de este país. Los Buendía empiezan a enamorarse de la cultura del altiplano, del poder y de la forma de ver el mundo centralista del altiplano. Poco a poco empiezan a olvidar su relación con el mundo indígena wayúu, dejan de pensar como piensan los wayúu, los olvidan y de ese modo le dan la espalda a esa cultura ancestral. Allí empiezan, entonces, a tener lugar toda esa serie de acontecimientos trágicos en la familia y en Macondo. De algún modo, los Buendía son víctimas de ese falso prestigio que en nuestro país daba el hecho de pertenecer a la clase dominante del altiplano, de Bogotá. Es decir, los Buendía empezaron a sentir que debían hacer Macondo como la élite se los dictaba al precio de renunciar a su propia memoria.
Entonces vienen las 32 guerras que el coronel Aureliano Buendía libra por el partido liberal.
Es luego que descubre que entre el partido Liberal y el Conservador no hay grandes diferencias y que terminó haciendo una guerra para defender los intereses políticos de las clases dominantes, de las élites... Eso es muy trágico y también muy elocuente de lo que ha vivido el país por años.
Todo esa aspiración a ser parte del poder, que conlleva al olvido de su cultura ancestral, conduce a los Buendía a la destrucción.

Esa es la razón por la cual no tuvieron una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra...
Sí, porque no amaron lo que eran, no amaron sus orígenes, su Guajira.

¿El contexto político actual de Colombia, puede leerse aún a la luz de ‘Cien años de soledad’?
Claro que sí. Es que yo digo que esta novela es una ‘Máquina de la memoria', porque siempre nos entrega claves de lo que hemos sido y en lo que nos hemos convertido como país. Lo que sucede es que ‘Cien años de soledad’ ha tenido una corriente de crítica literaria muy fuerte pero en el extranjero, y esos críticos, que son muy buenos, carecen del contexto colombiano para analizarla. Ahora se está haciendo una crítica de la novela en el contexto del país que nos permite comprender mejor tanto a la obra como a Colombia. Hay ejemplos que son muy sorprendentes. En la capitulación de Neerlandia, el coronel Aureliano Buendía firma el acta de rendición de su ejército y llega un muchachito en una mula que trae el “oro de la rebelión”. Ese oro es entregado a el gobierno y luego nos damos cuenta de que el coronel se queda esperando a que el estado le cumpla las promesas.

Y la masacre de las bananeras...
Ese es otro episodio que nos sigue hablando de nuestra historia. Gabo narra cómo los militares se ponen en contra de los huelguistas que trabajan en la compañía bananera y cómo ellos mismos se ponen a recoger bananos para la compañía en pleno paro. Y narra cómo los abogados del Estado se dedican no más que a defender los intereses de la compañía...

Si se piensa en lo que sucede en Buenaventura, Tumaco, Chocó, el Cauca, La Guajira, habría que decir que toda Colombia, como los Buendía, se olvidó de su cultura...
Sí. Sigue pasando lo mismo. Bogotá y las grandes capitales son el centro del país olvidado de lo que sucede en otras partes. Y no sólo olvidado, sino además tratando de acabar con la forma en la cual en otras partes se vive. Los indígenas tienen todo un acervo cultural específico, lo mismo que los afro, pero no les estamos dando el escenario para que vivan esa cultura. Y eso sucede porque la historia oficial nos enseñó a pensar así, a pensar sin el otro, a no admitir la existencia de los otros, que son indígenas, afro, pero también homosexuales, ateos, liberales, etc. En eso reside parte de la grandeza de ‘Cien años de soledad’, en que recupera nuestra memoria y nos llama a darle un lugar a todos los que componemos este país.

El programa editorial de la Universidad del Valle publicó el libro ‘Cien años de soledad 50 años después’, del cual el profesor Juan Moreno Blanco es el editor, para celebrar los 50 años de la aparición de la novela.

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