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Las vidas de los rescatistas, entre el peligro y la satisfacción

Bomberos, socorristas de Cruz Roja y voluntarios de la Defensa Civil relatan las experiencias vividas durante la atención de emergencias. Cuentan los peligros que deben sortear y cómo estar preparados.

13 de noviembre de 2011 Por: Alda Mera | Reportera de El País

Bomberos, socorristas de Cruz Roja y voluntarios de la Defensa Civil relatan las experiencias vividas durante la atención de emergencias. Cuentan los peligros que deben sortear y cómo estar preparados.

Vivir para contarla. Esa es la frase que llega a la mente de Mauricio Marmolejo cada que escucha el timbre de emergencia en la Estación de Bomberos de Villa del Sur.Es como un mantra que lo acompaña desde ese 15 de noviembre de 2004 cuando un terremoto de 6,7 grados dañó la estructura de la Clínica Materno Infantil Los Farallones. Al ingresar a evacuar pacientes, algo llamó su atención entre los destrozos: el libro de Gabriel García Márquez, ‘Vivir para contarla’.Lo que para el Nobel fue su biografía, para los rescatistas significa esa línea de fuego que separa su vida de la muerte; el riesgo al que viven expuestos, sean bomberos, ‘boy scouts’ socorristas de la Cruz Roja o voluntarios de la Defensa Civil cuando atienden el llamado de ir a salvar vidas... y la pierden ellos.El primer peligro es la desinformación dada por la comunidad. El bombero Luis Eduardo Picón recuerda que cuando ya creían controlado un incendio en un supuesto bar, el bombero Harold Andrés Hernández ingresó al sitio pero una ola súbita de calor lo sorprendió. La llama se avivó de nuevo bajo un arrume de colchones escondidos –quizás era una casa de citas disfrazada de bar– y Hernández, desesperado, se quitó la carilla y se quemó las vías aéreas. Sus compañeros lo rescataron. Pasó tres meses en cuidados intensivos, pero al perder su capacidad pulmonar no pudo volver a ejercer su misión. Ahora es capacitador.Carlos Mejía, con 17 años como bombero voluntario, siente el riesgo es en la responsabilidad de salvar las vidas contra el reloj. Como el día que una familia quedó atrapada entre las llamas en un quinto piso. El padre se iba a lanzar por la ventana con una bebé de tres meses.Su compañero Francisco Galeano subió por la escalera y le pidió que soltara la bebé. El señor se negaba porque había metro y pico de distancia. Entonces Pacho abrió los brazos y, guardando el equilibrio solo con su cuerpo, le gritó: “soy bombero voluntario, estamos aquí para salvarlos, suéltela”. Logró coger la bebé en el aire y fueron por la pareja y dos niños más. La niña yacía bajo la cama con paro cardiorespiratorio, pero la reanimaron. “Al mes fueron todos en familia a darnos las gracias”, recuerda Mejía.En salvamento acuático el riesgo está en las inmersiones en condiciones difíciles. Así lo sintió el bombero Héctor Granada buscando a un niño y una niña ahogados en un lago en la vía a Jamundí. Tomando impulso al clavar y a pulmón libre bajó a 5 metros de profundidad, donde estaban los dos cuerpecitos.Algo que los conmovió, porque si las víctimas son niños, los riesgos son más emocionales. Llegar a casa, abrazar a sus hijos y dar gracias a Dios por sus familias es la única medicina. Y si un integrante de ‘la familia’, como se llaman los bomberos, muere en acción, les raya el alma.