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E Equipo Olímpico de Refugiados, conformado por 29 deportistas, busca llamar la atención sobre lo que aún ocurre: 82 millones de personas están desplazadas en todo el mundo. | Foto: Foto: AFP

JUEGOS OLÍMPICOS

El llamado de alerta que el Equipo Olímpico de Refugiados le hace al mundo en Tokio

En Tokio 2020, y con 29 deportistas que alguna vez fueron obligados a salir de su tierra, el Equipo Olímpico de Refugiados busca llamar la atención sobre lo que aún ocurre: 82 millones de personas están desplazadas en todo el mundo.

2 de agosto de 2021 Por: Santiago Cruz Hoyos - El País

Todo comenzó en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Guor Mading Maker, un atleta de Sudán del Sur, miembro de la tribu dinka, especializado en carreras de fondo, pidió participar en los Juegos en condición de deportista independiente, es decir, sin representar a ningún país.

Guor es una víctima de la guerra civil en Sudán, un conflicto en el que mataron a 28 de sus familiares, entre ellos ocho de sus diez hermanos. Para escapar del horror, lo enviaron donde un tío al norte del país. “Tardé tres años en llegar a él”, dijo en una entrevista para CNN.

En el camino fue sometido a trabajos forzosos, a secuestros, por lo que Guor no tuvo otra alternativa que correr por su vida. Por eso, cuando le propusieron ser atleta de alto rendimiento, en un principio se negó. “Correr no es lo mío. No voy a correr porque ya corrí en África para salvarme, así que a menos que alguien me persiga, correré”.

El Viaje - Apoyamos a los equipos olímpico y paralímpico de refugiados.

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La propuesta de ser atleta se la hizo su profesor de gimnasia en Concord, New Hampshire, Estados Unidos, donde Guor llegó después escapar con su tío hacia Egipto. Estados Unidos le concedió la condición de refugiado y Guor, tras pensarlo, se integró al equipo de atletismo de su escuela. Cuando entró a la Universidad del Estado de Iowa hizo lo mismo.

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En octubre de 2011 se clasificó a la maratón de los Juegos Olímpicos. El Comité Olímpico de Sudán del Sur le ofreció representar a la delegación, pero Guor se negó. Dijo que sería traicionar a su patria. El conflicto en el que se vio envuelto Guor y su familia comenzó un año antes de que él naciera, en 1983, cuando el presidente de Sudán de la época, Yaafar Mohammed Numeiri, creó un estado federal en Sudán del Sur, que luego disolvió, lo que desencadenó la segunda guerra civil.

El caso es que Guor pidió competir en los Olímpicos como deportista independiente, sin sospechar que era una manera de representar a las millones de personas que se ven obligadas a huir de su patria. En la maratón ocupó el puesto 47, con un tiempo de 2:19:32.12, y pese a ello su historia fue portada de periódicos y revistas. Guor inspiró la creación del Equipo Olímpico de Refugiados, que en los actuales Juegos de Tokio 2021 compite con 29 atletas de países en conflicto o en grave situación de pobreza o vulneración de derechos humanos como Venezuela, Siria, Afganistán, Eritrea, Irán, Congo y Camerún.

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Hasta el 7 de diciembre de 2015, según las estadísticas de la Agencia de la ONU para los refugiados, Acnur, 911.000 inmigrantes habían llegado a las costas europeas huyendo de sus naciones desde el inicio de ese año; 3.550 personas perdieron la vida durante la travesía. El 75% de quienes escapaban eran perseguidos por los conflictos en Siria, Afganistán o Irak.
Las agencias de noticias publicaban historias cada vez más dolorosas.

En abril de 2015, 600 inmigrantes se ahogaron en el Mediterráneo cuando se volcó su embarcación. En agosto del mismo año, 71 refugiados fueron encontrados muertos en un camión frigorífico en la frontera entre Austria y Hungría. En septiembre, el mundo se consternó con la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio de apenas 3 años que fue encontrado boca abajo, con su pantaloneta azul y su camiseta roja, como si durmiera, en una playa de Turquía después de que su familia intentara llegar a Grecia en una embarcación que se hundió en el mar. 2015 fue declarado enseguida como el año de la crisis de los migrantes.

Durante la Asamblea General de las Naciones Unidas de entonces, Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, anunció la creación del Equipo de Refugiados para los Juegos Olímpicos de Rio 2016, como una manera de llamar la atención sobre la problemática de quienes se ven obligados a escapar de su tierra.

