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Angelino Garzón, columnista El País
Angelino Garzón | Foto: El País

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Responsabilidad democrática frente a los jóvenes, adolescentes y niños

Un joven educado, formado, tiene las herramientas intelectuales para ejercer con solvencia la actividad laboral del sector correspondiente para el que se ha preparado.

26 de marzo de 2024 Por: Angelino Garzón

Uno de los problemas que padece nuestra democracia, es que tiende a anteponer los intereses de los electores actuales y olvidarse de los próximos. Interesan más las próximas elecciones y muy poco las próximas generaciones. Este panorama, pobre y reductor de la política, de la democracia, obvia a la generación de jóvenes, adolescentes y niños aun sin edad de votar y se fija puntualmente en la acción e intereses del presente fugaz, dejando hipotecado el futuro de las nuevas generaciones. Mal asunto vivir de lo inmediato y abandonar lo que permanece.

Al deber del Estado, de facilitar una educación de calidad, universal y gratuita para los niños, adolescentes y jóvenes, se debería añadir una exigencia para que se les forme también en la cultura democrática, en los valores que aporta la democracia en términos de diálogo, entendimiento y acuerdo para vivir y convivir mejor, para un mejor bienestar.

Estos derechos que todo niño, adolescente o joven pueden y deben ejercer, no exime de las responsabilidades y deberes que tienen ante ellos mismos y ante la sociedad. Su deber de formarse adecuadamente con los medios necesarios que se les faciliten es una forma de corresponsabilidad directa con lo que se les entrega.

Esta corresponsabilidad les ayudará a hacer oídos sordos a los cantos de sirena llegados desde los más oscuros espacios de la ilegalidad, llámese delincuencia común, narcotráfico, paramilitarismo, guerrillas y todas aquellas formas de delincuencia en la que la juventud, a veces de manera ingenua, en otras de manera forzada, se convierte primera proveedora de material humano y alimento predilecto para actividades de los grupos armados ilegales.

Los jóvenes también son corresponsables en la lucha contra la desigualdad. El arma que tienen en sus manos para combatirla es la de la educación, la formación y la cultura. Un joven educado, formado, tiene las herramientas intelectuales para ejercer con solvencia la actividad laboral del sector correspondiente para el que se ha preparado. La formación continua, además, le dará herramientas adicionales que le permitirán crecer en su trabajo y aspirar con éxito a la mejora laboral y sus positivas consecuencias.

Los diversos y múltiples mecanismos de participación que la democracia permite, son otro punto referencial para que los jóvenes se asocien, debatan y lleven propuestas a los distintos órganos e instituciones de representación democrática, bien sean los propios partidos políticos, las organizaciones sociales, o bien todos aquellos que se derivan del parlamento o de los distintos poderes del Estado. El ejercicio del derecho a la asociación y a la reunión que nuestra Constitución ampara es una herramienta práctica y real que los jóvenes deberían utilizar para hacer llegar a los distintos órganos de representación del Estado, comenzando por el Congreso y Presidencia de la República, aquellas sugerencias, quejas o propuestas que consideren oportunas.

Hay que hacer frente a ciertas ideas que se propagan irresponsable y gratuitamente en el sentido de que los jóvenes no quieren trabajar. Sencillamente, eso es falso. Por supuesto que los jóvenes quieren trabajar, pero quieren tener un trabajo digno y estable para el que precisan estar formados. Ese trabajo debe suponer un salario justo y suficiente para vivir sin angustias de fin de mes, en horarios establecidos y en condiciones decentes.

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