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Historia de la expedición de aviones cubanos que se estrellaron en Felidia en 1937

¿Llevaban oro los aviones caídos en este corregimiento en 1937? ¿Por qué una de las cuatro naves sí llegó a Panamá? ¿Qué motivó a Fulgencio Batista a mandarles una réplica de la Virgen de la Caridad del Cobre?

5 de enero de 2016 Por: Alda Mera | Reportera de El País

¿Llevaban oro los aviones caídos en este corregimiento en 1937? ¿Por qué una de las cuatro naves sí llegó a Panamá? ¿Qué motivó a Fulgencio Batista a mandarles una réplica de la Virgen de la Caridad del Cobre?

Eran las 8:10 de la mañana del 28 de diciembre de 1937 cuando una escuadrilla de cuatro aviones de la Fuerza Aérea Cubana partió de la pista de El Guabito, de Cali, rumbo a Panamá.

La noche anterior, la tripulación cubana había sido homenajeada con un elegante banquete en su honor, ofrecido por la Gobernación del Valle y la Alcaldía de Cali, con presencia de las autoridades de la Fuerza Aérea Colombiana e invitados especiales.

“En el momento más animado de la fiesta, cuando los minutos eran un augurio de ventura para los diversos itinerarios del viaje, una enorme mariposa negra se introdujo en el salón, como queriendo presagiar la futura catástrofe”, cuenta el cronista de la época en el Diario del Pacífico en su edición del 30 de diciembre de 1937.

 “La bruja, la mariposa que en nuestra agorería es una señaladora de desastres, por una de esas inexplicables casualidades que suceden, anunció la catástrofe que ha conmovido en lo más hondo a la ciudadanía”, prosigue el relato.

El pasado 28 de diciembre de 2015, 78 años después, Cali y  habitantes de Felidia recordaron  que dicha escuadrilla y su tripulación nunca llegaron a su destino. Las tres naves se estrellaron en seguidilla contra esas  montañas de Los Farallones, causando la muerte a sus  siete tripulantes.

No eran aviones comerciales. Era una expedición en honor del almirante Cristóbal Colón,  que pretendía emular el viaje del descubridor de América, recorriendo los 26 países del Nuevo Mundo y recaudar donaciones para la construcción de un faro en República Dominicana, que se llamaría Faro Colón.  Durante mes y medio  habían visitado 16 con Colombia y el próximo era Panamá.

De ahí que  los aviones de esa gira   Profaro Colón habían sido bautizados como La Pinta, La Niña y la Santa María, como las tres carabelas del genovés que unió los dos mundos, el Viejo Continente y América. 

A diferencia de los tripulantes que acompañaron a Colón en 1492, que enloquecían  de la angustia al creer que morirían en el mar a la deriva, la tripulación de este redescubrimiento aéreo de América iba muy contenta por  la gran acogida y amabilidad con que los habían atendido en Cali.

 También habían ido a Bogotá en un vuelo comercial de Scadta, donde les había rendido homenaje el ministro de Relaciones Exteriores de la época con copa de champaña y un elegante té en el Hotel Granada. El presidente de la República, Alfonso López Pumarejo, aprovechó para  enviar cartas a sus homólogos de Cuba y de República Dominicana.

Pero ni las misivas ni los recursos para el faro llegaron a buen término. Antes de emprender el viaje, desde Bogotá el aerólogo González les advirtió a los aviadores antillanos de los peligros de navegación aérea por la Cordillera Occidental, a causa de los fuertes vientos en esa región y época.

También los pilotos de la Fuerza Aérea Colombiana, en El Guabito, les instruyeron sobre dos rutas de menor riesgo: la del Ferrocarril del Pacífico hacia el Occidente, y la de Cartago-Medellín para internarse luego en el Golfo de Urabá y así llegar a Panamá. Y que si optaban por una tercera ruta, la de Felidia-Anchicayá, les aconsejaron no pasar por las minas de El Socorro, y tomar suficiente elevación desde el Valle para remontar la cordillera a 1800 metros sobre el nivel del mar.

La tragedia dejó claro que tomaron la última ruta, pero no alcanzaron la altura mínima. Pese a que había un cielo despejado, las tres naves Stimson Relaliant, modelo SR9D, nuevas (1937) y con 285 caballos de fuerza, impactaron en la montaña.

 La primera en caer, en la vereda La Soledad, del corregimiento de Felidia, fue la Santa María, comandada por el teniente Antonio Menéndez Peláez, considerado un héroe del viaje transatlántico de Cuba a España, realizado un año antes. Con él murió el mecánico Manuel Naranjo Ramos   bajo “una lengua de fuego”, según expresiones de los lugareños. También perdió la vida  el periodista Ruy de Lugo Viña, quien iba a  escribir la crónica de toda  la travesía aérea.

Como las naves iban en una especie de revista aérea, La Pinta quiso corregir el rumbo y cayó  sobre la propiedad de Luis Arango, donde se incendió. Era una aeronave del Ejército Cubano piloteada por el teniente Alfredo Jiménez y el mecánico Pedro Castillo, cuyos cuerpos quedaron, aferrado al comando del avión el primero, y al micrófono de comunicaciones el segundo. Hoy viven allí, en una humilde casa de bahare, Ómar Giraldo y su esposa María Isabel Maca. 