“La participación de los refugiados en los Juegos Olímpicos es una señal de esperanza para los refugiados del mundo. Ellos no tenían un país que defender, ni una bandera bajo la cual competir. Ahora sí los tienen. Gracias al equipo el mundo será más consciente de la causa de los refugiados”, dijo.

De 43 deportista aspirantes para integrar el equipo, eligieron a diez. Entre ellos Rami Anis, un nadador profesional de Siria, que huyó de su país hacia Estambul cuando comenzaron los bombardeos en Alepo. En su maleta apenas llevaba dos chaquetas, dos camisetas y dos pantalones.

Yusra Mardini también integraba el equipo. Es una nadadora, también de Siria, (nació en Damasco) que se salvó de morir gracias al deporte.
Viajaba en un bote junto a otros 20 refugiados rumbo a Grecia, cuando la lancha se volteó. Yusra, que también compite en Tokio 2021, se lanzó al mar con su hermana Sarah y remolcaron el bote. Había gente que no sabía nadar.

Yiech Pur Biel, por su parte, huyó del conflicto en Sudán del Sur en 2005, cuando apenas tenía diez años. Llegó a un campamento de refugiados en Kenia, donde se dedicó a entrenar atletismo. No solo compitió en los 800 metros de los Olímpicos de 2016, sino que gracias a las entrevistas que concedió su madre pudo saber por fin dónde estaba. Se reencontraron tras 12 años. “Es posible cambiar el mundo a través de la educación, pero también corriendo”, dijo.

Seis años después de todo ello la crisis de los inmigrantes continúa. Apenas el lunes 26 de julio de 2021, 57 inmigrantes murieron ahogados frente a la costa de Libia. Según la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, 1.146 personas murieron en el mar tratando de llegar a Europa en el primer semestre del año.

Una investigación de la entidad dice que “el incremento de las muertes se produce en momentos en que también aumentan las detenciones de las embarcaciones que transportan migrantes en aguas de las costas norafricanas. Desde hace años Italia y la Unión Europea financian, entrenan y equipan a los guardacostas para que impidan a los traficantes de personas llevar a Europa migrantes y refugiados a bordo de embarcaciones precarias”.

En Eritrea, un país situado al noreste de África, 24.000 personas están atrapadas en dos campamentos en la región Tigray, donde persiste un conflicto entre grupos armados. En Colombia, el desplazamiento creció un 256% en el primer semestre de 2021, según la Defensoría del Pueblo. En Ituango, Antioquia, para citar un caso, 4.099 personas fueron desplazadas. Son 1.687 familias, provenientes de 28 veredas, que huyen del enfrentamiento entre grupos armados como el Clan del Golfo. También de los estragos de las lluvias.

Durante la última década, advierte Acnur, “los eventos relacionados con el clima provocaron un promedio de 21,5 millones de nuevos desplazamientos cada año; es decir, más del doble que los desplazamientos causados por conflictos y violencia”.

Rocío Castañeda, Oficial de Información Pública de Acnur en Colombia, asegura que hoy en día son 82 millones de personas desplazadas de manera forzada en el mundo, una cifra que rebasa todos los periodos de la historia.

— Se celebra en este 2021 los 70 años de la adopción de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados en 1951, y la situación es absolutamente dramática. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, lo que dice es que obviamente hay que enfocarse en la protección de quienes sufren, en garantizar que los principios de la protección internacional, acceso a los territorios, la protección de los derechos de las personas refugiadas se salvaguarden, y a la vez atacar los problemas de raíz, lo que está en la base de los motivos que hacen que las personas tengan que seguir huyendo – dice Rocío.

Equipo Olímpico de Atletas Refugiados competirá en Tokio 2020

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El boxeador Eldric Sella es el primer latinoamericano en integrar el Equipo Olímpico de Refugiados. Huyó de Venezuela, y hasta hace unos días compitió en Tokio 2021.

Sufrió un nocáut técnico después de 67 segundos de combate ante el dominicano Euri Cedeño en el peso mediano (69-75 kg), pero su victoria va más allá de una medalla. “Vine como refugiado pero, para mí, sigo representando a mi país, a los que se fueron y a los que siguen luchando por una mejor Venezuela”, dijo después del combate.

Un boxeador venezolano en Trinidad y Tobago sueña con la medalla de oro

En su blog, Eldric se presenta como un boxeador al que le gusta escribir en sus ratos libres, y narra su historia. Nació en Caracas. Cuando tenía 7 años quiso ser bombero. Todo sucedió por un perro enfermo atrapado en una grieta. “Su piel estaba volviéndose de un color morado y sus ojos amarillos”.

