Columnista
Demostrar que uno es uno
Al peso de demostrar que uno no es un robot, se suma entonces el peso de demostrarle a otro ser humano, frente a frente, de forma presencial, que uno sí es uno, que su cédula sí es su cédula.
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10 de nov de 2025, 02:48 a. m.
Actualizado el 10 de nov de 2025, 02:58 a. m.
Este año, la poeta y novelista Piedad Bonnett expresó, en un discurso, la molestia de tener que demostrar, casi a diario, que somos humanos.
De manera constante, sostenida, sistemática, algún portal web, alguna aplicación tecnológica o requisito virtual nos exige alguna prueba de que no somos bots, ni algoritmos, ni computadores. Resignados, ya ni nos rebelamos ante lo inevitable: Marque X aquí. Seleccione las imágenes donde salen semáforos.
Lo comprobé hace once días, cuando me robaron el teléfono celular en plena calle, sin violencia, con sigilo absoluto. Fue algún profesional del hurto, de esos que gobiernan el Paseo Bolívar, el Bulevar del Río. Y a quien ninguna autoridad restringe. Y a quien las bandas criminales que dominan la zona seguramente conectan y resguardan.
Ocurrió a pleno día, once de la mañana, con lo que comenzó una correría o paseo millonario por varias sedes de Tigo, cuya prueba para demostrar que ‘yo era yo’, falló varias veces. Como resultado, varios días de bloqueo con imposibilidad de solicitar una nueva SIM.
Y luego por Claro, con quien tampoco pude demostrar que ‘yo era yo’, pese a tener numerosos productos activos con ellos. Mis huellas digitales, que en medio de la diligencia no pudieron ser reconocidas por sus sensores, dieron pie a nuevos baches, imposibilidades y retrasos.
Al peso de demostrar que uno no es un robot, se suma entonces el peso de demostrarle a otro ser humano, frente a frente, de forma presencial, que uno sí es uno, que su cédula sí es su cédula.
Y que te sometan a verificaciones de datos creadas por algún humorista sádico de Datacrédito, llenas de preguntas completamente confusas, cascarudas, llenas de opciones a), b), c), d), e).
Se necesita un equipo de contadores, veedores del tesoro, médiums y adivinos para acertar. Solo acerté al día 10, cuando puse la mente en blanco y respondí la tal prueba de verificación con lo primero que se me ocurrió, por muy improbable que fuera. Sí, porque esos sistemas no están hechos como garantes de la verdad y protección al usuario, sino como reflejo del subdesarrollo, de la burocracia y la deshumanización de los procesos.
Luego, la angustia de demostrar que uno es uno ante Instagram, X, Facebook y demás plataformas; ante su majestad WhatsApp y ante los muchos correos electrónicos y plataformas de reuniones de trabajo virtuales que amplifican la duda y la sospecha.
También la dificultad de demostrar que uno es uno en las aplicaciones de uso diario en las que delegó casi todo, desde la posibilidad de pedir y pagar un simple taxi hasta la posibilidad de pedir y pagar cada pequeña o grande transacción que nos permite vivir en sociedad.
Y qué decir de la imposibilidad de demostrarle a los amigos y conocidos que uno es uno, pues no hay quien no tema (con toda razón) que se trate de un plagio, de una suplantación, de un robo de identidad digital.
En medio de esta asombrosa constatación de que vivimos sin ser dueños de nosotros mismos, y de que unas extensiones tecnológicas se nos han vuelto parte de la vida, a manera de órganos sin los cuales el cuerpo virtual colapsa, también vino el lado luminoso: concluí que lo que nos salva es lo humano.
Una amiga que me acompañó a hacer vueltas aburridas hasta las 7:30 p.m., mientras resolvía asuntos laborales urgentes desde su computador y teléfono. O un joven videógrafo que al verme angustiada se desprendió de su teléfono y me lo ofreció sin fecha de retorno, en un acto de empatía conmovedor.
O dos mujeres policías que me escoltaron por bancos y me cuidaron de nuevos robos, o decenas de transeúntes que se lanzaron a la búsqueda del celular debajo de sillas, mesas; o quienes se acercaron, en plena calle, a ofrecerme desde caras tristes y abrazos hasta consejos tecnológicos, experiencia en bloqueos y más.
Concluí que lo humano es insuperable y lo será siempre. Que lo material se recupera o no, pero es el afecto y la solidaridad de los otros el último modelo, y el más lujoso, de conectividad.

Paola Guevara (Cali, Colombia). Escritora, periodista, editora y columnista de Opinión. Sus novelas 'Mi Padre y Otros Accidentes' (autobiográfica) y 'Horóscopo' (ficción), publicadas en español por Editorial Planeta y traducidas al italiano por Cento Autori, están en proceso de llegar al cine. Tras 21 años de destacada trayectoria en importantes medios de comunicación escritos nacionales y regionales, como Revista Cambio, Cromos, Casa Editorial El Tiempo o El País Cali, entre otros, desde el año 2022 es Directora de la Feria Internacional del Libro de Cali. Asesora en Protocolos de Familia, conferencista, gestora de proyectos editoriales y coach de escritura creativa, en la actualidad vive en Cali y escribe su tercera novela.
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