Óscar Jiménez, bombero voluntario, llegó entre los primeros a Armenia luego del terremoto de 1998. Fue terrible entrar a la ciudad y oír de todos lados gritos de auxilio. Los quejidos de un uniformado que agonizó y murió mientras intentaban rescatarlo los marcó.Y aún les atormenta la duda de un bombero que los llamó y solo le veían los ojos. Le dijeron: “sí, sí, ya venimos”. Cinco horas después pasaron por ahí y el hombre seguía atrapado entre los escombros. “Trece años después un colega se pregunta si habrá sido rescatado o no”, cuenta con tristeza Jiménez: “Uno está lleno de marcas así”, agrega.Entonces Marmolejo recuerda la tristeza que sintió un Día del Padre que le tocó ir a recuperar el cuerpo de un viejito que iba en moto por el carril correcto y el conductor de una buseta Recreativos violó el pare y lo mató. “Sobre el piso quedó el regalito con una tarjeta que decía: ‘para el mejor abuelo del mundo, de tu nieta’. Esas cosas los destrozan.Juan Carlos Quiroga señala que en Potrerogrande el peligro no fueron las llamas ni el humo, sino los vecinos que habían matado a la dueña de casa, le habían prendido candela a ésta y apedrearon y encerraron a los bomberos porque les impedían desvalijar la vivienda en llamas. “Una hora después nos soltaron, pero se llevaron todo, muebles, ventanas, hasta los sanitarios”, dice.Pero ellos le sacan chispa hasta a un incendio forestal, como el que atendieron cerca al Zoológico. En el ascenso, su compañero Ademir Castañeda tocó accidentalmente un nido de abejas y los insectos lo invadieron.Ellos lo guiaron hasta un charco de agua, de esos con musgo verde por encima, y lo metieron allí. Cuando hacía la inmersión, las abejas se iban, pero al sacar la cabeza para respirar, lo atacaban de nuevo. Entonces tuvieron que fumigarlo con veneno. Estuvo hospitalizado dos días, 15 incapacitado y le extrajeron 250 ponzoñas del cuerpo.“Ademir era rubio, ojiazul, pero después de la picada de abejas, mírelo como quedó”, bromea uno. “Abeja que lo picaba, después escupía”, dice otro. “Eso era para morirse, pero no lo recibieron ni en el cielo ni en el infierno y nos tocó aguantárnoslo a nosotros”, remata Picón. Dosis de humor que les ayudan a sobrevivir. Y a tomar impulso para correr cuando suena el timbre de emergencia.Cruz Roja, toda una vida en misiónEn sólo seis años como socorrista de la Cruz Roja, Cr, Deyner Torres ya ha sentido la muerte pisándole los talones. Fue al sacar a un teniente del Ejército que rodó al río Sabaletas con su moto. Al intentar mover el aparato, éste se rodó con la corriente y con su compañero quedaron atrapados a 1,60 metros bajo el agua y 250 kilos de peso.“Creo mucho en Dios, le oro para que me proteja y como hago mucho gimnasio y soy buzo de rescate, acostado y haciendo apnea minuto y medio, logramos empujar y liberarnos del peso de la moto, y llevar al rescatado al hospital”, dice.Torres asistió al rescate de las personas que casi se traga la empalizada del martes bajo el puente del canal de aguas residuales de Calimío, en el Paso del Comercio. Primero el patrullero de la Policía, Andrés Montañez, se lanzó y salvó a dos personas. Luego llegó Torres y apoyó a Freddy Sánchez Cárdenas , miembro de la Defensa Civil que salvó de las aguas putrefactas a dos hombres. El peligro latente es un accidente causado por palos o piedras. O contraer infecciones. Para evitar ese riesgo biológico se aplican vaselina en los oídos y otros orificios del cuerpo y toman amoxacilina los tres días siguientes al operativo.Lidiar con el sufrimiento humano es un riesgo para John Jairo Vásquez, socorrista de la Cruz Roja, CR, donde entró como brigadista hace 23 años. Muchas veces, dice, uno va cargando un equipo de salvamento de casi 30 kilos, y la gente lo empuja. “Quieren que les rescate a su familiar rápido, pero no entienden que hay que medir riesgos, instalar equipo o conectar fuentes de poder”, explica.Socorrista en catástrofes como la de American Airlines, para Vásquez donde peligran más sus vidas es en el salvamento por aire (helicoportado). En la maniobra