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¿Qué tiene que hacer Cali para no hundirse en el invierno?

Autoridades locales toman medidas para evitar nuevas inundaciones. CVC invertirá $10.000 millones en Cali. Panorama de una tragedia.

24 de abril de 2011 Por: Redacción de El País

Autoridades locales toman medidas para evitar nuevas inundaciones. CVC invertirá $10.000 millones en Cali. Panorama de una tragedia.

El sur de Cali está expuesto a que, con cualquier aguacero, se repita la inesperada inundación que sufrió el viernes pasado, por cuenta de un chubasco de diez horas. Así lo advirtieron los técnicos. No es por meter miedo, pero hay que tomar medidas para prevenir.Así lo entendieron las autoridades que no salen de la sorpresa de que tres ríos del sur de Cali se desbordaran a la vez. Las empalizadas del Lili, Meléndez y Cañaveralejo rebosaron los cauces y devolvieron sus aguas con lodo de la cordillera por los canales de aguas lluvias, se metieron a casas, a sótanos de edificios y colmataron vías como la Pasoancho y la Carrera 50, entre otras.Por eso, la ciudad está en ‘alerta naranja’ y necesita espantar el fantasma de una catástrofe mayor. El alcalde Jorge Iván Ospina dijo que se tomarán algunas acciones preventivas.Primero, trabajar fuerte en las cabeceras de los ríos Cañaveralejo, Meléndez, Pance y Lili para que se reduzca el sedimento, que no haya más deforestación y no se produzcan residuos que puedan ser arrastrados y generen empalizadas como las del viernes.Segundo, dragar el lecho de los cauces que tienen un metro de sedimentación según los técnicos, con el fin de aumentar su capacidad y reducir la posibilidad de desbordamientos. El Municipio no tiene plata para acometer esa obra, por lo cual se le pedirá esta semana apoyo económico al Gobierno central para que incluya el proyecto en el Fondo Nacional de Calamidades.Tercero, impedir de manera tajante las construcciones en las riberas de los ríos y evitar que haya viviendas en sitios de fácil inundación. Está prohibido construir a menos de 30 metros de la orilla de los ríos, pero como advirtió Rodrigo Mercado, secretario General de la CVC, “si el municipio hiciera respetar las zonas de riesgo, la ladera y márgenes de los ríos -al menos el 20% del POT-, esto no pasaría”.Cuarto, se implementará un sistema de alertas tempranas para que en caso de alta precipitación los posibles afectados saquen los vehículos de los sótanos inundables.Quinto, el Municipio debe continuar con los esfuerzos para preservar zonas de amortiguamiento como las lagunas de Charco Azul y El Pondaje, en el oriente, y la Laguna de Cañaveralejo, en la zona de La Sirena, porque “en la medida en que ellas existan tendremos menos riesgos de inundación”, advirtió el Alcalde.De otra parte, Rodrigo Mercado, dijo que esta semana la CVC va a desembolsar $10.200 millones para obras de mitigación de emergencias en Cali. De ellos, $7.000 millones van para el reforzamiento del jarillón del río Cauca y $3.200 millones para obras de protección en zona de ladera.Entre tanto, la gerente de Emcali, Íngrid Ospina expresó que se reforzará la limpieza de sumideros y canales y pidió a la gente no arrojar basuras en ellos para evitar su represamiento.La Secretaria de Gobierno de Cali, Eliana Salamanca, indicó, a su vez, que el miércoles se presentará un proyecto de vivienda ante el Gobierno Nacional para ayudar a los damnificados del invierno y se mantendrá la vigilancia sobre el jarillón invadido, amenazado por las aguas del río Cauca.Esa ciudad amenazada por el agua...Arriba, donde permanecen colgados los estratos más bajos de esta ciudad, el invierno enseña de geografía urbana. Las lluvias que han caído, por ejemplo, mostraron que en lo más alto de las montañas que hay detrás del Batallón Pichincha existen barrios enteros desmoronándose en silencio. De ese lado, en las faldas de la cordillera occidental, Cali se divisa a lo lejos, bulliciosa, de