El teniente Feliciano Risech, al frente de la  tercera nave, La Niña, al ver la tragedia de  las otras dos, intentó tomar altura,  pero no tuvo tiempo y explotó en llamas con el combustible que llevaba para volar 9 horas al estrellarse contra una roca sobre el río Felidia. Su  cuerpo y el del mecánico Roberto Medina Pérez quedaron calcinados de la cintura hacia arriba, salvo las piernas, que  quedaron dentro del agua.

  El único avión que sobrevivió a la catástrofe fue el Colón, un Curtis Wright modelo 19R, volado  por el comandante del ejército dominicano Frank Félix Miranda. Provisto de un potente motor HP Controyable Propeter, podía volar hasta a 194 millas por hora y ascender a 22.900 pies de altura. Condiciones le permitieron a Miranda y al mecánico Ernesto Tejada aterrizar sin contratiempos en el aeródromo La Portilla, de Panamá. Pero la dicha duró hasta que los mismos periodistas les informaron que sus compañeros habían perecido saliendo de Cali.

Marco Tulio Rivera, un campesino de Felidia que vio incendiarse los tres aviones, corrió a El Saladito a avisar.  Con el agravante  de que nadie le creía: todos se resistían pensando que se trataba de una inocentada de ese 28 de diciembre de 1937.

Francia Elena Sánchez, habitante de Felidia,   oyó muchas veces a su mamá Olga Marina Jovel contar que su abuelo, Román Martínez, vio que el primer avión iba muy bajito y salió al alto con un trapo a hacerles señas advirtiéndoles del peligro y que echaran más pa’arriba. Pero no entendieron o no lo vieron, siguieron de largo y se estrellaron.

Luego de la romería de autoridades,   rescatistas, curiosos y de una comisión cubana para la repatriación de los restos mortales a la Isla, se supo de un personaje que marcaría  la historia de Cuba: Fulgencio  Batista.  

[[nid:496092;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/01/virgen-felidia.jpg;left;{Virgen de la Caridad del Cobre, regalo de Fulgencio Batista a Felidia. Foto: Johan Manuel Morales | El País}]]

 Fue don Gilberto Hoyos, campesino  de Felidia,  quien prestó los caballos para subir a recuperar  los despojos mortales y traerlos a Cali. En esa tarea, los campesinos pedían que les dejaran algo –la leyenda rural dice que el avión iba cargado de oro– pero los cubanos venían  a llevárselo todo. Unos hermanos encontraron una esclava  y un lingote de oro, pero su madre se los hizo devolver. Había que ser honrados.

 Entonces, entre las cenizas  de La Niña hallaron una estampita de la Virgen de La Caridad del Cobre y pidieron que les dejaran aunque fuera esa imagen. A lo que Batista habría respondido que no, que era para los familiares del teniente  Risech, pero que él les prometía que les enviaría una réplica  para el caserío, en gratitud por su solidaridad.

Promesa que se hizo realidad en 1944, cuando Batista ya era presidente. En 1937, el gobierno de Cuba mandó a instalar un túmulo con los nombres de los siete cubanos muertos en el accidente y la Virgen no llegó. Pero siete años después,  recibieron  la imagen de la morenita que se venera en la parroquia de Felidia, tal cual como en Cuba. 

Este sitio de peregrinación está  frente al parque principal, el cual fue remodelado  por la Secretaría de Infraestructura y  la gestión del dirigente gremial Roberto Arango. Allí  fue instalado un  monumento que hizo la Secretaría de Cultura del Municipio, en la que las  tres naves parecen  alzar vuelo, inclinadas hacia arriba y mirando hacia el Pacífico, obra del maestro Diego Pombo, quien las bautizó Las Naves del Almirante, nombre que parece parafrasear el título de la novela La Nieve del Almirante, del  escritor colombiano Álvaro Mutis.

Cuanta persona vive en  Felidia narra cómo terminó el viaje que buscaba enlazar dos épocas, la de Cristóbal Colón en el Siglo XV, y la de las modernas conquistas, en el siglo XX.

Homenaje  La historia de los aviadores  cubanos la destaca el coronel Juan Carlos Rueda, director (e) de la Escuela Militar de Aviación, “por el valor de estos pioneros que marcaron la historia  de la ciudad, cuando solo llevábamos 25 años de aviación en Colombia”.  La exaltó el ex alcalde Rodrigo Guerrero,  quien invitó a convertir a Felidia en un destino turístico con música y gastronomía cubanas; con senderos ecológicos a los sitios de caída de los aviones, y de peregrinación a la Patrona de Cuba en su parroquia.   La cuentan los residentes de Felidia.  La sabe al dedillo Gloria Nancy Bueno, guía turística, que la repite a los turistas; la estudia Mónica Flórez Hidalgo, gestora cultural que lideró la investigación del proyecto; la cuenta José Gerardo Buitrón, presidente de la JAC.

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