estacionaria, cuando el helicóptero queda suspendido en el aire para descender o subir con cuerdas, deben estar pendientes de los signos vitales del paciente, no se vaya a descompensar, desmayar o infartar. “Y si el aparato comienza a perder altura, la instrucción en el entrenamiento es cortar la soga: es preferible que se pierdan dos vidas (los que están en el aire), a que se pierdan cinco (contando a los de la tripulación)”.Aún así, el sentimiento de salvar vidas lo comparte Jorge Parra, que en sus 18 años como socorrista especializado en salvamento acuático de la CR, ha hecho rescate de personas y recuperación de cuerpos en los siete ríos de Cali y el Lago Calima, entre otros. Pero donde estuvo cerca de ser arrastrado por la corriente con siete rescatistas más fue en el río Quindío, por la pendiente tan inclinada. Su colega César Gualtero, de la CR, hace año y medio recibió el llamado de vecinos de Terrón Colorado, que reportaban “un hombre que se había subido a la copa de un árbol y se iba a suicidar”. Pero al llegar encontró a un anciano de 76 años y semi-invidente, que resbaló en la oscuridad y cayó entre las ramas de un árbol en una peña a sólo 150 metros del río Aguacatal.“El peligro es la responsabilidad que debo asumir al decidir cómo voy a subir y cómo lo voy a bajar sin que caiga al río, porque estaba inconsciente y con hipotermia”, dice este socorrista.Defensa Civil, en paz o en emergenciaNo tener escrúpulos es la mejor inmunización para los voluntarios de la Defensa Civil Colombiana. Como Freddy Sánchez Cárdenas, que se lanzó a las aguas descompuestas en el barrio Petecuy para salvar a dos hombres en riesgo .Y su colega Luis Eduardo Arango no tuvo reparo en meter la mano junto a un perro muerto para recuperar el cuerpo de Carlos Eduardo Sánchez, el niño que fue arrastrado por aguas del río Meléndez desde La Choclona hasta los guaduales atrás de Unicentro el pasado domingo.“Esto es de pericia, malicia, paciencia, lógica y la voluntad de servicio que lo lleva a uno a meterse en el barro y untarse y saborear; a uno le toca coger lo que no quiere coger y se le entra a la boca lo que no quiere que entre; pero eso se aprende en los entrenamientos y uno se vuelve inmune”, afirma Arango. Juan Carlos García, con 31 años de lides en las tragedias de Popayán, Armero, Armenia, Páez, American Airlines, entre otros, vio su vida en un hilo en el secuestro de La María. Quiso preguntar qué pasaba, pero quedó con la palabra en la boca. Escuchó disparos y vio que todos saltaron de los carros a las cunetas. Hizo lo mismo y cayó junto a un cadáver. Era de un guerrillero.Aunque el rescate se especializa cada día más, un rescatista debe saber de todo porque no sabe qué se va a encontrar y ese sería ya demasiado riesgo. “Esto necesita capacitación, disciplina, vocación, mística y sacrificio para uno dejar la familia y las comodidades de la casa, la Tv. y la cervecita helada e irse una semana a un campamento de entrenamiento”, dice García.También sienten el riesgo en rescates en zonas montañosas, donde deben improvisar con cuerdas una especie de teleférico artesanal con canastillas para pasar personas de una loma a otra. O armar la ‘tirolina’, es decir, ponerle a la persona un arnés tipo pañal y e impulsarla por una cuerda sobre el vacío.Carlos Alberto Ortiz, de la misma institución, logró salir vivo del incendio de Supertiendas en los años 90. Iban a recuperar el cuerpo de una mujer, cuando un bombero gritó la palabra vital: “Huyamos”. Alcanzaron a correr y al minuto explotó un cilindro de gas, que quizás él detectó por el olor o por recalentado. Fue otro que sobrevivió para contarla... y seguir salvando más vidas.

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