espaldas a esa tragedia anunciada. Puede que sólo sea un efecto óptico.Jorge López, un cerrajero que vive en una de esas lomas, jura que él nunca ha visto gente de la Alcaldía subiendo a prevenirlos del riesgo; que nunca ha sabido de planes preventivos; que nunca ha escuchado de programas de reubicación por el peligro de las corrientes que corren bajo el suelo. La ciudad, para él, es apenas esa porción de tierra porosa donde pudo comprar un lote en millón doscientos; el rancho de esterilla; la niebla subiendo en espiral; el río Meléndez que ahora baja como una sopa densa y revuelta.La casa del cerrajero tiene las puertas abiertas. En la madrugada del viernes un barranco se le vino encima y tiró una pared abajo. Adentro, entonces, hay barro y piedras hasta el techo. De no haber sido por la suerte, o la mano de un Dios que sí ha llegado hasta ese lado de Cali, los nietos, su mujer, habrían quedado sepultados. El barrio se llama Las Palmas, alberga a cerca de mil familias y colinda con un resguardo indígena donde, aseguran, estas lluvias ya cobraron la primera víctima.Siguiendo el camino de esas montañas se llega al corregimiento de La Buitrera. Luis Fabio Ganoa, un guardabosques voluntario, mira desde uno de los desprendimientos que taponan una vía y cuenta de todas las veces que advirtió que aquello podría pasar. Que la deforestación, ya lo había dicho a los cuatro vientos, algún día iba a desencadenar catástrofes lodosas. Sucio de barro y agua lluvia, cuenta también de amenazas. De gente que prometió dispararle en caso de que siguiera insistiendo en cuidar lo que no le pertenecía. Un sector de La Buitrera, hasta el viernes, permanecía bloqueada por diez derrumbes que habían taponado la carretera, arrasado ranchos, matado perros, asustado a decenas de familias. Cali, otra vez al fondo, lejos, de espaldas a todo eso. Puede que sólo fuera un efecto óptico: abajo, la ciudad hasta ahora inmune al invierno, también vivía un drama amarillo y espeso. Sectores de El Caney, de El Ingenio, convertidos en cementerios de carros y muebles. El río Lili corriendo furioso a un costado. Hombres de la Defensa Civil haciendo censos de destrozos. El invierno demostrando que no sabe de geografía urbana.La cordillera vallecaucana se derrite ante el inviernoEl invierno ha convertido a las cordilleras en una colada espesa que arrasa potreros, fincas y carreteras. Como lo dijo el presidente Juan Manuel Santos, las montañas físicamente se están derritiendo, y esto, según el Mandatario, es un abrebocas de lo que se viene. El Valle no es ajeno a ese fenómeno. Fernando Domínguez, un agricultor de la vereda El Líbano, de Pradera, relata que desde hace dos semanas desplazó a sus dos hijas, su padre y su esposa al casco urbano del municipio para evitar que ese caldo amarillo de lodo arrase también con ellos. Él espera solitario en la finca, atendiendo el cultivo y las bestias. Su parcela de doce hectáreas está que se viene abajo. El derrumbe de la banca está a sus pies. “Tenemos miedo de que si remueven la tierra que tapa la carretera la finca se nos venga al piso. Por eso es mejor que yo este aquí solo en caso de que algo pase”, dice. A Fernando el banano y el cilantro se le están poniendo amarillentos por el exceso de lluvia. Literalmente se pudren sembrados. “Las raíces se deshacen en la tierra”. El drama no sólo es suyo. Las veredas se están quedando prácticamente sin gente en la zona montañosa de Pradera, ya bajaron los enfermos y con el incremento del invierno se vive una especie de éxodo de familias hacia la zona plana. La procesión en esta Semana Santa es cuesta abajo.Según el Dane, en las montañas de Pradera habitan cinco mil personas, el 98% vive de la agricultura y la ganadería y el invierno los ha golpeado de todas las formas posibles. Por ejemplo, una creciente de la quebrada Salsipuedes dañó un puente que comunica a la cabecera municipal con seis veredas y un resguardo indígena. En el