Alrededor del perro los vecinos miraban, pero nadie se atrevía a hacer algo. Hasta que una señora le pidió a Eldric que lo sacara. Cuando lo hizo, le dijo: “serás alguien grandioso”.

Eldric describe que se sintió como un héroe y se prometió ser lo más parecido a ello, un bombero, aunque cuando fue a inscribirse le explicaron que los cursos disponibles eran para niños mayores. Después soñó con ser cantante de reguetón, jugador de béisbol, espía (le gustaba un videojuego de infiltración, Metal Gear), hasta que llegó el boxeo.

Todo fue una casualidad. Entró a un gimnasio cerca de su casa con sus amigos de barrio. Decidieron inscribirse “por tener algo qué hacer”. A diferencia de sus amigos, Eldric notó que con el boxeo se le hacía muy fácil aprender la técnica. Con el tiempo sus compañeros desertaron y el único que continuó fue Eldric, aunque con altibajos, reconoce. “Nunca fui muy consistente. Siempre me desaparecía un tiempo del gimnasio, pero por alguna razón volvía”.

En 2012, a sus 15 años, ganó su primer campeonato nacional. El siguiente paso que se propuso fue competir en unos Olímpicos y ganar una medalla. Hasta que debió huir de Venezuela por la pobreza, esa inflación absurda, y supuso que el sueño Olímpico había terminado.

Eldric llegó a Trinidad y Tobago, donde vivió durante dos años. Trabajaba para comer, para pagar arriendo, y entrenaba cuando podía. “En mi mente creía que en algún momento una oportunidad me iba a llegar y yo quería estar preparado para cuando eso pasara. Y así fue”.
En diciembre de 2020 le otorgaron una beca por parte del Comité Olímpico Internacional para ser parte del programa de atletas refugiados. Se sintió de vuelta en su camino, “vivo de nuevo”.

“Siempre habrá una forma de hacer tus sueños realidad, si no los dejes morir. Aférrate a tus sueños con determinación porque la vida actúa de múltiples formas y te sorprenderá con una oportunidad cuando menos te lo esperes”, escribe en su blog.

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Durante la inauguración de los Juegos de Tokio 2021, la bandera olímpica fue llevada por el Equipo de los Refugiados. Allí estaba, por ejemplo, el maratonista Tachlowini Gabriyesos, de Eritrea, quien huyó de los conflictos de su país cuando apenas tenía 12 años. Lo acompañó un amigo de 13. Cuando dormían, cuenta Tachlowini en una autobiografía, se quitaban los zapatos y los dejaban apuntando en la dirección del viaje, para que, al despertarse a la mañana siguiente, no se perdieran.

Masomah Ali Zada estaba junto a Tachlowini . Ella, ciclista de alto rendimiento, fue golpeada por ir en bicicleta con ropa deportiva en Afganistán, una nación donde, pese a la caída del régimen talibán, todavía no está bien visto que las mujeres se dediquen a deportes o trabajos tradicionalmente ‘de hombres’. Incluso, por las difíciles condiciones para practicar el ciclismo, el equipo femenino de ese deporte fue nominado al Nobel de la Paz.

Masomah vivió un tiempo Irán para escapar de los talibanes, y fue su hermana la que le enseñó a montar en bicicleta. Unos años más tarde volvió a Afganistán y, en una ocasión, mientras practicaba, fue atropellada por un hombre que, encima, se burló de ella por practicar un deporte supuestamente masculino.

“Sabía que estaba en peligro, pero nunca imaginé que la gente podría agredirnos por eso. Casi todas las chicas que hacen ciclismo tuvieron la misma experiencia. Mucha gente nos insulta y quiere que dejemos de montar en bicicleta. Por eso participar en los Juegos Olímpicos no es solo por mí. Es por todas las mujeres de Afganistán y las de otros países donde no tenemos derecho a ir en bici”, dijo.

“En el país cada vez hay mayor sanción social contra la xenofobia”

Rocío Castañeda es Oficial de Información Pública de Acnur Colombia, entidad que desde 2017, con el aumento de la migración venezolana, adelanta una campaña para prevenir y desestimular la xenofobia: Somos Panas. Casi cuatro años después, asegura Rocío, uno de los principales logros es que Colombia es una sociedad que prende rápido las alarmas cuando se detectan este tipo de manifestaciones contra los extranjeros.

¿Cómo se busca prevenir la xenofobia con Somos Panas?