extremo oriente de la cordillera son tantos los derrumbes que la única máquina cargadora que tiene Pradera está a dos horas y media de la cabecera municipal, internada en la ladera tratando de despejar la vía para que los ganaderos de los corregimientos de Bolo Azul, Río Blanco y Bolo Blanco puedan bajar la leche que produce diariamente su ganado.Allí, cientos de galones se ponen agrios cada día. Algunos cuajan la leche (en queso) para ganar tiempo, sin embargo, termina en las cocheras despreciada hasta por los cerdos.A tres kilómetros de allí, sobre la misma vía, John Jairo Marín, presidente de la junta de acción comunal del corregimiento de San Antonio, pelea contra la cordillera. Desde hace dos meses, a punta de mingas, quita con sus vecinos la tierra que tapona la vía de acceso a la población, pero la lluvia no cesa y como si se tratara de una pesadilla, la historia se repite. “Destapamos hoy y al otro día se nos viene la banca. Nosotros le hacemos a mano, pero ya no somos capaces, así es muy difícil”, comenta el líder, quien agrega que le ha pedido a Acuavalle seis tubos para hacer los trabajos de canalización, pero no le han hecho caso. “La misma comunidad canaliza el agua, no hay que ser ingeniero para hacerlo, nosotros conocemos el terreno, pero que nos den los materiales. La única respuesta que recibimos de Acuavalle es que esos tubos son usados en otras emergencias”.En la ladera bugueña el panorama no mejora. Varios acueductos rurales han sido arrasados por las crecientes de las quebradas que surten al río Guadalajara, por lo que los agricultores se las han ingeniado para tejer redes de mangueras que les permitan acceder a agua no potable de arroyos más mansos. “Yo traigo agua porque tengo las mangueras, pero hay muchos que tienen que viajar hasta dos horas para llevar desde mi casa dos tinas a lomo de mula”, dice Marcelo Benítez, morador de la vereda San Antonio. A pocos metros de allí, en La Primavera, un grupo de ocho hombres trabaja incansablemente para canalizar las aguas de la cordillera y evitar que el alud de lodo borre la única vía que comunica a la Ciudad Señora con ocho veredas. Al borde de ese peñasco, doña Leonor García siente cómo los cimientos de su casa poco a poco van quedando en el aire. El invierno se la está llevando a mordiscos. “Por mucha voluntad que haya es imposible canalizar toda el agua. Uno sabe que la tierra se viene porque crujen las plataneras. Aquí han puesto trinchos, pero no sirven de nada, al otro día están abajo, el agua es cosa jodida”, narra la mujer desde la puerta de su casa, la cual literalmente limita con el abismo.Puerto Nuevo, Versalles, vive su propio drama. Desde el año pasado 150 familias están en constante riesgo debido a una falla geológica, la cual se ha complicado tras las insistentes lluvias de las últimas semanas. Jorge Hernán Gómez, alcalde de la localidad, dice que está muy preocupado por el peligro que corren 500 personas, en su mayoría niños. Ellas en el día permanecen en sus viviendas, pero al caer la noche, atemorizadas porque se venga abajo una de las montañas que se desmorona, se ven obligadas a pasar la noche en un potrero apartadas del peligro, muchas veces a la intemperie.En Trujillo, la vía que comunica a los corregimientos de Venecia y Andinápolis se vino abajo, por lo que se encuentran incomunicados sin poder recibir víveres o poder sacar cosecha. “Adicional a esta situación el acueducto también fue afectado, lo cual tiene en estos momentos sin agua a 2.500 personas”, expresa con tono desesperado la alcaldesa Gloria Amparo Espinosa, quien agrega que un geólogo hace una inspección al represamiento del río Mediopañuelo, que amenaza con ocasionar una fuerte avalancha sobre este mismo sector. A la fecha, según la Gobernación del Valle, 17 de los 42 municipios han reportado deslizamientos y eso que según el Ideam el invierno apenas comienza.

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