Somos Panas Colombia es una campaña de Acnur que tiene cuatro propósitos. Siempre hablamos de quitarle el ‘oxígeno’ a la xenofobia, quitarle validación social. Que cada vez sea peor visto estas manifestaciones. El segundo objetivo es incentivar la solidaridad hacia la población venezolana. El tercero es transmitir información útil. Las personas venezolanas que llegan en una condición vulnerable no conocen las instituciones ni las rutas de protección de derechos, y la idea es que puedan tener acceso a información sobre cómo proteger sus derechos. Y el cuarto objetivo es promover la integración de la población venezolana en la sociedad colombiana.

¿Cómo lograrlo?

Contamos historias de personas venezolanas en Colombia. Creemos muy profundamente en que a través de esa conexión, de conocer al otro, de no quedarnos en la cifra fría, se desestimula la xenofobia. Por ejemplo, siempre hablamos de 1.7 millones de venezolanos en el país, y esa cifra no nos dice nada de quién está detrás, quién es cada una de esas 1.7 millones de personas. Cómo se llama, cuántos años tiene, a quién dejó en Venezuela, qué llevó en su maleta cuando tuvo que salir, qué significó llegar a Colombia. Entonces nos centramos en contar historias de personas venezolanas para generar a partir de ese mirar a los ojos, y conocer la historia particular, empatía.

Ahora estamos centrados en contar esas historias de encuentros entre colombianos y venezolanos, que puedan poner en relieve toda la solidaridad que somos capaces de ofrecer. Y comenzamos a ver cómo la xenofobia afecta de manera diferenciada a diferentes poblaciones.

Tenemos por ejemplo contenidos pensados en los niños y en los adolescentes, porque la xenofobia los afecta de manera diferente. Lo mismo ocurre con las mujeres.

¿Qué historias recuerda?

Siempre me tocan las historias de los niños, que a veces son invisibles en esta problemática. Uno no se imagina que en este momento un niño esté caminando miles de kilómetros para llegar a algún lado. Y ocurre. Y los impactos que eso genera. Recuerdo la historia de un niño que llegó a su casa diciendo: “mamá, ya no quiero ser venezolano. Me la montan en el colegio por ser venezolano, me dicen que soy muerto de hambre”. Uno ve esas cosas y se toca, cómo un niño sufre tantos impactos. Y parte de la campaña consiste en visibilizar eso que está ocurriendo, hacerlo transparente hacia la sociedad.

Otra de las historias que recuerdo es la de un niño que cuenta lo que ha significado para él salir de Venezuela. Está en Ipiales. El niño dice en un momento del video: “a mí otro niño me dijo basura”. Y le respondió: “por qué me dice eso si no me he portado mal con usted”. Entonces es ese impacto durísimo, pero por otro lado también se muestra la resiliencia y la fuerza que tienen las personas. El niño termina el video diciendo que su mamá le canta durante el trayecto del viaje una canción que habla sobre lo lindo que es el camino cuando se recorre juntos. Es una canción que se inventa la mamá para la caminata desde Venezuela. En ese detalle me parece que hay una muestra de fuerza, de amor, un testimonio muy poderoso. Cuando uno conoce todas estas historias puede dimensionar realmente el drama humano que hay detrás.

¿Después de tres años de campaña, cuál es el diagnóstico?

Si bien el desafío es mayor, y continúan las manifestaciones de xenofobia, hay un avance importante. Hoy cada vez se instala eso de que exista casi una sanción social más extendida sobre la xenofobia, y eso se ha visto en varias coyunturas. Cuando hay una manifestación clara de xenofobia, si bien puede generar un apoyo de ciertos sectores, también hay una gran parte de la sociedad que sale de inmediato a rechazar ese tipo de manifestaciones. Hay una mayor conciencia y de inmediato se prenden las alarmas. Una sociedad que prende alarmas es muy positivo.

¿Qué significa que un boxeador venezolano haga parte del Equipo Olímpico de Refugiados?

Él en su testimonio dijo que cuando salió de Venezuela pensó que hasta allí llegaba su carrera como deportista. Y que haya podido integrar el equipo y haya llegado a los Olímpicos, habla de que sí es posible reconstruir la vida. Uno de los impactos más tremendos de las personas refugiadas es esa creencia, “hasta aquí llegó mi vida después de dejarlo todo”. Te quedas sin la base: la familia, la ciudad, la cuadra, la casa, el marco donde uno ha vivido. Lo que se está diciendo con el equipo es que sí, es una situación que nadie tendría que vivir, pero pese a eso es posible reconstruir la vida.

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